Una amiga de la casa me ha pedido escribir unas palabras “muy personales” o un “recuerdo” de alguna Navidad. Estas expresiones me han puesto en un aprieto, pues, con el paso de los años acumulados, se me agolpan muchos recuerdos, y eso hace más difícil la escogencia, como a tantos les pasará. Sin embargo, uno muy marcado lo llevo en la memoria. Se refiere a uno de mis hijos.
Recuerdo de aquella Navidad, como si fuera ayer, cuanto pasó. Mi esposa tuvo un ataque de eclampsia (la criatura se oponía a su madre y ella a la criatura), y le sobrevino una subida de la presión arterial. Le faltaban dos meses y medio de embarazo. De inmediato vino la operación cesárea. Se suponía la normalización de su estado, pero después tuvo un alza mayor. Se le controló y el recién nacido ya había sido internado en el Hospital Nacional de Niños, de donde salió recuperado.
Aún hospitalizada mi esposa, el día 23 de diciembre salió publicado, en esta misma página, mi artículo “El portal de Esperanza Villalobos”: al Niño Jesús lo acompañaban la Virgen María y san José, la mula y el buey, musgo, latas de sardinas con matitas de arroz, los Reyes Magos, ovejas, un cohombro para perfumar, y muchas cosas más.
Cuando digo “muchas cosas más”, querida amiga, recordamos tantos regalos venidos de lo alto, gracias a le encarnación del Niño Dios: la Redención del género humano, la dádiva del Cielo, la expulsión del maligno de la Tierra, la misericordia y el perdón, el nuevo mandamiento del amor ( “amaos los unos a los otros como yo os he amado”) , los sacramentos, la fe cristiana…
Ya han pasado muchos años desde aquella Navidad, mas no así mi gratitud a Dios y a los médicos. Del recuerdo de aquella y la de ahora, crece más la correspondencia, como la tuvo Esperanza con su adorable portal. Para esta del 2013 que acaba de pasar, un propósito podría ser: nunca desfallecer y siempre avanzar.
Tenemos entre manos la empresa de la vida, y apenas comienza. Si una estrella luminosa se posó sobre una cueva, otra se posará al final de la partida, al eco de una lánguida voz: “Dios mío, perdóname”. Al menos, estas débiles palabras, ante la misericordia divina, pueden abrir las puertas del más anchuroso descamino.
La Navidad es también una invitación a ser mensajeros de alegría y de paz, partidarios del bien y la generosidad, de la solidaridad y el amor a los demás. Y, para todos, la ocasión de avivar la esperanza de la vida eterna.