LONDRES – Las empresas estadounidenses de tecnología son blanco de un ataque sin precedentes de las autoridades regulatorias de la Unión Europea.
La Comisión Europea acusó a Google de abusar de su cuasi monopolio de las búsquedas de Internet en la UE para favorecer sus propios servicios de compras. También abrió una investigación del sistema operativo de Google, Android. Y como parte de su recién anunciada “estrategia de mercado digital único”, la Comisión ha pedido un estudio amplio del papel de las plataformas virtuales (estadounidenses, en su mayoría), por ejemplo las redes sociales y tiendas de aplicaciones.
Cuando una empresa de cualquier país se entrega a prácticas cuestionables, hay que enfrentarlo en forma justa e imparcial; sin embargo, no parece probable que eso ocurra aquí. La embestida regulatoria de la UE no obedece, ante todo, al interés por el bienestar del ciudadano europeo de a pie, sino al poder de presión de empresas alemanas proteccionistas y sus defensores corporativistas en el Gobierno.
El Gobierno alemán se enorgullece de la “competitividad global” de su país, y sus funcionarios dan sermones a sus pares de la UE sobre la necesidad de emular su supuesto celo reformista. Y sin embargo, aunque el país sigue siendo un exportador imbatible en industrias como la automotriz, en el ámbito de Internet es uno del montón. No hay un equivalente alemán de Google o Facebook.
Desalentados por la burocracia y una cultura contraria al riesgo en su país, los emprendedores digitales alemanes más exitosos viven en Silicon Valley. Mientras las empresas estadounidenses conquistan la nube, Alemania sigue atascada en el fango.
Los nuevos lanzamientos alemanes en Internet luchan contra el exceso de regulación y la falta de inversión, y los dinosaurios del mundo analógico fijan la agenda política.
Las empresas de medios tradicionales se lamentan por depender de Google para dirigir tráfico hacia sus sitios y por la capacidad de la empresa estadounidense para vender publicidad a partir de fragmentos de sus contenidos.
Deutsche Telekom, empresa de propiedad parcialmente estatal, no soporta no poder obtener ingresos adicionales cuando la gente usa su red para hacer llamadas por Skype, enviar mensajes por WhatsApp y ver videos en Netflix o YouTube. TUI, la mayor agencia de viajes y operador turístico del mundo, se siente amenazada por TripAdvisor. Las tiendas minoristas temen la expansión imparable del imperio de Amazon.
Alemania fue el primer país de la UE en prohibir Uber a escala nacional, a pedido de conductores de taxis temerosos de la competencia. Y a los poderosos grupos de presión de la industria alemana les molesta que las empresas tecnológicas estadounidenses puedan sacarles ventaja en el sector fabril.
Como señaló Günther Oettinger, comisario (alemán) de la UE para tecnologías digitales: “Si no prestamos atención, puede ocurrir que invirtamos en hacer los mejores autos y después los que vendan nuevos servicios para esos autos se lleven las ganancias”. A diferencia de su predecesora, Neelie Kroes, que defendía el potencial de las tecnologías disruptivas para beneficiar a los consumidores e impulsar el crecimiento económico, Oettinger es descaradamente corporativista en la promoción de los intereses comerciales alemanes.
Las empresas alemanas no son las únicas que temen la competencia estadounidense, pero su influencia dentro de la Comisión Europea es decisiva. De hecho, hoy Alemania tiene más peso que nunca en la UE. Cuando la crisis de las deudas desvió la atención de Francia y enajenó al Reino Unido, Alemania (el mayor acreedor de la eurozona) quedó al timón.
El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, debe su cargo al Partido Popular Europeo, la coalición política de centroderecha dominada por la Unión Demócrata Cristiana de la canciller alemana Angela Merkel, que a su vez domina el Parlamento Europeo.
Juncker también está en deuda con el grupo de medios Axel Springer, que edita Bild, el tabloide más vendido de Alemania y que lo apoyó decididamente a mediados del año pasado cuando Merkel se tambaleaba. Y su director de personal, el alemán Martin Selmayr, asegura que la Comisión presta mucha atención a las inquietudes de su país.
El año pasado, Alemania presionó a Joaquín Almunia, entonces comisario de la UE para la competencia, para que no cerrara la investigación antitrust contra Google y dejara continuarla a su sucesora en el cargo, Margrethe Vestager.
De hecho, la investigación de las plataformas virtuales es a pedido del ministro de Economía alemán, Sigmar Gabriel. Y el resultado parece decidido de antemano; se ha filtrado un documento en el que Oettinger propone la creación de una nueva autoridad regulatoria de la UE dotada de amplios poderes para controlar las plataformas virtuales. Hace poco, habló de la necesidad de “reemplazar los motores de búsqueda, sistemas operativos y redes sociales de la actualidad”.
Nadie obliga a los europeos a usar Google como motor de búsqueda; la competencia está a solo un clic de distancia. Los europeos lo usan cada vez menos para hacer compras, ya que buscan directamente en Amazon o eBay, o navegan desde Facebook. Mal puede tener Google el control, y mucho menos el monopolio, de este dinámico mundo virtual.
Tampoco hubo un perjuicio para los compradores. Pero mientras la legislación antitrust estadounidense se concentra (correctamente) en proteger a los consumidores, las autoridades europeas en aspectos de competencia también tienen en cuenta las pérdidas de empresas rivales, entre ellas, portales de compra anticuados como Ladenzeile.de, propiedad de Axel Springer.
Crear un mercado digital único tiene sentido. Mientras en Estados Unidos todas las empresas que salen a Internet se encuentran con un enorme mercado interno, sus homólogas europeas están limitadas por regulaciones nacionales a competir en mercados locales más pequeños.
Por desgracia, las propuestas de la Comisión Europea no apuntan a permitir que los italianos compren en sitios web británicos o abrir un mercado de 500 millones de europeos para las nuevas empresas españolas. El objetivo principal parece ser poner límites a las plataformas digitales estadounidenses. Como expuso Gabriel en una carta de noviembre del año pasado a la Comisión: “La UE tiene un mercado único atractivo y medios políticos considerables para estructurarlo, y debe poner estos factores en juego para afirmarse respecto de otros actores globales”.
En vez de conspirar para hacerles la zancadilla a sus rivales estadounidenses, asfixiar la innovación e impedir a los europeos disfrutar todo el potencial de Internet, Alemania debería hacer lo que predica y encarar las difíciles reformas que necesita para mejorar su competitividad.
Esto implica facilitar la creación y la expansión de empresas en Internet; impulsar la inversión en infraestructura de banda ancha y tecnologías digitales; y usar el poder del país para propiciar un auténtico mercado digital único para la Unión Europea, que beneficie a los consumidores y permita el florecimiento de nuevas empresas, en vez de mantener una política industrial encubierta dirigida a proteger los fiascos digitales alemanes.
Philippe Legrain, ex asesor independiente en temas económicos para la presidencia de la Comisión Europea, es investigador superior visitante en el Instituto Europeo de la Escuela de Economía de Londres. © Project Syndicate 1995–2015
(*)Philippe Legrain es ex asesor independiente en temas económicos para la presidencia de la Comisión Europea, es investigador superior visitante en el Instituto Europeo de la Escuela de Economía de Londres. © Project Syndicate 1995–2015