PEKÍN – El gran desfile realizado en el centro de Pekín el 3 de setiembre para conmemorar el final de la Segunda Guerra Mundial en China resaltó dos narrativas contradictorias, ambas inmensamente importantes para entender la futura trayectoria de ese país.
La primera de ellas tiene que ver con una fortaleza que China ha descubierto recientemente: en las últimas dos décadas de rápido crecimiento económico, el presupuesto militar chino ha aumentado bruscamente; el año pasado, más del 12%.
Al exhibir públicamente su armamento más moderno, los líderes chinos han dejado en claro que nunca permitirán que el país sufra nuevamente como cuando fue invadido por Japón en 1937, durante la segunda guerra sino-japonesa.
Por supuesto, tal vez este mensaje no les caiga demasiado bien a los vecinos de China, después de todo muchos de ellos ya están nerviosos por el aumento de la capacidad militar china, que perciben desde la perspectiva de sus importantes reclamos territoriales y marítimos en Asia.
El presidente chino Xi Jinping anunció una reducción de 300.000 efectivos en su discurso previo al desfile, tal vez para tranquilizar a los observadores sobre las intenciones pacíficas de China en la región y como un contrapunto a la exhibición de tanques y misiles.
El anuncio de Xi también puede percibirse como una hábil manera de anunciar un importante recorte presupuestario: una medida económica endulzada por el simbolismo patriótico de un desfile que celebra el poderío militar chino.
Pero es poco probable que los vecinos de China se sientan aliviados gracias al anuncio de Xi; por el contrario, es probable que perciban los recortes como tan solo el inicio de una nueva fase de la modernización militar china, más caracterizada por el mayor uso de tecnologías avanzadas que por un gran ejército permanente.
Sin embargo, la narrativa dominante sobre la fortaleza militar no debiera ocultar los cambios más sutiles, pero cruciales, que ocurren en China.
En editoriales de periódicos y conferencias locales durante las últimas semanas y meses, reiteradamente se han usado nuevas frases para definir la experiencia de guerra del país. China está siendo descrita como “el principal campo de batalla de la Segunda Guerra Mundial en Oriente” (restando así importancia al teatro de operaciones del Pacífico, donde EE. UU. fue el país dominante), y agosto de 1945 se ha convertido en “la primera ocasión en que China ganó una guerra completamente contra un enemigo extranjero”.
Se ha preparado el terreno para instalar una nueva narrativa sobre la Segunda Guerra Mundial como parte central de la identidad nacional china aunque, ciertamente, aún hay huecos en esta narrativa.
Durante su discurso en el desfile, Xi no mencionó explícitamente a los combatientes no comunistas que lucharon contra los japoneses. Sin embargo en un acto sin precedentes, los soldados que lucharon con las fuerzas nacionalistas (del Kuomintang) de Chiang Kai-shek estaban presentes.
De hecho, el principal símbolo del pasado guerrero chino durante el desfile fue la conmovedora participación de una pequeña cantidad de veteranos chinos de la Segunda Guerra Mundial. Estos hombres, de entre 90 y 102 años de edad, eran sobrevivientes de las batallas en las que combatieron tanto el ejército nacionalista como el comunista.
Hace tan solo una década, hubiera sido difícil imaginar que veteranos del Kuomintang, alguna vez liderados por el gran enemigo de Mao Zedong, pudieran ocupar un lugar de honor en un acto organizado por el Partido Comunista Chino (PCC).
Su presencia indica que detrás de la retórica y el simbolismo marciales del desfile, está emergiendo una historia más amplia y compleja de la experiencia china durante la guerra.
China está muy interesada en remarcar su papel como uno de los principales aliados en la lucha contra el fascismo y el imperialismo en la Segunda Guerra Mundial, y considera a la ignorancia occidental de este hecho cada vez más como algo inaceptable. Pero la ignorancia en Occidente de los sacrificios chinos durante la guerra –14 millones de muertos– y de su gran contribución al contener a medio millón de tropas japonesas, también refleja la historia partisana de la guerra que se enseñó en la propia China.
Durante el régimen de Mao, la única narrativa aceptable era que el PCC lideró la resistencia contra Japón. La asistencia extranjera –incluido el importante papel de EE. UU. en China– no tenía cabida en esta historia. Tampoco el gobierno del Kuomintang, que movilizó a millones de hombres para combatir contra los japoneses.
Pero la historia de China en la Segunda Guerra Mundial no se limita al surgimiento del comunismo. Unos 80 millones o más de chinos se convirtieron en refugiados; muchos de ellos huyeron hacia el interior, aún controlado por el gobierno de Chiang. En Chongqing, capital durante tiempos de guerra en el sudoeste, miles perecieron durante los asiduos ataques aéreos japoneses, que redujeron la ciudad a ruinas.
Mientras tanto, más de 2 millones de chinos sirvieron en los ejércitos nacionalistas que combatieron la invasión japonesa. Sin embargo, después de 1949, esta historia desapareció en la China de Mao. Era políticamente imposible hablar del derrotado gobierno de Chiang, que se mudó a Taiwán, en términos que no fueran negativos. Su papel en la derrota de Japón fue omitido.
Aunque Xi tampoco mencionó explícitamente el papel de los veteranos nacionalistas durante su discurso en el desfile, recibieron un lugar de honor; una decisión que no buscaba corregir el registro histórico, sino atender a un astuto cálculo político.
Si la guerra ha de convertirse en parte de la identidad nacional china 70 años después de su final, la narrativa aceptada tendrá que ajustarse mejor a las memorias de todos quienes combatieron y sufrieron, no solo a las de los comunistas.
Esto implica que la historia oficialmente permitida en China puede llegar a ampliarse y es un reconocimiento de que el turbulento siglo XX del país fue forjado por diversos actores: comunistas, nacionalistas, liberales, demócratas y todo tipo de artistas, pensadores y escritores.
Irónicamente, la guerra con Japón –el momento de mayor peligro para China debido a una amenaza extranjera– también fue uno de los períodos más animados de participación política democrática del país.
Sería impresionante que este tributo más inclusivo al pasado chino se convirtiese en señal de un incipiente pluralismo en este país.
Rana Mitter es director del China Center en la Universidad de Oxford y autor de “China’s War with Japan, 1937-1945: The Struggle for Survival” (Título en EE. UU.: “Forgotten Ally”). © Project Syndicate 1995–2015