Un reciente editorial de La Nación , “La reestructuración del INVU”, publicado el pasado 1 de octubre, vuelve a llamar la atención sobre cómo se lleva a cabo la planificación urbana en Costa Rica y apunta a la institución que tiene a su cargo esta tarea, sin haber obtenido los resultados deseados.
Decimos que vuelve a llamar la atención porque, tres años atrás, en otro editorial ( La Nación , 6 de mayo del 2010), titulado “Traspié de la planificación urbana”, se culpa al Instituto Nacional de Vivienda y Urbanismo (INVU) de haber echado por tierra (o echado tierra) el Plan Nacional Urbano de la Gran Área Metropolitana (Prugam), a pesar del costo, esfuerzo y profesionalismo que demandó esa tarea. Todo esto, a pesar de que el mismo INVU reconoció no haber sabido supervisar el trabajo, tal como le correspondía. Con lo que llamó “elementos rescatables” del Prugam, el propio INVU se atrevió a ofrecer el Plan de Ordenamiento Territorial (Potgam), que no es más que un reacomodo del Prugam.
El editorial del 2010 termina diciendo: “Falta saber si el Estado reaccionará para establecer las responsabilidades”. La reacción del Estado, tres años después, fue presupuestar ¢9.300 millones para la reestructuración del INVU y del Consejo Nacional de Producción. Menudo regalo que deberá asumir la próxima Administración, que no es un premio a los méritos, sino, más bien, a las carencias. De lo que carece ostensiblemente el INVU, de acuerdo con lo demostrado, es de una idea clara de cómo llevar a cabo su misión de ordenador urbano. Resultaría triste que, dentro de tres años, otro editorial deba recordar, otra vez, al INVU sus objetivos como responsable del desarrollo territorial y urbano de Costa Rica.
Sin embargo, su presidente ejecutivo, Álvaro González, dijo que “el objetivo es enfocarnos en los negocios rentables para la institución”, pues la columna vertebral del Instituto es el Sistema de Ahorro y Préstamo (SAP). Estas aseveraciones dejan la sensación de que el planeamiento urbano es para el INVU un tema menor a tener en cuenta.
San José ha procurado desarrollar planes de repoblación que, hasta ahora, han dado escasos resultados. La vivienda en altura, que procura aumentar la densidad de población para que la ciudad no se extienda ilimitadamente, ha tenido más repercusión en los suburbios que en el casco urbano. Los edificios crecen como hongos, muy separados unos de otros, imponiendo sus volúmenes sobre el paisaje montañoso del Valle Central.
El plan San José Posible logró plasmar obras como la peatonalización de la calle 4 y otras propuestas más, que, de pronto, quedaron opacadas por la ocurrente creación del Barrio Chino, el cual, a cambio de nada, acabó con el emblemático paseo de los Estudiantes. Estas incongruencias hacen que lo posible se vuelva probable, como la traqueteada idea del tranvía o la foresta urbana que nunca floreció.
El fenómeno del crecimiento urbano, que es irreversible, afecta a la población mundial y es preocupación de los Gobiernos de todo el orbe. Nuestro país reacciona ingenuamente ante este reto, al presupuestar millones de colones para la reestructuración del desacreditado INVU y quedar a la espera de una pronta recuperación urbana.
El efecto más tangible de este anunciado caos es la conquista del oeste por parte de desarrolladores que visualizan a su público meta como un cliente consumidor. Multiplaza, Avenida Escazú, Plaza Tempo, Distrito 4, en Guachipelín, no son más que enclaves que, como islas artificiales y artificiosas, nos pretenden hacer creer que, accediendo a esos espacios, mejorará nuestra calidad de vida. El este de la capital reaccionó de manera similar, creándose dos mundos opuestos, con San José como tapón intermedio. En medido de todo esto, la ciudad pretende ser rescatada de diversas maneras por grupos entusiastas que fomentan los paseos en bicicleta, la visita a museos y los encuentros culturales en lugares tradicionales, en una actitud nostálgica. En las escuelas de Arquitectura se dicta una materia denominada “Urbanismo”, que enseña a los desconcertados estudiantes lo que no debió suceder con San José, si hubiera habido en su momento una adecuada planificación urbana. Estos grupos de estudiantes aprenden a adoptar a San José como su ciudad, llegan a quererla y se preocupan por rescatarla de su abandono. Año a año, se multiplican los trabajos de graduación que proponen mejoras para la ciudad, y la maestría en Urbanismo, de la Universidad de Costa Rica, forma especialistas en la materia, dispuestos a aportar conocimientos en este campo que, por ahora, parece responsabilidad de nadie.
Ocurre que, cuanto más se deteriora San José, surgen más interesados en resolver sus problemas sin que encuentren ningún eco en los encargados de su desarrollo. Eso crea frustración y desencanto en un creciente número de urbanistas, que no encuentran el lugar desde donde ofrecer sus servicios.
Jacinto Benavente, premio Nobel de Literatura 1922, decía que San José era una aldea alrededor de un teatro. Soñemos que tal vez ahora, con la reestructuración del INVU, deje de ser así.