El 6 de diciembre pasado partió de este mundo el ingeniero Eladio Jara Jiménez, mi papá.
Conocido como locutor de radio, luego como ingeniero civil y gerente del INVU, como historiador de la música nacional y hasta como compositor de canciones, quizás en la faceta que más lo identifica la gente es como escritor de artículos periodísticos, la mayoría de los cuales publicó en el diario La Nación a lo largo de cincuenta años.
En esos artículos, comentó lo bueno, lo malo, lo feo y también lo bonito de diversos momentos de la historia nacional; enalteció los logros y detalles admirables de muchos compatriotas; dio a conocer anécdotas interesantes y dignas de encomio de múltiples personajes, fueran célebres, populares o simples desconocidos; comentó libros, reseñó películas y canciones, siempre con un lenguaje sencillo pero de gran profundidad, que hizo de mucha gente sus lectores asiduos.
Varios de ellos, al enterarse de su muerte, nos enviaron sus condolencias, expresando que si bien no habían conocido a don Eladio personalmente, lo seguían a través de La Nación: ¡Qué falta nos van a hacer los artículos de don Eladio!, dijeron.
Como autor empedernido que era –de poesía, de canciones, de ensayos y hasta de novelas históricas– también fue su pasión hacer libros, varios de los cuales son colecciones de esos amenos artículos que tanto disfrutaba la gente: Esta comedia no es divina, Las nieves del tiempo y Lo que el viento no se llevó. Este último lleva en la portada la imagen de un árbol que el artista Felo García le dibujó expresamente para ello y su temática abarca la revolución del 48, sus héroes y otros héroes de la historia nacional, comentarios de libros y de músicos, reflexiones filosóficas, reflexiones, como él mismo decía, de un chiquillo de ochenta años…
También incurrió en el género ensayístico, con sus primeros libros: El señor feudal comunista y Después del terremoto; publicó una entrevista biográfica con Carmen Granados: Esa que llaman Rafela; escribió una crónica de la música costarricense titulada Noche Inolvidable, haciéndole honor con este título al inolvidable Ricardo Mora.
Una de sus últimas producciones fue un manifiesto filosófico: El universalismo, catecismo para ateos. En él expresa su evolución filosófico-religiosa y explica cómo se fue convirtiendo de católico creyente por tradición en universalista convencido de un sencillo y único principio: Dios es el bien.
Ya en sus últimos años reflexionaba sobre la muerte y llegó a la conclusión de que tal cosa no existe: “Lo más recomendable para vivir tranquilo es creer que la muerte no existe y que el día del paso trascendental solamente vamos a cambiar de forma y vamos a ser más felices”.
Los ideales éticos de quien en esta vida se llamó Eladio Jara Jiménez quedaron plasmados en una oración suya que tituló Mi credo y que finaliza con estas palabras: “Creo en los que llegaron a la tierra y dejaron algo a la humanidad. Creo en Abraham Lincoln y la liberación de los esclavos, en Víctor Hugo y la exaltación de los humildes, en Beethoven y la grandeza del espíritu, en Bolívar y la sangre derramada por la libertad.
”Creo en Jesús de Nazareth, reformador social sin paralelo, audaz, superior e iluminado; consolador de los que sufren.
”Creo en los que sacrificaron la gloria por la bondad, en los que cambiaron el poder por el honor y en los que dejaron la riqueza por la justicia. También creo en el dolor y en la esperanza del proscrito.
”Creo finalmente en todos los que pueden morir en paz con Dios y con los hombres. En todo eso, creo”.
La autora es profesora y catedrática de la UCR.