Algunos síntomas. La creciente intolerancia ante los que piensan diferente; es decir, el pluralismo y la tolerancia, parecen solo funcionar en una vía: lo exijo para mí, pero cuando soy yo el que debo serlo, se esfuma.
Por otra parte, el cinismo escéptico. En la Grecia antigua, cínico se le llamaba a un perro echado al sol; es decir, describían a quienes pasan de todo, pero al añadir “escéptico”, se adquiere una característica adicional: no solo paso de todo, sino que salgo de la indiferencia, solo para desacreditar. Luego vuelvo a ella.
Finalmente, el nihilismo; del latín “nada”, los tiempos actuales han venido desmontando todas las certezas, sembrando dudas por doquier, pero no han sido tan eficaces para poner en su lugar cosas, al menos tan verdaderas como las que desmontaron.
Algunas consecuencias. Vivimos una crisis cultural: La cultura es la forma en la que nos relacionamos con la realidad: personas y cosas. Si no partimos de una hipótesis explicativa que nos ofrezca unas respuestas a lo que somos y para lo que vivimos, todas las relaciones que generamos, todo lo que hacemos, se tiñe de confusión.
Vivimos también una crisis antropológica: El ser humano, descolocado de su propio centro; es decir, del conjunto de exigencias que lo fundamentan: exigencias de sentido, de significado, de felicidad, empieza a ahogarse en un mar de carencia de certezas y de acontecimientos que sean capaces de colmar sus exigencias infinitas.
Hecho para un deseo infinito, empieza a correr detrás de cosas que no harán nada más que avivar la herida de respuestas totales que posee.
Ahondando en la mirada de la realidad. Nos faltan elementos para hacer juicios, para pensar, para tomar decisiones. Carecer de certezas, nos deja sin herramientas para decidir, aun sobre las cosas más elementales. No nos permite cobrar conciencia sobre la seriedad de las cosas que queremos decidir, por eso observamos cómo muchos actúan con gran ligereza con respecto a temas de enorme importancia: ¿Cómo educar a los hijos? ¿Cuándo terminar un matrimonio? ¿Soy hombre o mujer? ¿Tomo drogas o no? ¿Cambio mi cuerpo o no? ¿Acabo con esta vida –mía o de otro– o no?
Las cosas no acaban ahí, pues además, la debilidad del pensamiento, se ve reflejada también, en una creciente superficialidad desinformada a la hora de tomar posición o de hacerse un criterio sobre la mayor parte de las cosas: basta que lo diga un diario, Facebook, o que alguien lo propague como rumor malintencionado, para que la mayoría les dé créditos a cosas que juegan con la honra de personas o instituciones, con la mayor ligereza.
Por esto me preocupa Costa Rica. Porque me parece que venimos siendo poco profundos en el análisis y enfoque de los problemas. Porque vengo percibiendo que somos bastante cínicos al momento de afrontar problemas de corrupción o de política, o de la coyuntura nacional: nos quedamos con el descrédito y el encarnizamiento contras las personas, no con el análisis serio y reposado, que conduce luego a las acciones inteligentes y transformadoras.
Andamos destruyendo las certezas y las ideas de los demás, pero no proponemos nada a cambio.
Existen grandes y además bien instruidos sectores de la sociedad, que hacen ostentación de una gran mentalidad abierta y pluralista, pero que, en realidad, son bastante intolerantes y reduccionistas frente a todo lo que sea distinto a lo que ellos creen.
Vaciamiento de proyectos compartidos. Hay una gran atención puesta en la tecnología, en el consumo, en lo saludable, en practicar atletismo, en la protección de los derechos de los animales, en los derechos de las minorías en el respeto de las diferencias, pero hay un vaciamiento del discurso colectivo, de los proyectos compartidos, de la protección de los derechos sociales, de luchar contra la pobreza y la injusticia. Es decir, muchas luchas de hoy, suenan más a desintegración individualista que a luchas comunes, a ideales compartidos de bienestar social. Uno se explica esto fácilmente, puesto que un pueblo dividido, un pueblo que no es tal, cede su lugar a individuos aislados, manipulables, que quedan a muy poco de perder su libertad, por más libres que se sientan o parezcan.
Es un tiempo paradójico, pero muchas cosas que se hacen hoy, y que de entrada parecieran ser actos de afecto por uno mismo, más bien son todo lo contrario, verdaderos encarnizamientos contra un yo inconforme que piensa que cambiando su cuerpo o alguna cosa fuera de él, va a encontrar una respuesta a sus anhelos infinitos.
Un factor adicional, en este complejo escenario, lo proporcionan las instituciones que han venido forjando el éthos ( la forma de ser), y que en este preciso momento están espantosamente empantanadas o confundidas: el Ministerio de Educación, que ha olvidado que en clase, niños y adolescentes requieren que se les comuniquen certezas, no dudas o novedades endelebles justamente por serlo, por no haber pasado aún por el tamiz del tiempo.
Políticos perdidos en pleitecillos. Los chicos y chicas están en proceso de formación, van al colegio o a la escuela, para ser formados, para que se les dé elementos, hipótesis explicativas de la realidad, vividas en primera persona por unos maestros y profesores capaces de transmitir la forma en la que ellos se posicionan frente a la realidad y se responden a sus propias exigencias de felicidad.
La Iglesia católica, por otro lado, con décadas ya de poca imaginación, de poca convicción, pareciendo ya, que han olvidado que lo de ella, no era ser primero una institución, sino un grupo de amigos llenos de asombro y estupor por haber encontrado una mirada –la de Cristo–, que no les dejaría más ser iguales, ni vivir igual.
Y, finalmente, los políticos, lamentablemente, sin profundidad, sin capacidad de estudiar o debatir, perdidos en pleitecillos de poder, sin saber nada de la gran política por no leer, por no ver lo que sucede en otros lares, por desconocer la historia patria y, por ello, no son capaces de amarla.
De frente a este panorama, en un siguiente artículo, hablaremos de qué se puede hacer.