En estos días de diciembre, muchos costarricenses enfrentan al dilema de votar y por quién hacerlo, decisión que solo puede ser tomada individualmente, pues el balance de las razones depende de la combinación de preocupaciones, aspiraciones, intereses y una pizca de resignación democrática, conscientes de que los problemas nacionales no pueden ser superados con las buenas intenciones de tres personas (presidente y dos vicepresidentes), pero sí, a partir de su liderazgo, visión y trabajo honrado.
¿Por qué ser presidente? ¿Por qué los candidatos quieren ser presidente? Máxime en el contexto de creciente desconfianza ciudadana con la clase política, ocasionada, en buena medida, por los recientes escándalos de supuesta corrupción que involucrarían a los bancos públicos, los tres poderes de la República y a la propia Presidencia de la República, según el informe de la comisión legislativa investigadora, pero lo más grave es el perjuicio a la institucionalidad democrática y al sistema político.
Entonces, por qué algunas personas deciden participar o “meterse” en política, esa actividad que genera tanta rivalidad y saca a flote tanto lo peor como lo mejor del ser humano. He aquí las cuatro razones: 1. les preocupa la situación del país y creen altruistamente que pueden mejorarla y, con ello, dejar un buen legado asociado a su nombre; 2. por características heredadas por socialización o genética, tales como la de los artistas, emprendedores o deportistas, y en Tiquicia existen algunos ejemplos presidenciales, incluyendo candidatos que representan muy bien esta condición; 3. satisfacer sus ambiciones de reconocimiento público nacional e internacional (todos reconocen a los expresidentes, especialmente a quienes mejor o mayor legado heredaron). Este es un impulso que claramente existe entre los mamíferos superiores, deseosos de ejercer una jefatura, pero en el que identifica, también, la compasión y al mismo tiempo la agresividad, tema que sostiene Carlos Alberto Montaner (2017).
Finalmente, esta lista no estaría completa sin mencionar el cuarto punto: la política, como cualquier otra actividad humana, no escapa de la corrupción y en el continente, así como en Costa Rica, los “vivazos” (no por sus cualidades intelectuales) tienden a visibilizarse en los últimos meses, porque evidencian que su interés por ocupar puestos de poder es para crear cuestionables y complejas redes de personas serviles y sin escrúpulos que sirven de bisagras para enriquecer a propios, a costas del patrimonio de bancos públicos e institutos de fomento, pasando por el daño a las arcas de ministerios, lo que explica que exista una creciente disconformidad con el sistema político. Quizás, por ello, 7 de cada 10 costarricenses respaldan una Asamblea Nacional Constituyente, según datos de Borge y Asociados (2017).
Perfil presidencial. Frente a esta realidad, ¿qué hacer? Como demócrata de nacimiento, no creo en el abstencionismo o, peor aún, en propuestas populistas, y menos autoritarias. Creo que la realidad latinoamericana nos deja contundentes evidencias sobre la importancia de resolver los problemas, a partir de mejores políticos y políticas públicas. Para ello, debemos exigir cualidades que nos permitan depurar la clase política. Propongo para estas elecciones observar entre los candidatos las siguientes características: primero, la preparación no solo políticamente integral, sino, humanista. Segundo, la firmeza moral que se requiere en estos tiempos, y ello puede ser más fácil de hallar a partir de la experiencia previa de ese funcionario y, ojo, que la falta de experiencia no es un plus, sino una interrogante.
Tercero, la valentía para afrontar los peligros del poder y ser capaz de gobernar dando la cara, característica cada vez más rara entre nuestros gobernantes, que prefieren la discrecionalidad que la rendición de cuentas. A esta lista, debe sumarse, como cuarta virtud, el trabajo duro y constante por servir y no para servirse o de permitir que lo hagan sus amigos o colaboradores. Quinto, la capacidad de construir acuerdos a partir de principios y objetivos probos. No se puede gobernar con el ceño fruncido, señalando, regañando, acusando o atemorizando a través de la prensa. Gobernar es negociar, construir consensos, pactar a partir de las debilidades propias y las fortalezas de los adversarios sin que ello signifique sacrificar principios, pero sí demostrando flexibilidad como una necesaria virtud y no como una debilidad.
En la lista tenemos como sexta cualidad, un binomio. Se trata de la sensatez y la prudencia que viene con la experiencia. Hablo de madurez y no de edad. Por eso, ojo a quienes sin experiencia proponen soluciones simplistas.
Para ir cerrando esta breve lista, no podemos olvidar la seriedad con la que deben ser abordados los problemas nacionales y, finalmente, la determinación con la cual deben tomarse decisiones, y ello sin perder el “buen humor”, aquel que humaniza al gobernante y lo acerca al resto de los costarricenses.
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Es probable que todos concordemos con que los candidatos tienen una combinación de estas virtudes, la pregunta es: ¿Quién tiene más? Y agregaría, ¿está dispuesto con humildad a buscar entre sus colaboradores, incluyendo sus compañeros de fórmula aquellas que le son escasas?
Mi consejo es: tómese el tiempo, identifique cuáles de estas cualidades observa en cada candidato y quizás la decisión no sea tan difícil como muchos creen. Si aun así tiene dudas, trate de identificar las razones que impulsan a esos candidatos a proponer su nombre, se sorprenderá de los resultados.
El autor es politólogo e internacionalista.