Todo comenzó como un rumor y la respuesta fue incredulidad. La idea se materializó y cuando se convirtió en candidato nadie le daba crédito. Cuando uno a uno sus oponentes se fueron rindiendo y sucumbiendo, los gestos e improbabilidades mundiales eran la constante, y cuando asistimos a lo impensable, el otoño atestiguaba la realidad del rumor, ese rumor que podría ser “presidente”.
El otoño y el mundo entero eran testigos del éxito alcanzado cuando de jugar con el miedo y la desesperanza se trata; de descalificar al diferente y fomentar el odio por las minorías; de cuestionar severamente a la libertad de expresión y a los efectos del cambio climático; de criminalizar el fenómeno de la migración y minimizar su aporte al desarrollo del mundo libre.
Meses atrás, Europa nos ofrecía una dosis de sorpresa con el brexit y el avance de la ultraderecha en las primarias de algunos países cuyo lema era un ataque frontal a la multiculturalidad y una afirmación a los nacionalismos como respuesta a los dilemas de la seguridad. Nuevamente, el éxito se fraguó a base de manipulación de argumentos sólidos que nunca pudieron convertirse en debates serios y profundos.
América Latina, fiel a su estilo, nos desconcertó, y atónitos observamos cómo las falacias ideológicas con el discurso demagógico socavaron la ratificación popular de la paz en Colombia; Brasil y sus turbulencias políticas nos mostró que la combinación del llamado “Frente BBB” reconfiguró el escenario político interno cuyos efectos se hicieron sentir hasta salpicar al gobierno de Costa Rica por su “momento” durante la Asamblea General de la ONU.
Por otra parte, la gravísima situación política, económica, social y de derechos humanos en Venezuela se consolida hacia el abismo y va repercutiendo atrozmente sobre el pueblo y su dignidad, ante la mirada impávida de la comunidad internacional.
Parece que en estas breves muestras hay un común denominador: hacer cualquier cosa para llegar y conservar el poder. ¿Y cómo lo lograron? El populismo nos lo explica.
Propuestas simplistas. Tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña, como en las tendencias políticas en Francia, España, Grecia, entre otros, ganar es posible gracias a convencer a base de propuestas simplistas. En este caso, los argumentos políticos están siendo sustituidos por tendencias en redes sociales o, lo que es peor, por virales “memes” que reflejan el proyecto político del candidato, lo que permite entonces “formar” la opinión del electorado.
Eso sí, tengamos la claridad de saber que cuando se habla de populismos ya no es un tema exclusivo de izquierdas o derechas. Acá de lo que se trata es hacer política de odio, de rencor y menosprecio por la diferencia o lo institucional tradicional.
Se trata de la política de “ellos contra nosotros”, y como suscriben muchos especialistas, el populismo se encuentra mejor acomodado en el discurso y mensajes vagos sin mayor fundamento, que una vez logrado el objetivo, “el gran asunto” será el cómo conciliar o llevar a la realidad esa promesa de campaña, que aseguraba la derrota de las élites corruptas.
Más complejo resultará el cómo demostrarle a esa gran masa enardecida que no se es parte de esa élite política, ahora que convive con ella. Pero, sin lugar a dudas, a lo que debemos prestarle atención verdadera es a la amenaza que los populismos globales representan a la democracia como modelo, sistema y derecho político.
¿Qué hacer? Recientemente, el ex canciller mexicano Jorge Castañeda reflexionando al respecto de la llegada de Trump a la Casa Blanca, llamaba las “ventajas de una catástrofe”, y aunque estoy parcialmente de acuerdo con su análisis, considero que la coyuntura pesimista que nos invade debe ser también el momento oportuno para reafirmar lo realmente importante y en luchar por preservar los logros históricos alcanzados sobre todo en materia de las minorías y sus derechos.
Estamos frente a una realidad política en la que la inteligencia no se impone, la discusión y el debate se sustituyen por el simplismo. Al fin y al cabo, todo este asunto que nos envuelve tiene entre sus objetivos el que dejemos de pensar, de ser una sociedad crítica, propositiva, que exija sus derechos y que se nutra de la diferencia. Todo lo que el populismo actual parece estar muy enfocado en destruir.
Si de ventajas de la catástrofe se trata, no debemos dejar espacio para la desidia y el fatalismo, debemos ser incisivos en plantear agendas que promuevan el reposicionamiento y fortalecimiento de los derechos humanos en las políticas públicas de nuestros países; en robustecer el Estado de derecho y en sumar voces que acallen el silencio, cómplice, temeroso o políticamente correcto. Debemos trabajar juntos por que ese hartazgo con la clase política que ha llevado a cualquier figura a dirigir países que determinan el destino de otros, no tenga eco en nuestra democracia representativa.
El autor es internacionalista.