Alejado como estoy de las páginas de los diarios nacionales, he pedido el favor de la publicación de estas líneas, porque el motivo deja atrás toda vacilación y duda. Escribo este apretado opúsculo para rendir, una vez más, tributo de admiración y agradecimiento –como ciudadano y como amigo– a la memoria inmarcesible del creador de la Costa Rica moderna: José Figueres Ferrer, el inolvidable Don Pepe, que nació el 25 de setiembre de 1906 en San Ramón de Alajuela.
Dios ha sido generoso conmigo: el solo hecho de mi amistad y cercanía con Don Pepe, íntima, sin dobleces, es una deuda impagable, si fuera forzoso pagar las delicadezas del Creador.
Generoso fue también el Señor con Costa Rica, porque le regaló la existencia de un hombre de todos los tiempos, lo que Goethe definía como “un Hombre”. El fue un humanista que recuerda a los animadores del Renacimiento, anhelante de todo saber. Comprometido con los avatares de su tiempo, plenamente identificado con las aspiraciones de una sociedad que pugnaba por su evolución.
Pregonero de la igualdad y acucioso vigilante de la equidad, la justicia y el bien común; convencido social demócrata. Su bandera más alta, más bella que el victorioso pabellón verde y blanco, aún flamea llamando a filas: la lucha sin fin contra la pobreza.
Siempre ocupado: interesado en las ciencias; animador de las artes; pionero en la conservación del medio ambiente y el uso racional de los recursos de la Naturaleza; sembrador de árboles y de ideas; político “por accidente” (así él decía) pero, sin sospecharlo, político integral, como lo concebía Ortega y Gasset. Un hacedor de Historia, que aún tuvo tiempo para dejar su huella en la Literatura.
Este hombre polifacético, cada vez más, nos sirve de referencia y ante él se rinde la admiración con las armas cívicas del patriotismo, más fuertes que aquellas que proscribió al abolir el ejército.
Nunca te olvidaremos Don Pepe: ¡ Semper fidelis !