Obviamente, la autoridad que ejerce un padre de familia tiene numerosas consecuencias para los hijos y la madre. No tan obvios son los efectos que, a su vez, tiene ese papel o responsabilidad para los padres mismos. Quienes, a lo largo de muchos años, hemos vivido las dichas y desdichas de la paternidad enfrentamos numerosas contradicciones que no son fáciles de explicar. Pero sí conviene intercambiar experiencias y conocimientos al respecto, aun cuando lo que aprendamos de ellos sea siempre parcial y transitorio.
Dentro de esa línea, estimado lector, voy a compartir con usted algunas enseñanzas presentadas en un pequeño libro escrito hace más de cincuenta años, cuyo título es A Primer of Freudian Psychology ( Una cartilla de psicología freudiana ), cuarta edición, 1958. Para mí es una obra de gran valor porque fue heredada por mi padre a mi hermano mayor, quien, a su vez, me la obsequió; y fue escrita por Calvin Hall, profesor de Psicología de la Western Reserve University, Estados Unidos. Así, puedo afirmar con certeza que ha sido un instrumento didáctico de mi “clan” o familia extendida entera, a través de tres generaciones (lo he recomendado y compartido con mis hijos).
Acumulación de influencias. Aquí voy a destacar solo una parte de la obra, que se refiere al superego. Este es un término inventado por Sigmund Freud para referirse a la acumulación de influencias entre los padres y el resto de la familia, especialmente los hijos. Y contiene los valores, actitudes y patrones de comportamiento que cabe llamar “consciencia”, la cual gira en torno a las relaciones con el padre. Es como una estructuración e interiorización de la autoridad, que gobierna el comportamiento de las personas.
Advierto que Freud también estudió profusamente otros dos componentes de la personalidad que llamó id y ego , que los límites de este espacio no me permiten describir y discutir también. Solo resumiré algunos aspectos referentes al superego. Este es un mecanismo mediante el cual trasciende la capacidad de los padres para controlar el comportamiento de sus hijos. Pero, al mismo tiempo, constituye una formación psíquica que racionaliza las expectativas –y ordena las actitudes de los hijos– respecto al padre.
Así, se establecen dinámicas “padre-hijos” que varían entre el corto y el largo plazo: mientras los hijos dependan materialmente del padre, este contará con más capacidad, instrumentos y oportunidades para hacer valer sus criterios, pero, cuando los hijos se independizan, el mismo superego se convierte en base para juzgar a su propio padre. Todo esto puede ser, a veces, para “placer” o “conveniencia” (“bien”); otras veces, para “dolor” o “perjuicio” (“mal”), y las consecuencias de todo ello dependen de la madurez intelectual y sentimental que cada parte va alcanzando en el transcurso del tiempo.
Al fin y al cabo, cada padre, y cada hijo, debe preguntar y responder en cada momento lo siguiente: ¿el superego es carga o liberación en la vida?, ¿suministra luces para alumbrar adelante y dirigirse al caminar, u oscuridades que hacen tropezar y caer?