El cine es por antonomasia la imaginación hecha realidad en el celuloide, pero como reza el ya popular y parafraseado poema de Lord Byron, “la realidad es siempre más fuerte, más fuerte que la ficción”. Hace unas semanas compré tres tiquetes en el sitio web de Cinemark. Reservé los asientos y listo: entretenimiento duro y puro desde Hollywood para mí y un par de amigos. Pero las emociones no me las llevé con las imágenes, sino con la vida real, una realidad que, aunque absurda, podría expresar actitudes fatales, típicas en la vida nacional.
Primera sorpresa: ¡Nuestros asientos ocupados!
(YO) –Disculpe señor, creo que estos son nuestros asientos. El señor saca de su bolsa los tiquetes y nos dice:
–No, efectivamente estos son los nuestros.
Salimos hasta la boletería de tiquetes por Internet para hacer el cambio. Allí nos indicaron que teníamos por error boletos para una fecha distinta, y solicitamos reasignar asientos para la función de la noche. Pero tenía que suceder: nos mandaron a hacer una fila de unos cien metros para corregir el problema.
La velocidad de movimiento de la fila era (con algo de exageración cinematográfica claro) de unos 0,0005 kilómetros por hora, y para ver una película que iniciaba en tan solo 10 minutos. Considerando además el tiempo que tardan los setecientos anuncios que se usan como prólogo común (permítanme de nuevo la hipérbole cinematográfica), supuse que nunca íbamos a ver nada.
Pedí conversar con el gerente, con Esteban, para ver si podía ayudarnos a agilizar el proceso, pero este me aseguró con total seriedad filosófica que el error era muy mío y me escupió el ahora inolvidable proverbio: “el sistema no falla, el que falló fue usted”. Solté algunas lágrimas del enojo. Pero mientras yo solicitaba más apoyo, lo que en cualquier empresa decente se llamaría intentar dejar al cliente satisfecho, mis muy inteligentes amigos cinéfilos hacían fila y ya habían casi triunfado de manera silenciosa.
Aún faltaba más:
(BOLETERA) –No les puedo cambiar ni vender nada, ustedes no hicieron la fila, según me informan por el intercomunicador.
(YO) –¡Llámeme de nuevo al gerente!
Era lo suficientemente claro, excepto para el gerente de Cinemark, que no había comprado tres boletos para ir solo al cine. Al final obtuvimos los tiquetes en asientos separados, pero sufrí un reguero de bilis que ni las palomitas pudieron aliviar.
Sin embargo, la historia no termina. Es ya enero de 2013 y mi primera noche de domingo terminaría nuevamente con entretenimiento en la pantalla. Pero como señalan algunas ideas de la película escogida, “Lo Imposible” (2012), sobre una familia que sobrevive al terrible sunami del 2004 en las costas de Tailandia, todo en la vida es totalmente posible.
La película se inició con los títulos totalmente borrosos, fuera de foco. Pensé que al iniciar la primera escena (la más impactante de toda la película) ya habrían corregido el problema. Pero no. Me levanté de la butaca para comunicar el inconveniente, y nada.
Los cientos de personas que vimos la película durante los 114 minutos de duración, la vimos borrosa, pero ante tanto efecto especial y tantas lágrimas, porque uno llora viendo Lo Imposible, nadie, salvo yo y mi dupla de la noche, levantamos reclamo.
El gerente del cine, de nuevo Esteban, me pregunta:
–¿Qué es para usted fuera de foco?
Faltaba más, tengo dos cupones para quien quiera ir a Cinemark Multiplaza del Este y ver una película o conversar con el gerente.
No me habría tomado la molestia de escribir estas dos anécdotas si pudiera no extrapolarlas a dos preguntas totalmente retóricas que podrían estar relacionadas con dos problemas de impacto nacional:
¿Será que el problema en este país es que lo borroso nos parece normal, nítido? ¿O será que creemos realmente que el sistema no falla?