SHANGHÁI – La desaceleración económica de China, que pasó de un aumento de casi el 10% de su producto en el 2007 a uno de menos del 8% en la actualidad, ha alimentado una generalizada especulación sobre el potencial de crecimiento de su economía. Si bien es imposible predecir la trayectoria del futuro crecimiento chino, entender las tendencias subyacentes de la economía constituye la mejor manera para derivar una estimación significativa.
Mientras que la demanda de corto plazo dicta en gran medida la tasa de crecimiento real de una economía, su tasa de crecimiento potencial se determina del lado de la oferta. Algunos economistas –que citan indicadores como las ratios de inversión, el valor agregado industrial y el empleo– comparan a China con el Japón de principios de la década de 1970. Después de más de dos décadas de rápido y sostenido crecimiento, la economía japonesa decayó considerablemente en 1971, en lo que fue el comienzo de cuatro décadas con tasas de crecimiento anual promedio de menos del 4%.
Esta correlación se ve reforzada por la hipótesis de la convergencia –la teoría de referencia para estimar la tasa de crecimiento potencial de una economía–, que afirma que el crecimiento real de una economía en desarrollo con rápidos progresos se reducirá cuando alcance una cierta proporción del acervo de capital y el ingreso per cápita de una economía avanzada. Según los economistas Barry Eichengreen, Donghyun Park y Kwanho Shin, esa proporción es, aproximadamente, el 60% del ingreso per cápita estadounidense (a precios internacionales del 2005).
A primera vista, las experiencias de las economías asiáticas más avanzadas –Japón y los cuatro “tigres asiáticos” (Hong Kong, Singapur, Corea del Sur y Taiwán)– parecen coincidir con esta teoría. Entre 1971 y 1973, el PIB per cápita japonés cayó hasta, aproximadamente, el 65% del estadounidense en términos de paridad de poder adquisitivo. Los tigres asiáticos experimentaron diversos grados de desaceleración económica cuando alcanzaron, aproximadamente, el mismo nivel de ingresos relativo al de Japón.
Pero Eichengreen, Park y Shin también descubrieron que, una vez alcanzado este nivel de ingreso, la caída de las tasas anuales de crecimiento tiende a ser menor a dos puntos porcentuales. Esto significa que el crecimiento del PIB en Japón debiera haberse reducido gradualmente después de 1971, en vez de desplomarse más del 50%. De igual forma, dada la brecha en el ingreso que aún mantienen respecto de Estados Unidos, los tigres asiáticos debieran haber crecido más rápidamente de lo que lo han hecho en las últimas dos décadas. Pero todos esos países sufrieron desaceleraciones sustanciales (aunque menos pronunciadas que la japonesa).
Estas inconsistencias pueden explicarse por shocks externos, algo que enfatizó Hideo Kobayashi en su libro La economía japonesa de posguerra y el sureste asiático. Durante la bonanza económica japonesa, su productividad total de los factores (PTF, o la eficiencia con la que se usan los insumos) contribuyó, aproximadamente, al 40% del crecimiento del PIB. Cuando el crecimiento se desplomó, la PTF cayó más rápidamente aún, un cambio dramático claramente vinculado a la apreciación del yen en 1971 y la crisis del petróleo en 1973.
Desde una perspectiva microeconómica, un shock repentino en el tipo de cambio y un brusco aumento de los precios del petróleo obstaculizan la capacidad de las empresas para ajustar su tecnología y métodos de producción a nuevas condiciones de costos, socavando eventualmente el crecimiento de la PTF. Un shock de costos de ese tipo tiene un efecto más prolongado que un shock negativo de demanda. Sin shocks externos negativos, el exorbitante crecimiento de la PTF habría declinado gradualmente, a medida que los resultados de los ajustes institucionales, la reasignación de recursos y el cierre de la brecha tecnológica disminuyeran naturalmente, según la hipótesis de la convergencia.
Los shocks externos también explican la desaceleración del PIB chino desde el 2007. La gradual pero sostenida apreciación del yuan respecto del dólar estadounidense es el principal impulso para el shock de costos, pero el shock de demanda posterior a la crisis financiera mundial del 2008 agravó la situación. Es probable que la PTF haya disminuido sustancialmente con la desaceleración de la economía china en respuesta a estos shocks .
A diferencia de los keynesianos, que se centran en los shocks de demanda, los seguidores del economista austríaco Joseph Schumpeter consideran los shocks de costos como posibles e importantes catalizadores para reformas estructurales y mejoras industriales, ambas necesarias para evitar caer en una rutina de bajo crecimiento de largo plazo. A corto plazo, un shock de costos devasta algunas actividades económicas y obliga a las empresas a cerrar o a cambiar su eje de negocios. Pero lo que Schumpeter llamó “destrucción creativa” puede facilitar el eventual surgimiento y expansión de empresas nuevas y más eficientes.
El problema es que muchos factores específicos de los países, como problemas políticos y presiones de intereses creados, pueden obstaculizar este proceso. En este sentido, el Gobierno chino enfrenta una importante prueba. Si China no logra aprovechar la oportunidad provista por el shock de costos y la desaceleración económica para implementar las reformas estructurales necesarias, su tasa de crecimiento potencial, según indica la PTF, nunca se recuperará por completo.
Dado que mejorar la productividad general es la mejor forma de defenderse contra los shocks de costos, la nueva ronda de reformas estructurales debe estar dirigida a crear condiciones para la transformación y la mejora de la economía. La clave está en establecer igualdad de condiciones para la competencia guiadas por las reglas de mercado, reducir la intervención gubernamental en la economía y dejar de proteger a las empresas ineficientes. Esos esfuerzos tendrían un importante impacto sobre el aumento de la tasa de crecimiento potencial de China.
De hecho, si consideramos que el ingreso per cápita chino solo equivale a, aproximadamente, el 10%-20% del estadounidense (con enormes diferencias regionales dentro de China), su crecimiento potencial, según lo indica la hipótesis de la convergencia, dista de estar aprovechado. Pero el grado en que pueda lograr este potencial en las próximas décadas dependerá en gran medida de las perspectivas de su PTF.
Según estimaciones del 2007 de los economistas Dwight Perkins y Thomas Rawski, para que China mantenga una tasa de crecimiento del 9% y una ratio de inversión del 25%-35% hasta el 2025, tendría que mantener una tasa de crecimiento anual de su PTF del 4,3%-4,8%. Dado que la tasa de crecimiento promedio de la PTF china ha sido del 4% durante más de 30 años y que probablemente se reduzca en la próxima década, este escenario es improbable.
Mantener un crecimiento anual del PIB del 6% con la misma tasa de inversión requeriría un crecimiento anual de la PTF de solo el 2,2%-2,7%. Con la productividad china aún bien por debajo de la de los países desarrollados y la probabilidad de mejoras en su eficiencia asignativa durante los próximos 10 años a medida que se redistribuyan el trabajo y el capital en todo el país, una tasa de crecimiento de la PTF del 3% resulta factible. Con la ayuda de reformas estructurales, la economía china podría ampliarse aún más rápidamente y lograr un crecimiento anual del 7%-8% durante los próximos 10 años. En cualquiera de los casos, la propensión a la convergencia seguirá vigente.
Zhang Jun es profesor de Economía y director del Centro Chino de Estudios Económicos en la Universidad de Fudan, Shanghái. © Project Syndicate.