Me produjo verguenza ajena contemplar la foto donde Rafael Ángel Calderón Fournier, condenado penalmente por los tribunales de justicia, se sienta junto con Otto Guevara, condenado política y éticamente por el juez de mi conciencia, la decencia, para aún mantener algún grado de participación en la vida del país.
Tras la sonrisa de ambos, la tragedia. Tras el abrazo, la perversidad. En cualquier caso, explícito ejemplo de nuestra decadencia política, llena de oportunistas, caraduras, incompetentes o pegabanderas, con o sin corbata, que hoy sobreviven detrás de ellos, como destino final de vidas sin trascendencia, más que la alabanza servil.
Es cierto que ante semejante despropósito muchos guardan silencio, seguramente por aquello del techo de vidrio, pero no veo la razón para ocultar una alianza de políticos que tras sus espaldas cargan el descrédito elevado a la millonésima potencia y la tumba de los ideales de tantas personas que creyeron en ellos.
Atrapados en su vergonzoso pasado, Calderón y Guevara claman por acabar con la continuidad y dominio de los Arias y el PLN, y olvidan aquello de que a veces el remedio puede ser peor que la enfermedad, justo como en este caso. Poner en manos de ambos personajes y de sus rastreros y ciegos seguidores nuestro destino como sociedad, no sería sino el punto final de nuestra democrática historia patria.
Cada quien arrastra sus propios pecados y ante ellos el valor de una persona se mide por la forma en que los enfrenta. Calderón y Guevara ni siquiera los enfrentan, sino que los acrecientan. Ensimismados en sus intereses que están infinitamente lejos de cualquier persona de bien, no hacen más que seguir lastrando el camino de mal ejemplo de sus carreras políticas.
Es cierto que la vida se escribe con líneas curvas, pero no tanto como para perder de vista la rectitud, siendo imposible permanecer en silencio cómplice ante el semejante trazo que ambos personajes han dejado tras de sí, como es la autocondenatoria.
Ni un asomo de autocrítica ni una pizca de verguenza propia. Nada, simplemente nada. Sangrados en sus propios vicios, ciertamente cualquier alternativa opositora que contemple semejante ecuación deberá ser rechazada por cualquier costarricense que aprecie los principios éticos en la política y que valore la cuna que heredarán a sus hijos y nietos. De lo contrario, nos veremos en el infierno.