Hace muchos años asistí como espectador a un juego sobre el mecanismo de los rumores, que era más experimento y puntos sobre las íes que diversión.
En un escenario frente al público, el sujeto 1 le contaba una historia (con tinte de chisme) al sujeto 2; luego, este se la relataba a un tercero, el cual se lo trasmitía al cuatro y, así, hasta llegar a diez pases de voz. El mensaje iba acompañado de mímica y gestos que aludían a la historia. A partir del segundo, los demás sujetos del experimento se quedaban en un lugar donde no escuchaban nada, es decir, cada cual sabía solo aquello que el narrador precedente les contaba.
Por otro lado, frente al escenario, los espectadores percibíamos en vivo cómo se iba deformando el dicho de un comunicador a otro, incluidos los gestos. El cuento que repite el sujeto número 10 ya casi no conserva ningún contenido narrativo de la versión inicial, salvo algunos ejes, más bien, formales, pues el cuento se ha ido deformando y ajustando al gusto y a la forma de escucha de cada interlocutor. Este, al pasarle la historia al siguiente, enfatiza lo que más le gusta o le interesa, o lo que por bien o por mal prefiere destacar. Así funcionan los chismes contados cara a cara, con lengua suelta y oídos ávidos. El chisme, el rumor.
¿A cuenta de qué traigo a colación este viejo tema? Por mera curiosidad. Por la curiosidad que me provocan las redes sociales. Me pregunto si estas han cambiado en algo la “lógica” autodegradada del rumor en movimiento.
Es claro que las noticias no oficiales (hablemos solo de ellas), como los chismes, se expanden por la red a la velocidad del sonido –piénsese en Facebook– y a veces, según se dice hoy día, se vuelven virales, es decir, revientan por el vasto mundo electrónico como la gripe en el trópico. Ahí las cosas coinciden con el rumor tradicional.
Algo sí es diferente en la transmisión de noticias por la red: el texto se reproduce tal y como fue emitido desde el principio y se va copiando de muro en muro, con comentarios a gusto del usuario. No es sorpresa advertir el cambio de estos comentarios que le agrega cada sujeto al hacerse eco del dicho en su muro, donde sirve para que sus “amigos” lo copien y relancen a otros muros con nuevas opiniones. Los comentarios de cada persona agregan matices de interpretación que sesgan el texto inicial o enfatizan parte de él. También puede suceder que la noticia sea deforme o falsa desde el principio y se conserve más o menos intacta al pasar de muro en muro, al contrario del canal tradicional del rumor, como el juego que mencioné antes, en el que se produce una deformación por cada sujeto que escucha y se lo cuenta al otro.
Sin duda, las redes sociales son un novedoso instrumento en la circulación de noticias (para los que están en ellas, en principio), y así se convierten en una bocina más del gran teatro del mundo, en el cual reina un tumulto de noticias, unas veraces, otras sesgadas, y buena parte de ellas sumidas en la retórica de la publicidad.
Incluso así, en esta incertidumbre de información dudosa o verdadera, hay un cambio importante: la información es cada vez más democrática, como lo han mostrado las redes sociales en ciertos hechos recientes de los países árabes, aunque se corra el riesgo de la mala praxis informativa que, en la mayoría de los casos, obedece a un interés determinado.
Debo apuntar en breve cuatro hechos no menos importantes.
La práctica de los rumores a voz baja, callejeros o bulliciosos, no deja testimonio documental: así, la responsabilidad del hablante se pierde al perpetuar y deformar el dicho. En las redes sociales, al contrario, las huellas sirven, si es del caso, para llamar a cuentas al malhablado. No se debe olvidar otra cuestión: los rumores pertenecen al campo moral, ya sea en Internet o en vivo, pero solo lo señalo, pues es un asunto complejo que no puedo tratar aquí.
El tercer punto es este: por lo general, los rumores, tanto en Internet como en la calle, se alimentan de estados de cosas contemporáneos a su difusión y tienen apariencia de escándalo. La fascinación derivada de ahí le da combustible al chisme, como al huracán se alimenta del agua, para seguir hacia adelante, dando tumbos.
Por último, no deja de ser interesante el hecho histórico de que los rumores se usan y manipulan a propósito desde la tribuna de ciertos emisores con más o menos poder, para lograr efectos sociales o políticos y aun con el propósito de movilizar a una población en contra de algo o alguien.
La parodia del chisme en el escenario que vi una vez, revelaba la lógica del rumor. Pero este fenómeno psicosocial, como he apuntado, también tiene otros alcances no tan inocentes y mucho más complejos.