Primer movimiento: Dos obras sinfónicas costarricenses llaman poderosamente mi atención: la Fantasía sinfónica sobre temas folclóricos costarricenses, de Julio Fonseca (1885–1950), y la Sinfonía en mi menor, de Carlos Enrique Vargas (1919–1998). La primera, escrita en 1937 a la madura edad de 52 años; la segunda, en 1945, con tan solo 26.
Ambos compositores, que habitaron un país y espacio de tiempo común, pertenecieron a mundos sonoros muy diferentes.
Fonseca recurrió a lo que se conoce como el “nacionalismo musical”, acudió a temas folclóricos (compilados previamente) para su elaboración, flirteando con lo criollo. En la Sinfonía, Vargas apostó por una combinación de diferentes lenguajes de época, gravitando en la estética del romanticismo tardío centroeuropeo, con algunos pasajes, que en perfecta armonía podrían escoltar las imágenes del cine negro, al mejor estilo de E. Korngold o I. Dunayevsky.
Pero, en este contexto, ¿qué elementos tienen en común estas obras y qué enigmas encierran?
Veamos: estas creaciones musicales no fueron pensadas para ensambles de cámara, ni para ninguna otra variable orquestal, al contrario, se trata de una concienzuda escritura para “orquesta completa”, es decir, con el aporte sonoro de todas las familias instrumentales que la constituyen (como dato curioso, la Fantasía incluye brevemente unas guitarras acompañantes y la Sinfonía, un piano).
¿Cómo pudieron haberse interpretado estas obras en la Costa Rica de los años 30 o 40 del siglo pasado?, ¿contaban en esa época con la suficiente cantidad de músicos para enfrentarlas profesionalmente?
Ambas piezas fueron interpretadas en suelo patrio, pero, lamentablemente, no contamos con ningún registro sonoro de esos acontecimientos, solo podemos suponer vagamente cuál pudo haber sido el resultado.
Lo que si resulta llamativo es que estas obras musicales, que son de enorme importancia para la historia del sinfonismo nacional, fueran imaginadas.
Segundo movimiento. La orquesta sinfónica: La orquesta sinfónica es un invento histórico europeo. La mayor parte de su repertorio ha sido escrito en esa zona del mundo. Se consolida en el siglo XIX y amplía su tamaño en la mayor parte del XX.
Este formato orquestal se extendió a nuestros países producto de la influencia cultural, al considerar su repertorio y actividad como sinónimo de “alta cultura”. Básicamente, se desarrolló con una programación convencional. También aparecieron en el panorama obras emblemáticas latinoamericanas.
Tercer movimiento. El sinfonismo nacional: En nuestro país, la década de los 70 del siglo pasado trae vientos de cambio. Se profesionaliza el trabajo de músico, y se le dignifica. La Orquesta Sinfónica Nacional de Costa Rica (OSN), fundada en 1940, sufre una transformación radical. Se invita al país a un grupo importante de músicos extranjeros, que junto con los nacionales dan forma a una agrupación que, de inmediato, da un salto cualitativo. Hoy esta agrupación cuenta con 72 miembros e interpreta las obras más importantes del repertorio regular.
Surgen en el país, tanto en las escuelas universitarias de música, en la sociedad civil, como en los programas educativos integrales y municipales, agrupaciones similares profesionales y aficionadas. Entre ellas la Orquesta Sinfónica de Heredia, la de la Universidad de Costa Rica y la Municipal de Cartago.
Los objetivos y metas de estas han variado a lo largo de los años, algunos llevados a cabo con intención y otros, renta de lo cotidiano, moldeados en ambos casos, principalmente, por las circunstancias y la visión de sus dirigentes.
Cuarto movimiento. Nuevos horizontes sinfónicos: La vida continúa, se transforma, y plantea nuevos retos en todos sus ámbitos. El formato sinfónico tradicional coexiste con mayor dificultad, en un hábitat de mayor competencia con la modernidad y la tecnología. Está a prueba el demostrar sus capacidades de transformación y asimilación de las nuevas realidades.
No cabe duda de que hay muchas prácticas sinfónicas que han quedado en el pasado. Esto obliga a la actualización y modernización en todos sus costados, tanto en la dirección artística y musical como en su funcionamiento operativo. Un ejercicio que fortalezca, a final de cuentas, un colectivo con voz propia, con base en proyectos artísticos pensados, dirigidos y ubicados, en iniciativas que abran nuevos caminos que la integren a la totalidad.
La cultura, en todas sus manifestaciones, nos acompaña en nuestras acciones. Damos vida al pasado, vivimos intensamente el presente y pensamos con optimismo que formaremos parte del futuro, empleando esa maravillosa capacidad humana de poder imaginarnos.
Muchas orquestas en el mundo, como muchas otras organizaciones, buscan vigorosamente sus objetivos y sus metas, reinventándose, no hay alternativa si se desea progresar. El abanico de posibilidades de desarrollo es infinito.
El autor es director titular de la OSH, director residente de la OSN y docente de la UCR.