Aunque el informe “Estado de la ciencia, la tecnología y la innovación” contiene información muy interesante, me ha causado preocupación el enfoque de los autores en lo que respecta a nuestro recurso humano, cuando se hace énfasis en dónde fue formado. También me preocupa una de las recomendaciones, la cual indica que “deben formularse programas de becas de posgrado que privilegien las universidades más prestigiosas en el extranjero”.
El informe indica que se usó el sistema QS World University Rankings del 2013 para establecer que un 20% de lo que denominan “la diáspora” (los investigadores costarricenses que trabajan fuera del país) “obtuvo su doctorado en una de las 100 mejores universidades del mundo”, mientras que, de los que estamos por aquí, parece que solo un 3%.
Asumamos por un momento que sí existe una correlación positiva entre haber estudiado en una universidad de mucho prestigio internacional y el ser un investigador exitoso en Costa Rica.
Debemos recordar que el posicionamiento de las universidades en los rankings internacionales es algo dinámico, por lo que no es lo mismo hacer un corte hoy de lo que son las universidades y lo que fueron hace 10, 20 o incluso 30 años o más, cuando efectivamente los investigadores se graduaron de ellas.
No deberíamos caer en la llamada “falacia del Nirvana”, en la que hacemos injustamente comparaciones entre cosas reales y cosas idealizadas o utópicas, ya que es evidente que hay muchos científicos en el país con una trayectoria brillante que no necesariamente obtuvieron sus títulos de doctorado en las universidades mejor posicionadas mundialmente, lo que sea que eso signifique en la práctica real.
Por ejemplo, de los últimos cinco galardonados con el Premio Nacional de Ciencia Clodomiro Picado Twight, solo uno de ellos obtuvo su título de doctorado en una universidad posicionada hoy día entre los 100 primeros lugares del ranking internacional. De los ocho últimos académicos que han obtenido el Premio al Investigador de la Universidad de Costa Rica (2008-2013) en las áreas de Ciencias Agroalimentarias, Salud, Ingeniería y Ciencias Básicas, ninguno de ellos obtuvo el doctorado en una universidad de las 100, supuestamente, mejores del mundo.
Mitos. Obviamente, si consideramos que estos académicos representan una muestra de nuestros mejores investigadores, no parece haber una relación causa-efecto entre estas dos variables. Entonces, ¿por qué deberíamos escoger para la formación de nuestros investigadores universidades que, según los estándares internacionales, son consideradas las mejores del mundo?
Debo admitir que yo misma estudié en una Universidad que no está en la lista de las más prestigiosas, la Universidad de Texas-Houston, y posiblemente hace 15 años, cuando me gradué, estaba incluso en una posición diferente.
Sin embargo, su asociación con uno de los mejores hospitales en el tratamiento del cáncer, el MD Anderson Cancer Center, articuló mucho mejor mi formación personal y profesional, mientras que tal vez otros indicadores generales de la universidad no significaron mucho para mi experiencia formativa.
Y es que esto ya lo cuestionaba hace tiempo la experta canadiense Jane Knight cuando hablaba de los mitos de la internacionalización y los conceptos de “universidad de clase mundial” y del “ marketing no académico” de las universidades.
Además, una universidad puede no ser muy prestigiosa a nivel global, pero puede incluir grupos de científicos expertos en una temática de importancia para nuestro desarrollo científico-tecnológico particular, por ser un problema que necesita soluciones más acorde con nuestra realidad nacional.
Otro factor fundamental a tomar en cuenta en la formación de investigadores independientes, creativos y productivos intelectualmente, es considerar quiénes fueron y serán sus guías y mentores, lo que no se refleja en los indicadores globales de las universidades.
Entonces, pienso que hay que tener un poco de cuidado cuando se hacen recomendaciones de este tipo a nivel nacional y cuando se asume que siempre es mejor estudiar en una universidad prestigiosa.
Me viene a la mente también algo que he discutido con colegas, y es el hecho de que algunos profesores que estudiaron en lugares con condiciones muy diferentes a las nuestras retornaron al país y no pudieron adaptarse para hacer investigación (o peor aún, nunca volvieron), lo cual al final terminó siendo lo opuesto a lo que todos deseábamos, en términos de dar ese gran salto que el país necesita en ciencia y tecnología.