Suena el timbre para regresar a clases y la maestra encuentra pupitres vacíos. Es medio año y el desgano expulsa a uno que otro niño del salón de clases. Su salida del aula es una estadística más.
Mientras tanto, el sistema educativo sigue igual: copiar, memorizar y recitar como fórmula generalizada para avanzar de un nivel a otro, sin que, necesariamente, esa dinámica implique comprensión o disfrute de lo que se aprende en cada asignatura.
Lo dice el Informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA, por sus siglas en inglés). Cuatro de cada 10 estudiantes de Costa Rica están por debajo del nivel 2 (de 6 niveles de desempeño) en lectura.
Es decir, hay un 40% incapaz de identificar una idea principal de un texto e inferir información de un párrafo. Es grave porque si un estudiante no entiende lo que le preguntan, difícilmente vaya a tener un buen desempeño en una prueba y su fracaso en alguna etapa educativa será más que evidente.
¿Cómo corregir esto? Es urgente diseñar y ejecutar una estrategia para educar bien desde la primera infancia (0 a 6 años) sin esperar que el centro educativo sea quien resuelva todo.
Educar desde los primeros años implica acercar al niño a las letras, a los números y a la ciencia mediante el juego, la creatividad y la imaginación, sin que esto sea aburrido, y permitiendo que el menor sea capaz de explorar, de preguntar, de generar nuevas ideas y construir sus propios mundos, haciendo a un lado la rigidez de los mitos y los estereotipos tan comunes en las personas adultas.
Nuestro sistema educativo falla desde que su estructura está hecha para memorizar, para sacar un cien en el examen solo por sacar el cien y no por aprender; falla en el momento en que los libros y el tiempo para el estudio son tareas aburridas de las cuales hay que salir del paso.
La cultura de cumplir deberes porque sí, no genera más que amargura, frustración y es el caldo de cultivo para funcionarios insatisfechos, improductivos, que cuentan los días para jubilarse, en lugar de disfrutar de lo que hacen.
Falla sistémica. Cuando un niño deja de asistir a clases, hay todo un sistema del país que confabuló para que eso sucediera: la falta de un ambiente propicio en el hogar, el desinterés de la comunidad, la desorientación, el docente que se ausentó reiteradas veces del aula, el profesor que se niega a ser evaluado, el papá que nunca quiso prestar atención por la falta de tiempo: todos esos factores juegan un peso significativo y solo una visión miope podría pretender que sea el Gobierno el que resuelva el caso.
Responsabilizar únicamente a los maestros de la calidad de la educación sería abordar el problema de manera injusta y simplista, debido a que educar es tarea de todos. En palabras del filósofo francés Jacques Maritain: “La educación es un arte y, como tal, debe tener un fin”.
Ese fin debe trabajarse en colectivo y estar orientado en formar la responsabilidad de asumir la plena libertad interior y lograr que los individuos establezcan una sana relación con la sociedad.
La educación debe ser capaz de proveer las herramientas necesarias para que el niño pueda combatir todo síntoma de discriminación, odio, violencia, que tanto enferman a este mundo que dicen gobernar los adultos.
Para educar, hay que motivar y la motivación se logra cuando el niño se siente parte de una asignatura, donde es capaz de cuestionar, de explorar por sus propios medios, con la guía de un adulto que pretenda formarlo como ciudadano responsable.
Esta no es tarea fácil. Bien decía Quino que “educar es más difícil que enseñar, porque para enseñar usted necesita saber, pero para educar se precisa ser”.
Inversión millonaria. Si Costa Rica destina por año más de ¢2 billones en educación es un deber de todos exigir los resultados de esta inversión. Costa Rica, por mandato constitucional, debe orientar sus esfuerzos a cumplir con el 8% del producto interno bruto (PIB) en educación, siempre y cuando exista el compromiso social de evaluar la calidad del servicio educativo que se está impartiendo y haya una estrategia real orientada a mejorar el modelo actual que se ofrece.
Para rediseñar la educación no se necesita una comisión de alto nivel, sino de un compromiso colectivo para gestar ideas y proyectos desde todos los sectores de la población, en aras de corregir rezagos educativos y yerros que entorpecen la enseñanza.
Invertir por invertir no se traduce más que en gastos sin utilidades a largo plazo y en otros tantos pupitres vacíos, que engrosan una cadena de desigualdad social.
Educar implica actuar con diligencia, y cuanto más temprano se inicie esta labor, mejores serán los resultados futuros.
El autor es periodista y emprendedor social.