Gobernar es solucionar las pequeñas dificultades; el arte de evitar el disgusto, el problema, la preocupación. Gobernar es atender a las diarias necesidades del pueblo. Aclarar, abrir espacios, agilizar los servicios públicos. Pero, sobre todo, lo más pequeño, el que se mira con lupa ante los grandes asuntos que se discuten en los foros internacionales. Regular el precio que se autoriza para el transporte, la energía eléctrica, el agua o la comida, es lo que al buen gobernante debe interesarle.
El ama de casa pobre, que tiene tres hijos en la escuela y necesita el autobús para el transporte, tiene que destinar cuatro mil colones diarios para este fin; pero ella, no siempre tiene cuatro mil colones todos los días. Entonces, sus hijos, de vez en cuando, no pueden asistir a clases. Esto es un problema, una dificultad, un disgusto y una grave preocupación para la madre, para los hijos y para la sociedad.
En algunos países europeos, estas pequeñas cosas no son parte de preocupaciones sociales porque están solucionadas. Se miran y se atienden como servicios del sistema, de la organización política, de la democracia. Son servicios públicos y funcionan como tales. No se contempla el negocio, sino la necesidad que debe atenderse; el derecho, es decir, lo recto, lo justo. Como la administración de justicia, como la educación.
Pero en nuestro país la democracia cada día viene a menos. Si un buen gobernante nacionalizó la banca para que los pobres tuvieran acceso a préstamos con bajos intereses, los que le sucedieron hicieron lo posible por suprimir la nacionalización y abrieron el espacio para que los comerciantes pudieran ejercer esa función.
Entonces convirtieron un servicio en un negocio, una ayuda para el desarrollo social en un medio para financiar solamente a los de arriba, fortaleciéndolos, y los de abajo, cada día más débiles.
Banca para otros. He visto hace pocos meses una inmensa construcción, de costo millonario en dólares, propiedad de extranjeros, financiada con capital nacional y, lo más vergonzoso, de un banco que todavía pertenece al Estado.
“Esta propiedad se está construyendo con capital del Banco…”, así rezaba un cartel que el banco puso fuera de la construcción, que era como decir abiertamente a los costarricenses: “¿Se enteran, ustedes creían que aquí había banca nacional?, pues no, esta banca es para los capitalistas, y si son extranjeros, mejor”.
Por eso no es de extrañar, ante la crisis de Bancrédito, lo que el Banco de Costa Rica publicó, aparatosamente, diciendo que retiraba de Bancrédito una suma fabulosa de millones de colones porque esa institución ponía en peligro la inversión de los cuentacorrentistas y los ahorrantes.
Puntilla de muerte que le clavó al Bancrédito su hermano. Parricidio bancario, podría llamarse esa figura. Al día siguiente, miles de ahorrantes de este banco hacían fila para retirar sus dineros frente al peligro anunciado públicamente.
Pocos meses después, el Banco de Costa Rica sufre por el escándalo público que apreciamos. Dios castiga sin palos ni azote, podrían decir los empleados despedidos del banco cartaginés.
Gobierno de los empresarios. La democracia social se precipita hacia el gobierno corporativo, es decir, al de los empresarios. Una nueva oligarquía, pero ahora más vigorosa, al presentarse apoyada por dirigentes de la mayor parte de los partidos políticos, sobre todo, mayoritarios.
La banca nacional es banca social; si no es social no es nacional; si está dispuesta para los empresarios y sus intereses, es particular.
Por esto, por todo esto, regreso a mi apunte inicial: gobernar en democracia es solucionar la pequeñas dificultades diarias del pueblo de manera prioritaria; no los grandes negocios de los millonarios.
Para la socialdemocracia, gobernar es regular, prohibir la especulación y la usura; velar por las pequeñas grandes dificultades de los pobres, aprender a mirar hacia abajo. Reduciendo la expresión, para un socialdemócrata, gobernar es fijar al mínimo el precio del arroz y los frijoles, evitar que miles de niños asistan a la escuela sin desayunar.
Los pobres, que no tiene futuro, solo reclaman el presente. Démosles el pan de cada día, no como limosna sino como oportunidad.
El autor es abogado.