Los inusuales momentos políticos que atraviesa el país exigen de todos los costarricenses –y, en especial, de sus líderes políticos– la sensatez y la madurez necesarias que se requieren para enfrentar una situación que, lejos de constituir un problema, puede convertirse en una valiosa oportunidad para acercar posiciones, buscar encuentros y, sobre todo, modificar un estilo de hacer política que, durante muchos años, ha impedido que se resuelvan los serios problemas de gobernabilidad que tiene Costa Rica.
Sin frustración ni culpables. El desistimiento de un candidato no debería ser motivo de frustración y, menos aún, de búsqueda de culpables. Un verdadero líder político tiene el derecho y, más aún, el deber de reconocer sus circunstancias y de actuar conforme a los mejores intereses del país. Eso es lo que ha hecho Johnny Araya y esa será, sin duda, su contribución a la democracia costarricense.
En la práctica, la campaña política terminó y es nefasto prolongarla con intereses personalistas o con aspiraciones de cara al año 2018. La sobrevivencia del Partido Liberación Nacional se asienta en demostrar que dejamos de ser una maquinaria electoral, de la cual se quejabael expresidente Daniel Oduber cuando luchaba por el fortaleci-miento de un partido con vocación ideológica permanente.
Nuestra obligación ahora es trabajar por Costa Rica y, además, hacer una oposición constructiva y permitir que la voz del pueblo se exprese en la Asamblea Legislativa.
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