Sin ningún remordimiento, el viejo edificio de la Biblioteca Nacional fue derruido y dio paso a un parqueo público. De aquella histórica estructura, construida en 1888, sobrevivió solamente un pequeño muro perimetral de aproximadamente un metro y 30 centímetros de altura.
El muro, que en el pasado representaba la base y cimiento de un templo de conocimiento, se convirtió en el basurero y servicio sanitario a cielo abierto más grande del país, ubicado en el mismo corazón de la capital.
Orines, excrementos humanos, basura de todo tipo, conforman el ornato de los casi 75 metros de longitud de algo que en el pasado fue una acera sobre la calle quinta, pensada y construida en función de la seguridad y comodidad de los josefinos y visitantes de la ciudad de la época.
Hoy se transita por ese espacio asumiendo los riesgos de resbalarse al pisar los orines que discurren desde el muro del recuerdo, que dibujan estelas de diferentes tonalidades en las piezas de piedra laja, muchas de ellas quebradas, desalineadas, otras inexistentes. Meter el pie en un hueco forma parte del menú de riesgos.
El paisaje lo termina de conformar una vieja estructura de metal, sin identificación alguna de su propietario, sin claridad de si está en uso o en desuso, de esas que popularmente denominamos “gabinete de telefonía”.
Esta estructura es por excelencia el lugar predilecto de los “orinadores” para satisfacer públicamente su necesidad. Esta les permite ocultar su rostro y sus partes íntimas, asumiendo un estado de anonimato frontal, mientras disfrutan del placer que representa evacuar las aguas residuales corporales. Sus bases, oxidadas y carcomidas, reflejan su funcionalidad como orinal a cielo abierto.
La zona es ruta de paso obligado para algunos que, como quien escribe, laboramos por la zona. También cientos de turistas, de forma voluntaria, transitan por los alrededores del parque Morazán, motivados por conocer, disfrutar y llevar un recuerdo gráfico de la belleza arquitectónica, de varias de las edificaciones ubicadas en los alrededores de la antigua Biblioteca Nacional.
No quiero ni pensar en la impresión que se llevan, y los comentarios que pueden generarse cuando se ven atrapados en medio de ese ambiente de inmundicia, suciedad y olores insoportables.
Y la Municipalidad de San José brilla por su ausencia.
Carlos Bejarano Cascante es ingeniero.