En casos extremos, algunos gais víctimas de sus propias inseguridades intentan enmascarar su secreto mostrando hostilidad hacia su grupo de pertenencia.
La animosidad que provoca en activistas radicalizados este tipo de actitudes, deriva en un sentimiento de venganza que expresan mediante el develamiento de la homosexualidad de esa persona con el único objetivo de denigrarla y humillarla.
La paradoja de esta práctica radica en que no solamente no consigue eliminar la ofensa, sino que da validez a las prácticas discriminatorias cometidas históricamente por la mayoría heterosexual contra las minorías sexuales, pues la exhibición pública de estas personas es parte esencial del discurso estigmatizador, en tanto incrementa la configuración vergonzosa y punitiva de las relaciones homosexuales, justificándose de esta forma su rezago cultural y repudio social.
Reglas propias. La cuestión central en este debate entre el derecho a la intimidad y la visibilidad impuesta, gravita sobre el derecho que reclama el colectivo gay –y otros grupos sociales– de dictarse sus propias reglas comunitarias frente al universalismo de la ley en el que se sustenta nuestra convivencia.
Ambas posiciones tienen en común la lucha contra la discriminación. Pero los primeros se atribuyen la potestad de castigar por sí mismos (haciendo visibles) a quienes consideren que los agrede (como ocurre con las bandas criminales), mientras los segundos, aun reconociendo la dignidad del grupo y su derecho de defenderse, encuentran en el respeto a las garantías individuales y el derecho penal aplicado en condiciones de igualdad a todos los ciudadanos sin importar su condición un límite infranqueable a su respuesta.
Después de casi quince años de haber puesto en la agenda nacional el tema de los derechos civiles de las parejas del mismo sexo, los logros, aunque escasos, son significativos.
Solo como ejemplo: reconocimiento de la existencia de la minoría homosexual como población merecedora de derechos, igualdad de derechos de las parejas gais en colegios profesionales, prohibición expresa de discriminación por orientación sexual, aseguramiento entre sí de los integrantes de parejas gais.
Estas conquistas dejan en evidencia que la mejor solución ante los problemas que enfrenta la población sexualmente diversa es la justicia reparativa por medio del Estado de derecho, y no la justicia vengativa y arbitraria que se forja bajo el principio de que el fin justifica los medios.
Este principio está construido sobre un relativismo ético, que indefectiblemente desemboca en un canibalismo político y social donde las fronteras de lo justo y lo injusto, lo correcto y lo incorrecto, lo moral y lo inmoral desaparecen, legitimando la violencia particular en todas sus formas, desde las más refinadas hasta las más caricaturescas, desde las más suaves hasta las más duras y despiadadas, sin importar la violación de derechos humanos ni la ley.
Vías correctas. Por más que quienes estemos comprometidos en la lucha por los derechos humanos seamos atacados, aun de las formas más soeces y viles, debemos respetar la dignidad de todos, incluso la de nuestros enemigos.
Esto último no es una renuncia a nuestro derecho de autodefensa. Es un desafío a nuestra creatividad, para hacerlo por las vías adecuadas.
Desde esta concepción, no resulta válido cohonestar prácticas que violen el derecho a la intimidad, como ocurre cuando un gay –o quien sea– “saca del clóset a otro gay”.
La violencia inherente a este hecho es tan nefasta como la negación de derechos a las parejas gais. En una sociedad donde todo se vale, nada vale.
El autor es abogado.