En diez años de carrera política, mi amigo Fusil Karemangoshvilii alcanzó ya una fortuna de ¢500 millones y una fama más o menos del mismo tamaño. Es un compatriota de origen georgiano que aspira, en uno de los partidos grandes, a una candidatura para las elecciones de 1998. ¿Candidatura a qué?, no lo recuerdo. Pero, según entiendo, está dispuesto a transar por cualquier puesto comprendido entre el de presidente de la República y el de regidor de Paso Ancho.
Tenía que entrevistarme con Karemangoshvilii, a quien no veía desde febrero de 1994, por lo que nos dimos cita en un restaurante de allá por La Sabana. Cuando llegué, los únicos ocupantes del salón eran cinco extraños que me recibieron en silencio y mirándome amenazadoramente, como si yo fuera el representante de la ETA ante el MERCOSUR.
-Perdonen ustedes, caballeros, quedé de verme aquí con Fusil Karemangoshvilii. ¿Lo conocen ustedes?- quise romper el hielo. El único que no llevaba sombrero ni gabardina se adelantó para decirme:
-Yo soy Fusil, ¿no te acordás de mí? Estos son mis asesores y guardaespaldas, así que no tenés que saludarlos. Por un momento me sentí víctima de una tomadura de pelo. Estaba seguro de no conocer a aquel tipo. Probablemente se percató de mi desconcierto porque enseguida me propinó un abrazo. En nuestra juventud, el georgiano y yo jugamos en el mismo equipo de futbol de canchas abiertas.
-Yo soy Fusil, mi cuate, te lo juro. Lo que pasa es que hace apenas dos meses me hicieron mi cirugía plástica de la próxima campaña.
Lo observé cuidadosamente y quedé convencido de que, en efecto, era Fusil: no le habían hecho cambios en la nariz ni en los pies.
Sus zapatos se veían, como antaño, todos apelotonados a causa de los inmortales callos contraídos por mi amigo durante los largos años que fue vendedor ambulante de alfombras. En todo lo demás, resultaba irreconocible. Como consecuencia de los notables estiramientos que el cirujano le había hecho en los cachetes, hasta la voz se le había vuelto granulosa. La abertura de la boca le había quedado tan estrecha en el sentido horizontal, que bien se podría usar como alcancía para una colección de billetes nuevos. Si Fusil fuera referi de boxeo, de ahora en adelante le tomaría una semana contar los diez segundos de un nocaut.
-Así que cirugía plástica- comenté, tomando asiento en medio de sus cuatro asesores. Parecían cuatrillizos y se daban aires de ser el hermano de Peter Sellers en una película de gángsters.
-Ni más ni menos. En estos días es difícil encontrar a un personaje político, hombre o mujer, que no se haya dado su estiradita en la cara y, si me lo permitís, en otras partes del cuerpo. Claro que, como en todo, se han dado abusos. Hay un copartidario mío que se creyó reciclable y, ahora, van a tener que hacerle un corbatín con los restos de la papada.
-¿Y a qué se debe esa moda?
-Bueno -explicó Fusil-, la gente está tan desencantada con los políticos que, aparte de no ir a las distritales, ha comenzado a pedir caras nuevas en las dirigencias. Así que ni modo, les estamos dando caras nuevas. La mía es tan nueva que ni vos la reconociste, ¿no es cierto?
-Es cierto -opiné-, con la ventaja de que, según tengo entendido, la piel, cuanto más se estira, más honrada parece.
-Así es. El populacho, que al fin es el que vota, relaciona las metidas de pata con la cara y no con el nombre de uno.
-Entonces, los políticos que se sometieron a la rasurada de beneficencia de la Gillette...
-Ese fue un cambio de cara que les salió barato. Además, fue un acto de publicidad totalmente machista. A ninguna mujer la invitaron a afeitarse. ¿En qué queda la igualdad real? ¡Decíme vos!
Me urgía volver a mi trabajo, así que le sugerí que ordenáramos el almuerzo. Antes de despedirnos, no se anduvo con miserias y me obsequió un par de cajas que contenían copias de los expedientes médicos de todos(as) los(as) políticos(as) que se sometieron a una o más cirugías plásticas en el transcurso de los últimos dos años. Uno de los guardaespaldas tuvo que ayudarme a cargarlas hasta la cajuela de mi auto que, por ser modelo 88, ya pide a gritos un buen estiramiento de latas. Espero llevarlo a la carrocería antes de las próximas elecciones. De todos modos, si llega a diputado, su motor no será el primero que ronque en la Asamblea Legislativa.