Por fin, aunque pocas, pues el individualismo y el “sálvese quien pueda” han hecho mella en este país desde hace mucho, varias personas se han unido para fundar la Asociación de Ciudadanos Avergonzados, Timados y Desesperados por un Puente (Acatidepu). Ni cortos ni perezosos, sus integrantes decidieron enviar una carta –la misma, pero por separado– a los mandatarios de algunos de los países del Primer Mundo amigos de Costa Rica.
El contenido de la misiva –no se puede negar– es política, económica y socialmente desgarrador. Tanto, que uno bien puede asegurar, ya desde ahora, cuán ingente y profunda será la compunción causada en el ánimo de los destinatarios, una vez que lo lean.
Transcripción. El documento llegó a mí, aunque no recuerdo exactamente cómo, y me siento moralmente obligado a transcribir lo expuesto por la Acatidepu, cuyo único defecto son sus horrendas siglas. Sin más dilación, aquí va.
“Ilustrísimo y honorabilísimo señor presidente:
“Pocas veces –seguramente, ninguna– habrá usted recibido una solicitud como la que aquí planteamos varios ciudadanos costarricenses, habida cuenta, sobre todo, del motivo que nos mueve a hacerla, agravado por el hecho de hallarnos en este esplendoroso siglo XXI, en el cual la tecnología, en general, y la ingeniería, en particular, han alcanzado límites insospechados.
“El problema, señor presidente, tiene que ver con un puente de nuestro país al que, desde hace la bestialidad de siete años, se le han ido aplicando reparaciones que no surten ningún efecto. Sí, ilustrísimo señor: siete putos –con perdón– y largos años, dale que dale… y nada de nada.
“El pobre puente tiene, incluso, la desgracia –aunque, en verdad, los desgraciados somos nosotros– de que el nombre por el que se le identifica tampoco está bien. Conocido como ‘el puente de la platina’, se debería llamar ‘el puente de la pletina’, como Dios manda, pues todo el desastre comenzó en un aciago día con el desprendimiento de una pieza metálica rectangular –o, más o menos, así– y, después, se vinieron en tromba la falla de una junta de expansión, un cambio en una losa que no sirvió para un comino, un aumento de la vibración que afectó el hormigón de la superficie de rodamiento… La historia es bastante larga.
“Nosotros, señor presidente, ingenieril y técnicamente hablando, entendemos muy poco de esta saga de problemas, uno tras otro, pero, claro, ¡cómo vamos a comprenderlos –los abajo firmantes y la gente de a pie de Costa Rica–, si todo indica que los ‘expertos’ mismos y los encargados de los arreglos no tienen ni zorra –con perdón– idea! ‘Por sus frutos los conoceréis’, según la sentencia bíblica. Sin embargo, esta situación es bien curiosa. En realidad, se torna incomprensible.
“Y es que, honorabilísimo señor, usted y su país conocen bien, sin duda, la estupenda fama internacional del nuestro –que, para muchos conciudadanos, es el mejor y el más feliz del mundo–, especialmente en lo que atañe a su mano de obra cualificada y a la excelencia de sus profesionales en distintas ramas. En suma, gozamos de buen prestigio en ese aspecto y una prueba de ello son las no pocas empresas extranjeras que se han asentado en Costa Rica. Por eso, manifestábamos anteriormente que lo ocurrido con el puente de marras resulta ‘incomprensible’.
“Pero valga aquí una pequeña acotación que podría desatar un poco este nudo gordiano: en nuestro país hay una entidad estatal, de las muchas que nos sobran, el Consejo Nacional de Vialidad (Conavi) –así se llama–, a la que pocos quieren, al punto de que no han faltado voces pidiendo su desaparición, pues, a diferencia del rey Midas, quien transformaba en oro todo cuanto tocaba, el Conavi, siguiendo el ejemplo de otras instituciones, lo convierte en… (Omitimos el vocablo adecuado, ya que su consignación sería una desvergüenza nuestra y una falta grave a las ‘buenas costumbres’, tema, este, muy debatido hoy en nuestro país).
“A tenor de todo lo expuesto, bien podrá entender usted, señor presidente, el nombre bajo el cual nos hemos agrupado: ‘Asociación de Ciudadanos Avergonzados, Timados y Desesperados por un Puente’, de cuyo acrónimo, Acatidepu, le rogamos, sin embargo, hacer caso omiso por su malsonancia.
“En efecto, ilustrísimo señor, nos sentimos avergonzados de que esto ocurra en Costa Rica a estas alturas del desarrollo humano, y le pedimos encarecidamente no airear mucho este asunto. Al respecto, hemos de confesarle, con toda sinceridad y mucho sonrojo, que la Acatidepu eleva, todos los días, una súplica al Altísimo para que nadie, fuera de nuestras fronteras, acceda a las versiones digitales de los periódicos del país. Asimismo, nos embarga el amargo sentimiento de haber sido timados a expensas de nuestros bolsillos. El Conavi ha gastado, desde el 2008 a la fecha, más de $13 millones en los des-arreglos del puente, dinero que debemos pagar todos. A manera de paréntesis, nos tomamos la libertad, señor presidente, de contextualizar esta denigrante realidad, que, para mayor inri, no es la única, sino una de entre tantas otras más. Aunque usted no lo crea, porque en su país es inconcebible, casi ningún funcionario en Costa Rica es culpable de nada y, además, nadie renuncia. Finalmente, con este interminable tormento de siete años, ¿cómo no estar desesperados?
“Pese a que la Acatidepu somos un grupúsculo y, en consecuencia, sin la fuerza ni la resonancia internacionales de una ONG o de un Gobierno, nos hemos atrevido, con sumo respeto y enorme esperanza, a remitirle este mensaje, a fin de que, en vista de la caótica y surrealista situación expuesta, interponga su elevada autoridad e influencia para que algún ministerio, despacho u oficina de su país asesore al nuestro para una solución, definitiva y permanente, en un miserable puentecillo de solo 160 metros de longitud y 26 metros de anchura.
“Reciba, ilustrísimo y honorabilísimo señor presidente, nuestra anticipada y profunda gratitud –y la de nuestros conciudadanos–, en la confianza de que su gobierno nos ayudará en este trance tan doloroso e inexplicable, con lo cual, por otra parte, se estrecharán todavía más, si cabe, los lazos de amistad que unen a nuestros pueblos”.
(Debajo de la carta aparecen varios nombres ilegibles con sus respectivas firmas, borrosas todas).
Desenlace. ¡Ay, Dios! Justamente en este instante, tras releer la transcripción del documento, acabo de darme cuenta de que no existe Acatidepu y de que nadie ha escrito nada. Y es que –ahora sí lo recuerdo bien– se trata de mi actividad onírica de anoche, un dulce sueño, pues barruntaba una tenue luz al final del túnel, o del puente, que, para el caso, da igual: la oscuridad es la misma.
El desenlace, como la “carta”, es desgarrador: seguiremos con la receta de “ajo y agua” (¡a joderse y aguantarse!) durante, al menos, otros siete años más.
El autor es filósofo.