El ingenio es imprescindible en todas las áreas del conocimiento, por eso los neuroingenieros son tan importantes para la sociedad: ellos construyen cerebros. Sí, así como suena en su voz interior, son diseñadores de cerebros, los van configurando y moldeando para enviarlos a recorrer el mundo con su propietario a cuestas. Normalmente, les llaman maestros o maestras, pero la verdad es que su trabajo consiste en ayudar a construir los cerebros de sus estudiantes.
A lo mejor, alguna universidad podría impulsar una carrera en neurodocencia o neuropedagogía, ya que los nuevos conocimientos sobre el funcionamiento cerebral, plantean con toda claridad que son los maestros quienes, junto a los padres de familia, asumen la responsabilidad de ayudar a los niños a construir su cerebro y, dependiendo de las experiencias, las del aula y las de la vida, así va a ser su capacidad cerebral.
Un niño expuesto a situaciones problema adecuadas a sus capacidades y a su realidad, va a configurar redes neuronales duraderas, las va a construir para adaptarse, para resolver y para superar los obstáculos. Su cerebro será resiliente, es decir, capaz de enfrentar la adversidad entendiendo que es parte de la vida.
Por eso el trabajo docente es tan importante y por eso la sociedad debería procurar que sus mejores elementos vayan a la docencia, pues es una manera de asegurar que las generaciones futuras vayan a tener buenos neuroingenieros, capaces de convertir el aula en un laboratorio de actividad cerebral, lúdica y productiva.
Neuroaprendizaje. Se sabe que el cerebro tiene momentos para realizar ciertas tareas y configurar los mapas neuronales necesarios para un buen proceso de pensamiento y para tener capacidad de realizar determinadas tareas intelectuales, físicas o fisiológicas. El maestro debería saber cuáles son esas etapas y cuáles experiencias las favorecen; pero el problema se da cuando no se actúa en el momento adecuado ya que el cerebro hace una “poda neuronal” y elimina las estructuras débiles o en desuso.
Una persona que no desarrolló su estructura fonológica en su infancia, no va a poder desarrollarla en la adolescencia y menos en la adultez. Recuerden el caso de los niños en la India que fueron criados por lobos y los descubrieron cuando ya tenían 13 años, nunca pudieron aprender a hablar, porque durante su infancia no desarrollaron lo necesario para poder emitir los sonidos del lenguaje humano.
La estimulación temprana en la primera infancia, los juegos orientados en la etapa preescolar, las tareas retadoras a lo largo de la edad escolar y el rigor académico en la secundaria o la universidad, son actividades que contribuyen a formar cerebros fuertes, con capacidad de analizar, actuar y resolver.
Se podría mimar a un niño, sobreprotegerlo para que no sufra el estrés del aprendizaje y el dolor de equivocarse, pero con eso no se le ayuda: más bien se le perjudica porque estaría formando un cerebro frágil, quebradizo, que al menor obstáculo, se bloquea, porque no sabe cómo enfrentarlo.
Hay docentes que engañan al niño, al padre de familia y a sí mismos porque inflan las notas solo para tener felices al estudiante y a sus padres, aunque saben que las calificaciones no reflejan un verdadero aprendizaje, sino una actitud paternalista, basada en actividades inocuas, sencillas y llanas que no requieren esfuerzo alguno y por eso no permiten al cerebro entregar su máximo potencial.
La información no es aprendizaje, y, para aprender, hay que procesar, construir significados, desmenuzar conceptos, desarmar ideas y reconstruirlas, utilizar lo procesado y, luego, aplicarlo a otras realidades.
Si queremos ponerle el colofón, sería genial que el aprendiz pueda enseñar a otro lo que aprendió, eso, garantizaría el conocimiento.
Ponga usted a un estudiante a explicarle a otro y se dará cuenta si aprendió. Si logramos cerebros que logren eso, vamos bien.