La razón predominante que esgrimieron los promotores de la salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE), durante la campaña previa a la celebración del referéndum, fue que, de seguir siendo miembros del bloque, tendrían que mantener la norma de libre tránsito transfronterizo que adoptó, hace ya varios años, la organización.
Ese mensaje de miedo y xenofobia fue apropiadamente encubierto bajo el ropaje del orgullo británico –“tenemos que independizarnos de los burócratas de Bruselas”– y del “pobrecito” –“el Reino Unido aporta miles de millones de euros a Europa a cambio de nada”, lo cual es falso–.
De esta forma, la mezcla de miedo, orgullo y sensación de injusticia hizo posible una mayoría electoral.
Por encima de las conveniencias económicas o políticas de otra índole, los promotores de la salida del Reino Unido de la UE postularon el miedo a los inmigrantes y, detrás de ellos, a los terroristas como la razón fundamental para aislarse y, de esa manera, controlar mejor sus fronteras.
Xenofobia. Aunque ahora la victoria del sí se presenta como un acto de adoptar la independencia, el hecho cierto es que durante la campaña la xenofobia fue el eje rector de los que abogaron por salir.
De esta forma, una vez más, los extranjeros son el peligro, lo malo, lo que hay que detener y sacar de las fronteras de las naciones. Es fácil buscar en un tercero la culpa de nuestros males.
Ese populismo, despojado –presuntamente– de ideología es una corriente que toma fuerza en el mundo. En Estados Unidos, Alemania, Francia, Grecia y otras naciones desarrolladas, esa corriente cubierta con el ropaje nacionalista ha hecho de la xenofobia una ideología.
No deja de ser una paradoja que esas corrientes tomen fuerza en un mundo globalizado, donde la interconexión de hechos en un país tiene sus réplicas y efectos en casi todos los demás.
Ya no existe lugar en donde aislarse lo suficiente para vivir “sin contagiarse” de lo que pasa en el resto del mundo.
Populismo local. Costa Rica no está exenta de ese fenómeno, que no es propio de las derechas nacionalistas, también las izquierdas han sucumbido, en muchos países, a unas formas de populismo que ofrecen a los electores el oro y el moro sin que dichas ofertas tengan más sustento que la demagogia con que son expresadas.
Hoy, aún más que ayer, los electores deberán exigir a sus dirigentes políticos definiciones claras en materia ideológica y reclamar que se diga a los ciudadanos el verdadero origen de los problemas que los aquejan sin buscar en el otro, el extranjero, el inmigrante o el refugiado la culpa de los propios males.
El autor es abogado.