¿Qué es más importante para los ciudadanos: identificar a sus legisladores por la fe que dicen profesar o por sus ideas políticas? Cuando algunos medios se refieren a un grupo de legisladores como “evangélicos” o como el “bloque cristiano” no publican información estrictamente incorrecta, mas sí imprecisa. Estos apelativos entran en conflicto con los valores periodísticos de relevancia y precisión.
La religión que digan profesar los legisladores es irrelevante para reportar sobre sus actuaciones en la Asamblea Legislativa. Si sus posturas y comportamientos responden a algún credo, eso podrá ser confirmado en sus templos, por sus respectivas comunidades.
Ahora bien, en lo que corresponde a su quehacer legislativo, el grupo de diputados identificados habitualmente como “cristianos”, así como algunos de otros partidos, han mostrado una postura ultraconservadora.
Ello se comprueba por su apego a una línea dura dentro de una corriente conservadora adversa a los cambios en la agenda de derechos humanos que se quiere discutir en la Asamblea.
Uso del lenguaje. Denominarse “cristiano” o “evangélico” implica una vocación personal de fe que, aunque eventualmente podría ser de interés público en el caso de un político, no incumbe a la labor cotidiana de su función.
Por el contrario, “ultraconservador” es un adjetivo que, a diferencia de “cristiano” o “evangélico”, es comprobable a diario en sus posturas legislativas y –aún más importante– es relevante para la opinión pública.
“Ultraconservador” es un adjetivo que califica sus actuaciones y no sus creencias.
Los periodistas tenemos la responsabilidad de presentar los hechos e interpretarlos de la manera más útil para que nuestras audiencias tengan información veraz, oportuna y precisa para su vida ciudadana.
Identificar a los legisladores ultraconservadores primordialmente como evangélicos no le brinda servicio a audiencia alguna, al Congreso y probablemente ni siquiera a las Iglesias.
Se podría sospechar que el identificar a estos legisladores como miembros de una Iglesia únicamente les da réditos políticos a ellos mismos y a sus partidos, ante los ojos de costarricenses que confían en que sus actuaciones se inscriben en su misma línea de valores religiosos.
El lenguaje crea mundos; a veces, mundos inconvenientes. Ponemos un ejemplo para hacerlo más claro: en Honduras, existe un grupo político llamado Partido Anticorrupción, pero no por eso la prensa los consigna como “los anticorruptos”.
Eso podría inducir a error y convertir a la prensa en un caballo de Troya para la propaganda política; es decir, podría acabar en un sinsentido periodístico.
Así como no hay garantía de que los miembros de un partido llamado Anticorrupción actúen con integridad, tampoco hay nada que nos garantice que los diputados que se hacen llamar “cristianos” actúen en consecuencia. La situación que nos ocupa tiene otro detalle: una actuación ética (“anticorrupta”) es necesaria y comprobable; una actuación cristiana es sencillamente incomprobable y, por lo tanto, no tiene cabida en la cobertura periodística de temas políticos.
Denominación correcta. En el 2013, el Tribunal Supremo de Elecciones obligó al Partido Restauración Nacional a eliminar la figura del pez de su bandera porque consideró que el incorporar un símbolo cristiano en su propaganda política implicaba “innegablemente una amenaza grave a la libertad del sufragio”, en particular para los cristianos. El principio se repite ahora con la ayuda (interpretamos que inocente) de la prensa nacional.
Aunque Costa Rica no tiene un Estado laico, ya se está haciendo tarde para tener un periodismo laico. Por la salud de las buenas prácticas en el oficio, de nuestra democracia y –¿por qué no?– de la reputación de las Iglesias, sepamos decir que los diputados que se denominan “cristianos” son ultraconservadores.