Trump, en su discurso inaugural, dijo cómo iba a actuar: ahora y ya. Y, en efecto, lo ha hecho: en el primer día de su mandato desapareció de la página web de la Casa Blanca las secciones relacionadas con la salud pública, el cambio climático y la cuestión LGTB.
Esos temas ya no están presentes en la página oficial ni en la agenda presidencial y, como tales, ya no existen; de esa forma “resolvió” tres grandes asuntos con un solo clic.
Casi al mismo tiempo, borró la página de la Casa Blanca en idioma español, la razón es muy sencilla: en “América” se habla inglés, los demás idiomas no, ni los pueblos que los hablan. De esa forma, también desapareció –o empezó a hacerlo– el “problema” de la multiculturalidad americana.
No hay duda de que Trump es capaz de actuar rápido y furioso en contra de todo aquello que no le gusta: basta con desaparecer los temas y con ellos los problemas reales que subyacen en la agenda de la realidad, pero no la nueva realidad trumpiana.
Contrario al avestruz que mete la cabeza en la tierra para evadir las amenazas inminentes, Trump levanta su copete y mete los problemas –o lo que él ve como un problema– en un hueco y así los desaparece y ¡zas!, listo, ya no existen.
La realidad. Pero la realidad es tozuda: el problema del acceso de millones de seres humanos a los servicios de salud en Estados Unidos –aunque ya no esté en la página de la Casa Blanca– sigue existiendo; la diversidad sexual y la diversidad cultural siguen existiendo, aunque Trump los haya desaparecido; y la amenaza del cambio climático sigue su curso sin importarle que Trump crea en ella.
Al parecer, para Trump, si la realidad contradice su pensamiento, peor para la realidad. La va a transformar a tuitazos aunque para ello se lleve en banda al planeta entero.
Siguen ahora la OTAN, el TPP, el ya negociado Tratado de Libre Comercio con la UE y el vigente con México y Canadá, el Acuerdo de París y los acuerdos en curso de ejecución con Cuba. Después vendrán otros, la consigna es “América” primero, a los demás, incluso al planeta, que se los lleve el carajo. Al fin y al cabo, “Dios protege a América”, de forma tal que si el planeta colapsa a Estados Unidos de América no le pasará nada.
Simpatías. Con el autócrata Putin son evidentes las excelentes relaciones que tiene Trump; no sería de extrañar que lo mismo suceda, dentro de poco, con el pequeño “dios” de Corea del Norte, Kim Jong-un, con quien, al parecer, Trump coincide en la visión del mundo: nos encerramos, creamos una realidad solo para nosotros y todo estará bien. Así sucede todos los días en Corea del Norte.
Podría ser que, al cabo de poco tiempo, por la visión del mundo que ambos comparten y el modelo de “desarrollo” que uno ya impuso y el otro impulsa, entre Corea del Norte y los Estados Unidos de América lo único distinguible sea el copete de Trump.
El autor es abogado.