En el ámbito de los negocios, Oki Matsumoto es un consumado disruptor. El calificativo le calzaría en cualquier parte del mundo, pero mucho más en el rígido entorno empresarial de Japón.
En 1999 renunció a una prominente posición en la oficina japonesa del gigante financiero Goldman Sachs. Con una inyección financiera de Sony, formó la compañía Monex Inc., que desde entonces ha tenido múltiples transformaciones y un gran crecimiento.
El Monex Group (su última encarnación) es hoy un exitoso jugador mundial en tecnología y servicios financieros en línea, está inscrito en la bolsa de valores de Tokio, su valor de mercado promedio supera los $700 millones, tiene clientes en múltiples países y operaciones en cuatro ciudades: Tokio, Dallas, Fort Lauderdale y San José.
Se estableció en Costa Rica atraído por la calidad de nuestros ingenieros y frustrado por la dificultad de encontrarlos (y retenerlos) en Estados Unidos. El 8 del pasado mes, durante una conversación que tuvimos en Tokio, los elogió con entusiasmo.
Un par de horas antes, como parte de un viaje por invitación del gobierno japonés, había visitado un gigante corporativo de rancio abolengo, integración vertical y alcance global: NEC. En su origen, sin embargo, también fue una empresa disruptiva.
Fundada en 1899 como Nippon Electric Company, cuando el país vivía un período de profundas transformaciones políticas, institucionales, sociales y económicas, fue producto de la primera alianza entre una compañía japonesa y otra de capital extranjero; en este caso, estadounidense. Además, desde entonces ha prosperado atada a la innovación.
En 1983 su nombre se redujo a la sigla NEC. Según la revista Forbes, está a mitad de la lista de las mayores 2.000 compañías mundiales y es la número 316 en ventas. Ya no se considera una empresa electrónica, sino dedicada a “impulsar el poder de la innovación para lograr una sociedad de la información amiga de los seres humanos y la Tierra”. Se focaliza en la integración de equipos y sistemas informáticos para atender necesidades múltiples en ámbitos tan disímiles como aeropuertos, hospitales o gestión gubernamental.
Dos culturas. NEC encarna la tradición y el éxito de los grandes conglomerados japoneses; Monex, el vigor del cambio y el desafío a las tradiciones. En NEC prevalece la formalidad, la integración vertical y los ejecutivos hombres con trajes oscuros; en Monex no existen corbatas ni oficinas, ambos géneros colaboran con desenvuelta igualdad y se premia el talento sobre la antigüedad.
Ambos modelos de cultura empresarial son necesarios, y el desempeño de las dos empresas revela que no existe una talla única para el éxito; sin embargo, cada vez es mayor el consenso sobre la necesidad que tiene Japón de mucha más disrupción, flexibilidad y transformaciones empresariales.
Heizo Takenaka, profesor emérito de la Universidad Keio y activo en la de Tokio, me dio un dato que, en sus palabras, refleja el “lento metabolismo” de la economía japonesa: su tasa de creación y fracaso de negocios apenas llega a la mitad de la estadounidense.
Takenaka insiste en que se necesita mayor agilidad, no solo en el mundo corporativo, sino en el de la macroeconomía.
Técnicamente, existe pleno empleo (apenas 3,1% de desocupación), pero bajo una dualidad laboral sumamente rígida: por un lado, los trabajadores con contratos permanentes y altamente protegidos; por otro, los temporales, generalmente jóvenes, amas de casa y personas retiradas.
El acelerado proceso de envejecimiento de la población ha reducido el ahorro, incrementado los gastos en seguridad social y creado dificultades para estar al día con las innovaciones tecnológicas. A la vez, ha generado mayor consumo y una sociedad más orientada a los servicios.
Este reto demográfico es uno de los mayores del país. Aun así, los trabajadores extranjeros solo se aceptan con cuentagotas, mediante contratos temporales, y se concentran en zonas económicas especiales.
Durante más de una década, la economía ha vivido estancada. Los amplios estímulos monetarios y fiscales introducidos por el primer ministro Shinzo Abe en el 2012 frenaron la tendencia, pero han tardado en surtir efecto. El año pasado se logró un crecimiento apenas superior al 1%, movido por las exportaciones.
Takenaka destaca el éxito internacional de las empresas japonesas, pero considera indispensable impulsar el dinamismo de un mercado interno de 120 millones de personas, con ingresos promedio per cápita de $38.000 anuales, “la segunda población más numerosa entre las economías desarrolladas”.
Reformas y TPP. Para que la reactivación eche raíces y florezca, me dice, es necesario avanzar hacia transformaciones estructurales profundas; entre ellas: reforzar la gobernanza corporativa, crear un mercado flexible de trabajo, reformar el sistema de seguridad social, concesionar al sector privado actividades en manos oficiales (como, por ejemplo, la administración de aeropuertos) y avanzar hacia la consolidación fiscal.
Otro destacado académico, Kenichi Kawasaki, del Instituto Nacional de Estudios Políticos, manifestó por separado amplias coincidencias con Takenaka. Para él, son clave el estímulo fiscal (en curso), reformas estructurales amplias, desregulación y, en general, mayor eficiencia.
Me llamó la atención que en nuestras conversaciones ninguno de los dos economistas se refiriera espontáneamente a la salida de Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), del que Japón es suscriptor, al igual que otros nueve países de Asia-Pacífico.
Al preguntarle sobre el tema, Kawasaki aclara que el TPP es importante, pero menos ambicioso de lo que parece: aunque cubre un 90% de los bienes, para Japón estos solo representan el 60% del comercio; además, el 80% de su producto interno bruto proviene de las inversiones y el consumo domésticos. Takenaka, en cambio, lo considera “fundamental”.
Los dos economistas creen posible que, sobre la base de ese tratado, Japón y Estados Unidos logren negociar un acuerdo de mayor calidad, que luego pueda ampliarse a otros países. De hecho, tras las reuniones sostenidas en febrero entre el presidente Donald Trump y el primer ministro Abe, uno de sus acuerdos fue encomendar a sus respectivos vices iniciar conversaciones sobre mayor cooperación económica.
Fuentes de dinamismo. Sin embargo, ambos otorgan prioridad a las reformas internas como el impulso fundamental para un mayor dinamismo de la economía. Es una tarea vinculada en gran medida con decisiones macroeconómicas; pero su impacto será moderado si no condujera a transformaciones allí donde se crea la mayor parte de la riqueza: en las empresas.
Muchas, como NEC y Monex, están en las ligas del cambio, a pesar de sus culturas tan distintas. Saben que no pueden permanecer estáticas y que la innovación, la focalización y la ampliación de oportunidades dependen, esencialmente, de ellas. Para impulsar una nueva ola de crecimiento, serán necesarios muchos más emprendedores al estilo de Matsumoto; pero igualmente importantes serán el volumen, músculo financiero, estabilidad y ADN innovador de los grandes conglomerados, o de las pequeñas y medianas empresas tradicionales.
Japón es un dínamo económico con muy pocos pares en el mundo. Sus dirigentes y empresarios lo saben; se refleja en las condiciones de vida de su población, pero también saben, como me dijo el economista Takenada, que debe acelerar su metabolismo y convertir las modestas señales de reactivación en una tendencia robusta a largo plazo.
Este es el último de dos artículos tras un reciente viaje a Japón.
El autor es periodista.