La elección del papa Francisco, primer pontífice latinoamericano, ha generado una verdadera revolución en la Iglesia católica. El 13 de marzo del 2015, el santo padre completó apenas su segundo año al frente de la cátedra de Pedro y ya se podría “tapizar” la plaza de San Pedro con los libros, artículos y comentarios que pensadores de todo el mundo (católicos y no católicos) han dedicado a su apostolado. Sencillez, valentía, cercanía, amor al prójimo y cambios de fondo y forma marcados, ante todo, con su propio testimonio han sido el sello de su lozano pontificado.
“Yo soy yo y mis circunstancias”, decía Ortega y Gasset. Por ello no es posible entender el estilo del papa Francisco sin referirlo a su origen latinoamericano. Su elección, justo en el momento en que la Iglesia necesitaba “un papa pastor” después del “gran pensador”, no ha hecho más que ratificar lo que en el Vaticano era un secreto a voces: América Latina es fundamental para la Iglesia católica. Esto no solo por lo que la región significa para la Iglesia, sino también por lo que esta representa para Latinoamérica.
Por un lado, América Latina es muy relevante para el catolicismo. Según datos del Vaticano y del Pew Research Center, de los aproximadamente 1.200 millones de bautizados del mundo casi 600 son del continente americano; de estos, 480 millones (el 40%) son latinoamericanos. Además, esta región alberga a los dos países con mayor cantidad de católicos del mundo: Brasil, con 134 millones, y México, con 96 millones. Claramente, la mayoría de los católicos del globo son de América Latina.
Ventajas. Aunado a la prominencia de los números, trabajar en América Latina presenta al menos otras tres grandes ventajas para la Iglesia. Primero, es una región relativamente joven, especialmente si se le compara con Europa. De acuerdo al GloboMeter, la tasa de natalidad en América Latina es, en promedio, poco menos de 20 niños al año por cada 1.000 habitantes, mientras que en Europa es prácticamente la mitad. De ahí que prestar atención puntual a los ciudadanos de nuestra región es sembrar para recoger tanto en el presente como en el futuro.
Segundo, existe unidad idiomática. El español es la primera o segunda lengua en casi todos los países de América Latina. Por ello, el mensaje de la Iglesia podría y debería de ser fácilmente divulgado en forma masiva en todo el continente mediante un uso inteligente de distintos medios de comunicación.
Tercero, la familia es una institución central en la región. Cuando la Iglesia les habla a los latinoamericanos le habla, sobre todo, a la familia. Esto tiene implicaciones importantes no solo para el alcance del mensaje, sino también para el efecto. Por ejemplo, posiciones en torno a la vida y la familia generalmente encuentran “tierra fértil” en los ciudadanos de la región.
Valga decir que son temas que ocupan también a otras denominaciones cristianas no católicas, por lo que crean espacios óptimos para la colaboración ecuménica (según Latinobarómetro 2013, en promedio, el 67% de los latinos se dicen católicos y el 18%, evangélicos).
Papel en la democracia. Por otro lado, la Iglesia católica es también muy importante para América Latina en varios aspectos, pero entre ellos, su papel en el fortalecimiento de la democracia es fundamental. Con pocas excepciones, la mayoría de los países de la región son democracias jóvenes, con instituciones aún débiles y poca confianza entre la población. Según datos del Latinobarómetro 2013, en promedio, en el periodo 1996-2013, bajos niveles de confianza sobresalen hacia los partidos políticos (22%), los Congresos (29%), los poderes judiciales (31%) y hacia la administración pública (30%) en general. Es interesante y una enorme responsabilidad para la Iglesia católica que, con sus aciertos y errores, esta aparezca consistentemente como la institución que genera más confianza entre los latinoamericanos (72%), seguida por los medios de comunicación (radio 53%, TV 50% y diarios 46%).
Ser una de las instituciones más antiguas, más estables y mejor organizadas de la región, así como el fuerte papel social que desempeña la Iglesia en uno de los continentes más desiguales del mundo, puede ser la causa de este fenómeno.
En todo caso, es precisamente por su historia, organización, responsabilidad social y, especialmente, por la confianza que le profesa la ciudadanía, que el papel de la Iglesia es fundamental en un continente donde la democracia y sus valores están aún “bajo observación”.
Institución confiable. Según el mismo estudio, el 56% de los latinoamericanos piensan que “la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno”; sin embargo, un 16% opina que “en algunas circunstancias un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático” y a un sorprendente 20% le da lo mismo. Más aún, un 57% dice estar insatisfecho con el funcionamiento de la democracia; un 46%, que en su país la democracia tiene “grandes problemas”; y un 9%, que esta no existe del todo.
Una injusta distribución de la riqueza (señalada por casi tres cuartas partes de la población) y serios problemas de inseguridad y desempleo (mencionados como los principales problemas de la región, un 24% y un 16% respectivamente), son, aparentemente, causas del descontento popular.
Claramente, la institución que genera más confianza en la región debe desempeñar un papel importante en el fortalecimiento de la democracia y sus valores en América Latina. Colaborar con los gobiernos de turno y sus programas sociales (Cáritas, pastorales sociales, etc.), y ayudar a fortalecer valores básicos de la vida en sociedad mediante sus varias iniciativas pastorales (familia, juventud, mesas de diálogo, mediación en conflictos, entre otras) o simplemente predicando estos valores a los millones de católicos que asisten a misa diariamente, es de enorme ayuda para lograr este objetivo.
La cultura política democrática toma tiempo para desarrollarse en la gente, pero para mejorar el funcionamiento de una democracia es esencial que los ciudadanos asuman sus obligaciones y aprendan a defender sus derechos y a demandar a sus gobiernos nuevas y mejores oportunidades que mejoren su calidad de vida, tanto en aspectos específicos (educación, salud, vivienda, etc.), como en temas generales (paz, cuidado del medioambiente, respeto al Estado de derecho e igualdad ante la ley, etc.).
La democracia depende de la participación y de la paciencia de la gente (pues toma tiempo para funcionar); y los ciudadanos deben recibir este mensaje, así como una guía en el proceso democrático, por parte de alguien en quien confíen. Esto es crucial para evitar o revertir la tentación autoritaria y el populismo en América Latina.
Así pues, está claro que desde un punto de vista pastoral, América Latina es fundamental para la Iglesia católica. Igualmente, la Iglesia puede desempeñar un papel muy importante en el proceso de transición, institucionalización y consolidación de la democracia en la región.
Esta simbiosis, donde debe prevalecer el respeto mutuo y la clara división de los ámbitos de acción entre las jerarquías eclesiásticas y los poderes civiles, difícilmente puede ser negada por ninguna de las partes.
Sin preconcepciones ni antagonismos, una sana relación entre la Iglesia y los Estados en América Latina nos deparará una ciudadanía espiritualmente más robusta y políticamente más democrática, algo que, sin duda, llenaría de orgullo al primer papa latinoamericano de la historia.
El autor es politólogo.