La definición que mejor expresa lo que significa arquitectura es la que dice: arquitectura es el proceso de crear espacios que provoquen emociones. Si el espacio no nos provoca emoción, entonces no es arquitectura. Con lo dicho, parece fácil discernir entre lo bueno y lo malo, aunque no sepamos qué es una emoción ni cuál es su función.
Ya Platón se interesaba por las emociones, pero fue recientemente que Damasio, Ledoux y Goleman se dedicaron a investigar a fondo este tema. Después, el bum de las neurociencias lo incluyó en sus ensayos. ¿Para qué sirven las emociones? Para alertarnos sobre algo a lo que debemos prestar atención.
La emoción nos avisa que hay un estímulo frente a nosotros que debemos atender, y nos obliga a interpretarlo. Depende de nuestra razón (el cerebro) que lo interpretemos mal o bien.
Sentimientos. No debemos, dejar de prestar atención a nuestras emociones porque, a la larga, son las que forjan nuestros sentimientos. Primero, la mente nos avisa que enfrentamos una emoción, después, el cerebro la convierte en un sentimiento. O sea que la razón toma cartas en el asunto y nos ayuda a interpretar lo que sentimos.
Los estímulos que provocan las emociones son variados, y tanto nos causan tristeza, como alegría o amor.
Si ponemos a la arquitectura como ejemplo, notaremos que las emociones que puede provocarnos un edificio o un espacio depende de diversos estímulos vinculados a nuestra percepción sensorial y a la memoria.
Así como un aroma especial nos recuerda la casa de nuestros abuelos, un lejano sonido o el color de una pared nos traen a la memoria momentos y lugares que hemos vivido anteriormente. Son nuestros sentidos los que captan los estímulos que nos emocionan.
La profesión. Un buen arquitecto debe conocerse a sí mismo y saber la causa de aquello que afecta sus emociones. Debe ser alguien sensible. Solo de esa manera será capaz de provocar emociones en los demás al crear espacios que disparan estímulos sensoriales.
Estos conocimientos se logran prestando atención a lo que despierta nuestro interés, no dejando que las emociones se disipen y desaparezcan; no sin antes fijarlas en nuestro archivo de los recuerdos para luego rescatarlas, cuando nos sirvan de herramientas que usaremos para emocionar a los demás.
Provocar emociones es un arma de seducción que, afortunadamente, casi siempre usamos de manera inconsciente. No hay nada más peligroso que un seductor o una seductora consciente. Sin embargo, el arquitecto debe conocer la capacidad de seducción de sus obras para crear espacios emotivos.
Este es un tema que la enseñanza de la arquitectura debería atender y que podría hacer de nuestras viviendas y ciudades lugares más habitables.
El autor es arquitecto.