En el siglo pasado, particularmente antes de la caída del Muro de Berlín, la agenda progresista incluía una sospecha generalizada del mercado como mecanismo de asignación de recursos y de distribución, tanto en lo doméstico como en el comercio internacional, y se privilegiaban la planificación y la propiedad estatal de los medios de producción.
Las versiones demócratas incluían, por su parte, un respeto por los derechos humanos y la democracia, y, relativamente, un mayor papel para el mercado, pero acompañado de fuertes sistemas redistributivos por la vía de los ingresos y gastos estatales, y un papel creciente del Estado en la economía. Las versiones autoritarias privilegiaban la planificación central.
Con el Muro de Berlín, cayeron también los sistemas de planificación centralizada y, con el desarrollo del sudeste asiático, el pesimismo sobre el papel del comercio internacional. El aislamiento y el centralismo hoy solo lo practica Corea del Norte y no tienen sustento histórico ni conceptual. En el siglo XXI, estas ideologías estatistas perdieron vigencia y se plantean nuevos desafíos, en especial para salir del subdesarrollo.
México y Costa Rica. La secretaria ejecutiva de la Cepal, Alicia Bárcena, comentó recientemente que el reto del desarrollo era insertarse en las cadenas globales de valor y, además, que solo dos países en Latinoamérica lo estaban logrando: México y Costa Rica. Mencionó tres sectores principales: automotriz, electrónica e implementos y dispositivos médicos. Costa Rica tiene una fuerte participación en los dos últimos.
De este comentario se deriva, primero, la radical redefinición de lo que constituye la agenda de desarrollo de parte de un organismo que otrora difundió las tesis del pesimismo sobre el papel del comercio internacional y las virtudes de la sustitución de importaciones. Define ahora “desarrollo” como la calidad de la inserción en las cadenas de valor a partir del comercio internacional y con dependencia de la inversión extranjera directa. Segundo, la agenda inconclusa del desarrollo nacional, tanto en cuanto a la participación en cadenas globales de valor como a una competitividad más generalizada.
Por su parte, el Foro Económico Mundial construyó un conjunto de indicadores que definen tres estadios del desarrollo de un país: parte de las economías basadas en la competitividad de los factores (competitividad neoclásica), seguido de factores endógenos en el segundo estadio, basado en la eficiencia y los países desarrollados, cuya competitividad depende de la innovación. Estos indicadores ubican a Costa Rica en la transición de la segunda a la tercera etapa.
Desafío. En este marco, una adaptación de las tesis de Prebisch sobre los términos del intercambio (Cepal histórica) podría reformularse diciendo que estos operarían en contra de las economías basadas en costos de los factores e, incluso, en la eficiencia de estos, para favorecer a las economías basadas en la innovación, las cuales se benefician de las etapas iniciales en el desarrollo de productos y procesos, cuando el retorno a los factores es mayor, lo cual ocurre en las cadenas de valor internacionales. De tal manera que el desafío progresista hoy demanda insertarse en las cadenas globales de valor mediante la capacidad de innovación. Negar esta tesis significa condenarse al subdesarrollo y al rezago económico.
La agenda inconclusa nacional incluye el fortalecimiento de la participación en las cadenas globales de valor (actuales y en desarrollo), lo cual requiere atender cuellos de botella actuales o potenciales en áreas tales como la formación de recursos humanos, la infraestructura de transporte y la energía. Pero, también, de manera radical, debe romperse la dualidad estructural entre los sectores modernos de altísima productividad y el sector nacional, el mundo de las pymes y el sector informal.
Pymes. Las pymes están agobiadas por regulaciones y trámites, dificultades y costo de acceso al crédito, sin apoyo a la innovación y una carga tributaria relativamente alta; y el sector informal que opera al margen de la legalidad se halla sin mecanismos de apoyo financiero y técnico, y enfrenta, si intenta formalizarse, un exceso potencial de regulaciones y trámites. Todo esto inhibe el establecimiento y desarrollo de nuevas empresas e ideas productivas vinculadas a cadenas de valor nacionales e internacionales. La tesis progresista en este caso es saldar la deuda con el empresariado nacional, pero no mediante proteccionismo y subsidios generadores de mayor ineficiencia, sino mediante un clima de apoyo al emprendedurismo y a los negocios que empareje la cancha y rompa el dualismo actual.
Agenda. Finalmente, la agenda progresista debe reconstruir los mecanismos que contribuyen a una mayor equidad en la distribución del ingreso, y atacar, efectivamente, las barreras que provocan la exclusión social y económica de los grupos vulnerables, mientras se fortalecen las políticas universales de salud y educación.
Ser progresista en el siglo XXI significa aceptar el desafío de salir del subdesarrollo, el cual condena a grandes sectores a la pobreza y la exclusión social, pero no contra el mercado, sino con el mercado.