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Paradoja

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Entre otras cosas, los esclavos de los griegos y romanos tenían la obligación de leerles a sus dueños en voz alta. Así, el amo entendía mejor. Pero un día del año 384, San Agustín conoce a San Ambrosio en Milán y el cuadro lo deja pasmado: allí, en su celda, Ambrosio leía, abstraído, ajeno al universo, mutismo total. ¡Oh paradoja del libro: uno se muda del acá, tan vasto, a un paraíso escrito que cabe en sus manos y esto aumenta nuestro saber del mundo!








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