La modalidad política del así llamado “neoliberalismo” que ha aparecido en la acción, omisión y lenguaje políticos en este país, en los últimos Gobiernos, no es ni una ideología ni una modificación de las tradiciones democráticas.
En su origen histórico, el liberalismo fue un paso decisivo para desasirse de los regímenes absolutistas, y condujo a la gran Revolución Francesa de 1789, denominada “burguesa” por haberla programado la clase media. Nadie puede dudar de que esto constituye una de las más trascendentes hazañas de la historia. Durante el siglo XIX y primera mitad del XX, se fue observando que el individualismo, la presunta igualdad para todos y el dejar hacer ( laisser faire ) conducen a la injusticia social, la desesperación y el desastre. Como una reacción histórica a esos estragos sociales aparece en 1848 el Manifiesto Comunista , de Marx y Engels, una propuesta extrema.
Vivimos ya a gran distancia de esas dos extremas motivaciones políticas, ideológicas y psíquicas, con una valiosa herencia de principios y valores de ambas ideologías, que han entrado al acervo cultural e institucional de la mayor parte de los países de Occidente. Ejemplos claros: los porcentajes en las ventas, destinados a los empleados, los préstamos para inversión a los pequeños empresarios y, el más importante de todos, la “escalación” en el impuesto sobre la renta. Costa Rica y los Estados Unidos tienen un sistema de impuesto sobre la renta de rango socialista, con la diferencia de que en el país del norte se cumple con rigor y vigilancia ineludibles, mientras que en este país se burla, se elude y el Estado no lo vigila. Solo lo cumplimos con rigor los asalariados. No habrá progreso social mientras esto se mantenga así. Los bancos privados pagan un 5%, en tanto que a los sueldos altos se les cobra casi el 50%.
Una reforma del sistema tributario –del que se habla ya para el próximo Gobierno– implica una reforma a fondo del Estado, que lo fortalezca y no lo dilapide con privatizaciones que lo convierten en una piltrafa, como lo han pretendido –y logrado en parte– algunos Gobiernos, con la excepción del de don Abel Pacheco, glorioso en muchos aspectos. O se hace solidarismo o se cae en una jerigonza verborreica que propicia el caos.
Un político de hoy –en Occidente– debe tener una mentalidad solidaria, patriótica, sensible a las penurias de la mayoría, y fortalecer el Estado como fuente de toda institucionalidad y defensa de la sociedad. No puede volverle la espalda al pueblo ni secuestrar el Estado.