Hace algunos días, Ottón Solís criticó los excesivos e innecesarios viajes al exterior de Luis Guillermo Solís. Ese virulento reproche del diputado y la destemplada respuesta del mandatario confirmaron el ya evidente deterioro de la relación entre estos importantes dirigentes políticos.
Desde el inicio de la presente administración, fue notorio que las relaciones entre el presidente y el fundador y excandidato presidencial del Partido Acción Ciudadana (PAC) no eran cercanas ni cordiales, como se suponía y esperaba de dos compañeros de causa, cuyas nuevas funciones y responsabilidades exigían armonía y una expedita comunicación.
Y es que el presidente Solís nunca ha dado muestras de apreciar, y menos de agradecer, el apoyo que le brindara el legislador oficialista, arquitecto del andamiaje que le sirvió de trampolín para triunfar en el último proceso electoral, ni de comprender que esa victoria se debió, en gran medida, a que el deseo de un cambio en la política nacional se encauzó con naturalidad hacia la fuerza política que lo había promovido desde su fundación y que, bajo el liderazgo de Ottón Solís, consiguió romper el bipartidismo dominante por décadas.
Las desinteligencias y desavenencias entre ambos han sido constantes y de enorme resonancia pública, causadas, en mi opinión, por la actitud del presidente de desechar el consejo, la ayuda y la influencia del legislador, así como por los ostensibles intentos de sus cercanos colaboradores de debilitar su liderazgo y aislarlo en el seno de la fracción parlamentaria y en lo interno del PAC. También por el manifiesto desacuerdo y enojo del conspicuo diputado con la marcha del gobierno y el incumplimiento de las promesas de campaña.
Además, Ottón Solís denuncia y reclama insistentemente que muchas de las acciones del gobierno son inconsecuentes con la plataforma ideológica y programática del PAC y que la conducta de algunos de sus altos jerarcas riñen con los principios éticos que le dieron origen a ese partido, lo que incomoda y fastidia al presidente.
Como Laura Chinchilla. En el comportamiento de Luis Guillermo Solís se deja entrever y vislumbrar una personalidad con una alta dosis de soberbia e ingratitud, que tiene parangón con la conducta de su antecesora, Laura Chinchilla, cuando esta decidió desdeñar a Óscar Arias, su valioso promotor.
Recordemos que el anhelo de ver a una mujer en la silla presidencial llevó a Arias a impulsar y promover a Chinchilla, quien con ese invaluable apoyo logró ganar, primero, la candidatura presidencial del Partido Liberación Nacional (PLN) y, luego, el más alto cargo del Estado.
La valoración positiva que los ciudadanos expresaban sobre el segundo gobierno del presidente Arias y el deseo de la mayoría de los liberacionistas de darle continuidad a esa gestión fueron factores que contribuyeron sustancialmente al triunfo obtenido por Chinchilla y el PLN en la campaña política del 2010.
Sin embargo, debemos recordar que ya como candidata, Chinchilla manifestaba cierta incomodidad con el hecho de que se le considerara una marioneta de Arias, y buscaba proyectar una imagen propia e independiente, actitud en la que persistió al ocupar el despacho presidencial en Zapote y que hizo patente desestimando algunas de las iniciativas de la administración Arias y siendo omisa en la defensa de la gestión gubernamental precedente, de la cual fue partícipe como vicepresidenta y ministra.
Esto produjo un deterioro irreversible en su otrora cercana y buena relación con el dos veces presidente.
Desagradecimiento. Luis Guillermo Solís y Laura Chinchilla, ya sea como candidatos o desde el poder, han mostrado, de manera ingrata, un total menosprecio por la ayuda que les brindaron sus ilustres compañeros de partido, sin la cual probablemente no habrían alcanzado la presidencia de la República, así como un propósito claro, por su soberbia, de querer atribuir el éxito de sus respectivas carreras políticas exclusivamente a sus propios méritos, validando así la sentencia de Miguel de Cervantes, puesta en boca de don Quijote, de que “la ingratitud es hija de la soberbia”.
Creo que el país, en general, y ellos, en particular, habrían ganado mucho si en lugar de envanecerse y desestimar el concurso de esos dos destacados líderes políticos, hubiesen aprovechado los conocimientos y la indiscutible experiencia política que ambos poseen, atributos que les habrían ayudado a mejorar sus mediocres y decepcionantes desempeños en la gestión del gobierno.
El autor es exembajador ante el Vaticano.