Un columnista fijo de este periódico, Juan Carlos Hidalgo, cuyos artículos se publican los lunes, levantó su lanza y su espada para dedicar su tema semanal, el 15 de mayo, a atacar al PLN. Su escrito no aporta nada para elevar el nivel de la discusión política ni en este momento ni en la campaña que se avecina. Oportunidad perdida. Con un electorado muy escéptico ante la política y ante todos los partidos, él insiste en agravar ese negativismo. Este escepticismo de los ciudadanos no es exclusivo de los costarricenses, como el propio Hidalgo lo ha señalado con alguna frecuencia, reforzarlo solo beneficia al populismo que supuestamente él rechaza. Cito una frase de Cervantes: “Cosas veredes, Sancho amigo”.
¿Pero qué hay detrás de este ataque? Lo primero es que, a pesar de fallas organizativas y el error de convocar unas elecciones internas tan complicadas mecánicamente hablando y prácticamente imposibles de administrar por el Tribunal de Elecciones Internas, el PLN logró llevar más de 400.000 votantes, cifra nada despreciable. En Italia por ejemplo, el PS llevó por esos mismos días, proporcionalmente, como una tercera parte de ese número y reeligió a Mateo Renzi como su líder y se apresta a ganar las próximas elecciones y formar un gobierno que realice las necesarias reformas que antes inició. Reformas de calado requieren legitimidad fuerte y, por eso, también partidos con amplias bases, no solo “movimientos” con apoyo coyuntural.
La segunda razón es que, a pesar de todo, el PLN y su candidato, Antonio Álvarez, encabezan hoy las encuestas de opinión, a buena distancia de sus adversarios. Hidalgo y los políticos que están en sus antípodas ideológicas se unen cuando de atacar al PLN se trata. Y todos se han visto sorprendidos por la resiliencia y capacidad organizativa del PLN, a pesar de soportar ataques constantes de tirios y troyanos.
Entonces, descienden de sus atalayas ideológicas quienes hasta ahora se han mantenido “en las alturas” para zambullirse en las viscosas aguas de la política electoral.
Ataques. No es de extrañar mucho: Hidalgo ha atacado a cada uno de los expresidentes liberacionistas cada vez que ha podido. En su columna, vuelve a arremeter contra Óscar Arias y Laura Chinchilla. Yo tuve que corregirlo hace algo más de un año cuando usó sus propios “hechos” para atacar a José María Figueres y al Ministerio Público porque este, apegado a la evidencia, desestimó cualquier acción contra el expresidente.
Ahora ataca a Antonio Álvarez porque él es el candidato liberacionista. Sus dos principales reclamos son: que la fracción del PLN ayudó a elegir al actual presidente de la Asamblea Legislativa, “un cuestionado predicador evangélico fundamentalista”, en palabras de Hidalgo. Y que Álvarez hizo “un pacto con los sindicatos de la Corte para que la Asamblea Legislativa enterrase una modesta reforma a las pensiones del Poder Judicial”.
Sobre lo primero: las creencias de un diputado no deben ser impedimento para ser elegido en un puesto para el cual la Constitución lo habilita, aunque a uno no le guste la manera como piensa esa persona. Puestos ante las opciones, en una Asamblea de 9 fracciones y 14 “bloques”, es casi imposible que a quien se elija no tenga ideas objetables por un número importante de congresistas y de la ciudadanía en general.
Enfoque erróneo. El columnista debe ser más analítico que el costarricense promedio, quien frecuentemente opina sobre la base de argumentos efectistas. Es sano que los columnistas tengan una ideología y opinen desde ella. Pero en materia tan principal como la de elegir al presidente de la Asamblea Legislativa, el valor más preciado que los demócratas hemos de defender es que él actúe apegado a la Constitución, el reglamento interno y la legalidad en general, buscando siempre la equidad en los debates y en la representatividad y la agilización de la tramitación de las leyes.
Sus propios proyectos como diputado, sus creencias y hasta su ideología resultan secundarios en tanto sea objetivo y guardián de la legalidad en la conducción del debate y el respeto a las leyes. Por ello, pienso que Hidalgo yerra en su enfoque del asunto.
Es muy conveniente que el presidente del Congreso mantenga el orden, atine en “leer” el momento político y el ambiente de acuerdo prevaleciente en el Parlamento, y así emplee su investidura en facilitar consensos.
A diferencia del speaker of the house en el Congreso de EE. UU., nuestro presidente legislativo es más un conductor de debates y una voz calificada cuando habla en nombre del más amplio consenso que el líder de su bancada. Puede, si gana el respeto y liderazgo entre fracciones diversas, ir más allá y encabezar en ciertas coyunturas el logro de acuerdos y consensos. Pero nunca puede actuar solo, a riesgo de complicar su labor y la del cuerpo que preside.
Lo digo por experiencia propia y con el orgullo de haber contribuido de modo eficaz a la aprobación de muchas leyes importantes durante el período en que ejercí ese cargo entre mayo de 1997 y abril del 98.
Pensiones. Y esta última explicación me permite refutar otro “hecho alternativo” de Hidalgo: el acuerdo sobre el tema de pensiones de los funcionarios judiciales fue una negociación de jefes de fracción, no de Antonio Álvarez con el Frente Amplio. En todo caso, ese proyecto no resolvía los graves problemas de equidad ni de factibilidad financiera del régimen de pensiones y jubilaciones de la Corte, que reside principalmente en los privilegios de los más altos salarios y no en los de la masa de esos funcionarios comprometidos privada y públicamente a impulsar una reforma que haga que su régimen sea autosustentable, variando los parámetros de cotización, edad y reposición, y mejorando sustancialmente la gestión, sin que el fisco deba aportar nada adicional a lo que hace con otros regímenes. Debemos estar atentos a que esto sea así.
Como diría el legendario presidente de la Cámara de Representantes de EE. UU., Tip O’Neil, “Juan Carlos, usted tiene derecho a sus propias opiniones, pero no a sus propios hechos”. Y puede agregarse: Hidalgo escribe y habla muy bien, a veces pone el dedo donde corresponde, pero no está bien que acomode los hechos para justificar sus críticas contra el PLN y sus altos personeros; después de todo, la mayoría de los electores costarricenses se ubican en el mismo espacio político-ideológico que el PLN ha ocupado por largo tiempo.
La realidad evoluciona y las respuestas han de cambiar, pero también es terca en mostrar que las ideologías puras de los libros no sirven para gobernar, de ahí, ajustes en políticas en el PLN. Por ello, hace muy bien a la democracia la existencia y supervivencia de un partido histórico como el PLN, a diferencia de lo que ha ocurrido en países cercanos y lejanos con partidos “tradicionales”.
Finalmente, es claro que el PLN tiene por delante tareas muy serias para ganar las próximas elecciones: de unión en el propio partido y de atracción de parte del electorado que le pide más rectificaciones. Pero un verdadero demócrata ha de aceptar que es preferible la reforma organizativa y el remozamiento programático del PLN, que seguir tratando de acabar con la principal y más sólida organización política del país, pues a pesar de sus errores, ha logrado liderar la mayoría de los procesos para que Costa Rica siga siendo magnífico ejemplo ya no solo regional sino mundial, en muchos campos.
En otros artículos espero indicar y profundizar en algunos desafíos y acciones prioritarias para seguir progresando como sociedad solidaria y sostenible, en las cuales podemos coincidir muchos con preferencias políticas distintas.
El autor es economista.