Las familias, en especial las madres y las abuelas, tanto en Costa Rica como en otros países lo sabíamos hace tiempo. Sin embargo, a veces, las realidades no son reconocidas como realidades hasta que las investigaciones científicas las confirman.
Dichosamente, hace poco, universidades muy prestigiosas en culturas y países tan diferentes como en Estados Unidos (Universidad de Duke) y España (Universidad de Barcelona), entre muchos otros, especialmente en Europa y Asia, han validado lo que ya advertíamos en los hogares: las tareas escolares y colegiales no solamente tienen poco impacto en el aprendizaje, sino que afectan la salud de niños, niñas, adolescentes e incluso de la familia completa.
Lamentablemente, esos estudios, aunque corroboran lo que las familias sabemos, han tenido poco impacto en los sistemas educativos formales. En nuestro país, tal vez se deba a que las investigaciones se han hecho en otras latitudes y no hemos accedido a ellas de manera oportuna para contextualizarlas.
Pero es un hecho que los resultados que arrojan los trabajos académicos realizados en lugares tan variados coincidan entre sí a pesar de las grandes diferencias. También es un hecho que esos mismos resultados concuerdan con la preocupación que tenemos las familias en Costa Rica.
Salud pública. Mayor preocupación nos causa cuando hace pocas semanas la Organización Mundial de la Salud (OMS) de las Naciones Unidas (ONU) lanzó una fuerte voz de alerta sobre este problema: las tareas provocan dolores de cabeza, de estómago y de espalda; causan nervios, tensión y tristeza. Eso, sin contar que las relaciones familiares pueden verse deterioradas, que no hay evidencia de que ayuden con el aprendizaje de los estudiantes y que no hay claridad en cuanto a su propósito.
Debemos entender que la OMS nos está diciendo que se trata, no ya de un problema educativo, sino de salud pública. En ese sentido, y al igual que con otras enfermedades que se convierten en epidemia, hay que actuar de inmediato tanto para resolver lo que se presenta ahora, como para prevenir que vuelva a suceder.
Me parece que, en virtud de lo anterior, es importante incluir en la discusión, y en la adopción de medidas remediales y preventivas, a profesionales en salud pública para que nos eduquen en cuanto a las estrategias que se utilizan para atender y prevenir epidemias.
Las pedagogas debemos integrarnos activamente a esa discusión y a la adopción de políticas públicas, aportando lo que ya sabemos. Por una parte, que no se trata de eliminar las tareas, sino de explicitar con claridad su propósito y variar dramáticamente el tipo de labores que se asignan.
Método. Para citar solamente un ejemplo, en la propuesta que conocemos como “clase inversa” ( Flipped Classroom ) el objetivo de la tarea es recabar información y materiales antes de la clase. Durante la lección, los insumos que aportan los estudiantes son presentados, revisados y analizados para que, con una activa mediación docente, emerja el aprendizaje.
En concreto (utilizo un ejemplo real que me dio una mamá preocupada como una alternativa al problema de las tareas), la asignación puede ser entrevistar a un número específico de personas (el número de personas y la forma de registrar los resultados varían de acuerdo con la edad) sobre las maneras que utilizan en el hogar y en el lugar de trabajo para ahorrar agua.
Los datos recogidos (pueden tener calificación o no) serán insumos para el desarrollo de la siguiente clase. De esta manera, las tareas tendrán un propósito explícito, se baja el nivel de ansiedad en los estudiantes y las familias, y las clases se vuelven más activas y atractivas.
Sobre todo, estaremos ayudando a contener esta epidemia.
Pero, debo insistir, no basta con hacer cambios pedagógicos aislados. Hay que involucrar las instancias de formación y capacitación de docentes, a quienes tienen la responsabilidad de hacer política educativa y al ser un asunto de salud pública, se necesita una mirada integral e interdisciplinaria.
La autora es catedrática de la UCR.