Parece que el debate oblicuo está renovando el gusto nacional por una de sus expresiones: la carambola argumental. Así, si un expresidente quiere darle un varapalo al actual Gobierno, lo descarga con todas sus fuerzas sobre las costillas de un columnista, o, como sucede en este caso con Fernando Zamora (La Nación, Foro, 27/11/10) que usa mis observaciones a su forma de referirse al pensamiento socialdemócrata para seguir enfatizando sus puntos de vista sobre el desarrollo económico en Costa Rica.
El hecho de que se utilice la referencia lejana a la socialdemocracia para discutir sobre la coyuntura económica actual, lejos de ser un problema, es una buena noticia: significa que el pensamiento socialdemócrata se mantiene más vigente que nunca en la opinión pública del siglo XXI. Precisamente por ello felicité a Zamora y lo hago de nuevo.
La única razón que me motivó a puntualizar su anterior intervención sobre la socialdemocracia del siglo XXI (La Nación, 10/10/2010) es que me pareció poco clara su noción de la esencia del ideario socialdemócrata, algo que se agravaba por sus desventuradas referencias históricas.
En esta nueva ocasión insiste en esa línea, pero además pontifica de manera despectiva: no solo lo hace “con total convicción histórica”, sino que mis señalamientos a esta convicción apenas le parecen “devaneos argumentativos impertinentes”.
Podría sentirme provocado y largarle –ahora sí— una verdadera invectiva a lo que podría entenderse como una sobrerreacción culposa. No voy a hacerlo. Más bien, creo que lo importante es objetivar todo lo posible la discusión sobre algo que ambos valoramos: el ideario político como elemento de expresión democrática.
Socialdemocracia y marxismo. Mis dos aseveraciones centrales fueron, en primer lugar, dejar claro que la esencia de los principios socialdemócratas se mantenía en el tiempo, buscando la equidad social por medio del ejercicio de la democracia, y en segundo lugar, que el conflicto social no había desaparecido sino que se había transformado.
Zamora no objeta ninguna de ellas, pero, para rechazar mis observaciones en general, toma el asunto particular de las relaciones históricas entre marxismo y socialdemocracia, creyendo que así da fácil carpetazo al asunto.
Para ello hace suyas unas afirmaciones ajenas, “porque le permite contestar lacónicamente”, según las cuales “el fabianismo, Kautsky y Bernstein, que están en la base de la socialdemocracia, fueron los primeros más importantes críticos y adversarios del marxismo...”. Con ello Zamora considera demostrada su tesis de que la socialdemocracia y el marxismo siempre pertenecieron a universos distintos y solo fueron adversarios.
Mi consideración es que no hace falta ser acólito del marxismo para respetar un poco la historia de las ideas y las fuerzas políticas. Quien conozca un poco los avatares de las dos primeras Internacionales, sabe bien que el movimiento socialista de aquel tiempo contenía en su seno las ideas de Marx y de otros prominentes socialdemócratas.
De hecho, los casos que se citan, Bernstein y Kautsky, son claros ejemplos de ello. Ambos fueron dirigentes de la socialdemocracia alemana y representantes en la Internacional, directamente relacionados con el marxismo.
Desde su exilio en Londres, E. Bernstein (1850-1932) publica (en la revista de la Internacional) su famosa revisión del marxismo político, en el sentido de que la revolución violenta no era la única vía de emancipación de los trabajadores. Algo, por cierto, que hizo manteniendo buenas relaciones con Engels.
Por su parte, Karl Kautsky (1854-1938), dirigente de la socialdemocracia alemana, amigo personal de Marx y secretario de Engels, fue considerado, a la muerte de este último, el continuador del marxismo oficial, tanto frente a las tesis revisionistas como frente a los sectores radicales y violentos. En realidad, es la figura que representa el rompimiento del tronco socialdemócrata con las posiciones leninistas, en torno a la cuestión central del valor fundamental de la democracia, como fin y medio para la emancipación de las mayorías.
Los cambios profundos del siglo XX mostraron las luces y las sombras del marxismo y, así, tuvo lugar el progresivo abandono de la socialdemocracia de esas tesis como fuente central de inspiración política. Ese paso fue dado por el SPD alemán a mediados del pasado siglo (en Bad Godesberg), pero otros partidos importantes, como el PSOE español, no lo hicieron sino hasta su último tercio. En realidad, la necesidad de ser rigurosos con la evolución del pensamiento socialdemócrata no sería tan importante, si no fuera porque está por medio el riesgo de su desnaturalización.
La convicción de que la justicia social y la democracia son caras de una misma moneda tiene una historia demasiado rica como para desconocerla, sobre todo cuando se pretende pontificar al respecto.