Acabo de leer La ONU que yo viví, de Eduardo Ulibarri, y debo comenzar por agradecer al autor la excelente contribución que hace a la literatura testimonial, tan poco usual en nuestro país, y el profundo, bien informado e interesante libro con el que nos relata su paso por las Naciones Unidas.
Lo usual es que nuestros diplomáticos, al final de sus funciones, presenten un balance de su labor a conocimiento de la Cancillería, que termina en sus archivos y no trascienda más allá de sus paredes.
Me alegra sobremanera que, por su vocación y sólida formación profesional, el periodista Eduardo Ulibarri vaya más allá y nos presente un balance público. Contribuye así a desmitificar la vieja y falsa creencia de que la diplomacia consiste en una mera función protocolaria, que implica ir de coctel en coctel y disfrutar de los que algunos han llamado “un exilio dorado”.
Al contrario, la diplomacia requiere inteligencia, preparación, cultura general, capacidad de comunicar las ideas y propuestas que interesan al Estado y, sobre todo, mucho tacto y capacidad de convicción para impulsar las ideas que Costa Rica propone, comparte o apoya como miembro de la comunidad internacional. Y, por sobre cualquier otra cosa, obliga a defender en todo momento los intereses nacionales.
Contenido. La obra nos da cuenta, entre muchos otros temas, de la importancia que tiene en el mundo actual la diplomacia multilateral y de los múltiples e importantes temas que se estudian, debaten y analizan en el seno de las Naciones Unidas, y de las pasiones que algunos de ellos despiertan entre sus miembros, como el desarme, los derechos humanos, el Estado de derecho, la intervención humanitaria, la justicia penal internacional o la protección del medioambiente, para mencionar unos pocos.
El autor destaca la capacidad de negociación y la entrega con que los delegados de diversos Estados se dedican a buscar consensos, que a veces se alcanzan solo después de renunciar a lo ideal por lo posible, y la satisfacción que da librar batallas de principios, como las que nuestro país ha impulsado en materia de control de armas, el mejoramiento de los órganos de protección de los derechos humanos y la libertad de expresión.
También nos informa sobre el débil equilibrio entre los intereses de las grandes potencias y los llamados Estados pequeños, que a veces, contra toda adversidad, alcanzan grandes triunfos.
Nos explica la manipulación con que grupos de interés regionales o políticos tratan de boicotear causas transparentes que tienden a desarrollar o hacer efectivos los propósitos y principios fundamentales de la Carta de las Naciones Unidas; revela la satisfacción de formar parte de un equipo de trabajo que con entrega, dedicación y sacrificio se dan a su labor y la cumplen con eficiencia.
Esto hace menos pesada la responsabilidad del representante permanente ante la ONU. Todo ello lo relata de manera directa, sin reservas y con valiosas anécdotas sobre las distintas personalidades de avezados y capaces diplomáticos para hacer prevalecer sus intereses políticos o hegemónicos.
Metas. Al aprobar en la ciudad de San Francisco la Carta de las Naciones Unidas, los Gobiernos, en nombre de sus pueblos, lo hicieron para preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra, reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, promover el progreso social, impulsar el desarrollo económico y social, practicar la tolerancia y vivir en paz como buenos vecinos.
Setenta años después, como lo expone el autor, muchas de esas metas han sido cumplidas, otras se han frustrado y algunas están aún en proceso de consolidación.
Es deber ineludible de todos los Estados contribuir a que esas metas lleguen algún día a ser una realidad. Las Naciones Unidas no es una institución perfecta, pero el mundo es un poco mejor hoy de lo que fue ayer gracias, en parte, a su labor. Fortalecerla mediante acciones positivas debe ser la meta, sobre todo de los Estados que dependen del cumplimiento de buena fe de las obligaciones internacionales para alcanzar un futuro libre del temor de la guerra.
Funcionario dedicado. Cuando Eduardo Ulibarri asumió, en buena hora, sus funciones de embajador y representante permanente ante la ONU, llevó en su cartera de trabajo, entre otros, dos propósitos fundamentales: representar al país con lo mejor de sus capacidades y escribir un libro sobre su experiencia diplomática.
Y a fe que no solo desempeñó con entrega y brillo la misión que le fue encomendada, sino que lo hizo con la dedicación con la que actúa un buen diplomático.
Como producto de ello, además, nos ha entregado un libro ameno, actual y que debería ser de consulta para nuestros académicos y diplomáticos.
El autor fue embajador de Costa Rica ante los Organismos Europeos de las Naciones Unidas en Ginebra, Suiza.