En el rincón de un cabaré de no muy buenas recomendaciones, aparecía allá por 1927, un flacucho, fumador empedernido, tocando el piano y cantando; su voz no era muy buena, pero la manera de acariciar el teclado era maravillosa. Las canciones que cantaba las escribía él mismo...
..."Dime si tu boca, pequeñito pañal, diminuto coral, es para mí..."
..."Blanco diván de tul aguardará, tu exquisito abandono de mujer"...
..."¿Dónde está tu boca de colegiala?, dibujada para mí, hace tiempo la perdí..."
Un día apareció Juan Arvizu para cantar en uno de los hoteles de mayor renombre. Arvizu ya contaba con cierto prestigio dentro del ambiente artístico mexicano, le llamaban La Voz de Seda y grababa discos para la RCA, Victor. Al final de su presentación, se le ocurrió ir a dar una vuelta por los alrededores de la ciudad y allí se metió en aquel cabaré en donde le llamó la atención el sonido del piano en medio de un ambiente de humo y alcohol. Cuando se acercó, el pianista le cantó alguna de sus canciones y Arvizu quedó fascinado.
De allí nació una amistad que duró toda la vida y comenzaron a aparecer en discos Farolito, Tus pupilas, Cumbancha, Palmera, Concha nácar, Azul y muchas otras que Arvizu grabó con gran delicadeza.
El nombre de Agustín Lara comenzó a aparecer en las marquesinas y su música cruzó todas las fronteras. A España le hizo una canción por cada ciudad: Murcia, Toledo, Granada, Sevilla, Valencia, Madrid...
"Toledo, lentejuela del mundo eres tú..."
..."Granada, manola cantada en coplas preciosas, no tengo otra cosa que darte que un ramo de rosas..."
..."Valencia mía, jardín de España, quiero los aromas de tus jazmineros para mi canción..."
"Cuando vayas a Madrid, chulona mía, voy a hacerte emperatriz de Lavapies..."
Y a las mujeres: ¿Qué no les dijo?
"Debo a la luna, el encanto de su fantasía, y a tu mirada, el dolor y la melancolía..."
"Mujer, mujer divina, tienes el veneno que fascina en tu mirar..."
"Hay en tus ojos el verde esmeralda que brota del mar, y en tu boquita la sangre marchita que tiene el coral..."
Y en México le cantó a Janitzio: "Son tus redes de plata, un encaje tan sutil..."
Al puerto de Acapulco lo inmortalizó con aquello de "Acuérdate de Acapulco, de aquellas noches, María Bonita, María del alma..."
Y sobre todo a Veracruz, su tierra natal, le dedicó pensamientos tan hermosos: "Veracruz, rinconcito donde hacen su nido las olas del mar..."
También dibujó delicadamente sus noches: "Vibración de cocuyos que con su luz, bordan de lentejuelas la oscuridad."
Había razón para que, tanto Madrid como Veracruz, le erigieran un monumento.
Una vez pregunté en aquel puerto, dónde quedaba la estatua de Agustín Lara.
"Es lejos --me dijeron en el hotel. Tendría usted que tomar un taxi o caminar por el malecón un par de kilómetros".
Como era temprano y no tenía nada que hacer, me fui caminando, para disfrutar de la brisa y el paisaje del atardecer. De verdad quedaba lejos. Al fin vislumbré la figura de bronce en lontananza. Cuando llegué al pedestal me quedé contemplándolo y un rato después le dije a un vendedor de nieve que andaba por allí cerca: "La verdad es que no se me parece a Agustín Lara".
"No, manito" --me dijo. "Ese es Ruiz Cortínez; Agustín está más allá".
¡Más allá!
Más allá quedó su figura inmortalizada en los pentagramas que guardaron un día de silencio hace 25 años para despedir al maestro, que hoy sigue cantando a los corazones románticos y a su querida Veracruz que nunca lo ha olvidado y lo consagró en el bronce para siempre.