"Quizá no solo tenga desventajas, para un país, llegar tarde al reconocimiento público de la ciencia y de la tecnología". Así se expresaba el doctor Roberto Murillo en 1988, cuando el CONICIT llegaba a sus quince años "con más valor que optimismo".
Un reciente análisis en la revista Economist nos muestra cómo los países se van ubicando en dos bloques, los que producen bienes "humildes", donde hay predominio de la mano de obra calificada, y los que se están centrando en la producción de bienes y servicios basados en trabajadores calificados y tecnología. Los países industrializados han tenido que aceptar su desventaja competitiva en relación con países que tienen niveles salariales muy inferiores. Países como Alemania, con un promedio de US$24,90 por hora laboral en el sector manufacturero, debe enfrentar a países que, como México, tiene una mano de obra no calificada diez veces menor, o países como China y Tailandia, donde puede llegar a ser treinta veces inferior. Es así como una gran cantidad de países buscan una salida en la maquila y en la producción de bienes con poco insumo de conocimiento y tecnología.
¿Hacia qué bloque vamos nosotros? En América Latina, como en otras regiones, los países han estado formulando estrategias de desarrollo tan similares y poco imaginativas, que no se necesita ser experto ni para formularlas ni para defenderlas. Esos enfoques pueden ser correctos, pero no suficientes para un gran despegue. Si nuestro propósito es pasar al grupo de los llamados países emergentes, deberíamos hacer algo más de lo que está haciendo la masa, no después, sino durante. Es aquí donde la tecnología, integrada a otros factores, se transforma en un factor clave.
Dado que la ciencia y la tecnología implican un alto insumo de recursos, es importante tener en cuenta que no todo lo que se destina a ese fin es sinónimo de inversión.