“Ella habla del palanganeo”, se lee en la novela La fugitiva, escrita por Sergio Ramírez. “¿Sabe qué cosa es el palanganeo? Imagine a alguien que lleva cargada una palangana llena de agua, y entonces tiene que ir midiendo los pasos para no derramarla. Eso es Costa Rica, ir despacio para no derramar el agua, decía Amanda… Nada de cruzar el río de manera briosa, sino como nadan los perros, con paciencia, con modo. ¿Es eso malo? Ella insistía en que sí, que de esa manera no se iba a ninguna parte porque no podían surgir personalidades fuertes; singularidades, era la palabra que usaba” (p. 113).
Y si en medio del palanganeo una persona sobresale y destaca en algún área de la teoría y la práctica, será amonestada por individualista y vanidosa, se esgrimirán en su contra los demonios del infierno, y así hasta que se iguale con todos los demás, para que “el piso esté parejo”. A esto se le conoce como “bajar el piso” e “igualar”, de ahí aquello de “igualiticos” que inspiró el título de un libro del recordado y destacado investigador costarricense Carlos Sojo.
Pero si la técnica del “igualar” no da resultados, entonces se hace uso de la indiferencia más completa y grotesca hasta que la víctima se sienta exiliada en su propio país, como le ocurrió, por ejemplo, a la genial y visionaria Yolanda Oreamuno Únger, cuya lucidez no pudo ser resistida por la sociedad patriarcal de su tiempo.
Sean estos pensamientos la puerta de entrada a lo que deseo compartir.
Razón y sinrazón. Acierta Amanda cuando piensa que el palanganeo no lleva a ninguna parte y también en sus críticas a las infames técnicas de “bajar el piso”, “igualarse”, disfrazarse con “paños tibios” y esforzarse por tomar decisiones que a nadie resientan; pero Amanda se equivoca cuando dice que el palanganeo “es Costa Rica”.
Quizás lo ha sido en algunos períodos de su historia, cuando predomina aquello de “calladito es más bonito” y se rinde homenaje al lema gatopardista, tan idolatrado en la actualidad, “que todo cambie, para que todo siga igual”; pero esto no significa que el palanganeo sea un rasgo estructural, orgánico, inevitable, de la sociedad costarricense.
No fue palanganeo lo que llevó a los liberales del siglo XIX a colocar las bases del Estado de derecho, de la educación y la salud públicas, de la libertad de prensa y la democracia.
No fue palanganeo lo que hizo que Rafael Ángel Calderón Guardia, Manuel Mora Valverde y Víctor Manuel Sanabria Martínez lideraran la creación de los seguros sociales, la promulgación del Código de Trabajo y la aprobación del capítulo constitucional de garantías sociales (1940-1944).
Muy lejos del palanganeo estuvieron los estudiantes y trabajadores que se opusieron a la dictadura de Federico Tinoco Granados o los obreros bananeros de la huelga de 1933 o los jóvenes humanistas, que Luis Ferrero denomina ácratas, como Roberto Brenes Mesén, Billo Zeledón, Joaquín García Monge y Omar Dengo. También lo estuvo José Figueres Ferrer cuando decidió abolir el ejército, nacionalizar la banca y proclamar la Segunda República.
No fueron resultados del palanganeo los positivos indicadores económicos y sociales de la inversión en salud, educación e infraestructura obtenidos entre 1950 y 1978, período en el cual la sociedad costarricense alcanzó niveles de bienestar social análogos a los observados en países entonces desarrollados.
No fue el miedo, la tibieza o la ambigüedad, rasgos típicos del palanganeo, lo que inspiró al presidente Óscar Arias cuando se enfrentó a la política exterior de los gobiernos estadounidense, soviético y cubano en Centroamérica, o cuando resistió las presiones, internas y externas, para que el gobierno costarricense se sumara a las guerras que desangraban Centroamérica.
No fue palanganeo lo que en la década de los ochenta, y desde 1967, permitió al Dr. Arias Sánchez hacer viable la tercera vía del desarrollo costarricense por contraposición a las alternativas ultraliberales, socialestatistas y totalitarias.
Y no fueron palanganas las decisiones del presidente Monge que llevaron al cambio del modelo de desarrollo (1982-1986), ni los cursos de acción que condujeron a la aprobación del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. En ese contexto no fue palangana la posición de quienes adversaron aquel tratado ni tampoco lo fue la de quienes lo apoyaban.
Si Costa Rica es hoy una sociedad de nivel medio de desarrollo socioeconómico, con una amplia clase social media y un régimen de libertades importante, se debe a que en su momento se tomaron decisiones acertadas y contundentes, sin tibiezas y con rumbo.
Son estas el tipo de singularidades históricas que Amanda cree, y tiene razón, incompatibles con el palanganeo, y que en Costa Rica han existido y existen en todos los campos del saber y de la acción, como lo prueba la propia historia de la extraordinaria Yolanda Oreamuno, hecha novela por gracia del arte.
El tiempo del “como si”. En el momento actual, la sociedad nacional sufre la ausencia de los caracteres, temperamentos e inteligencias capaces de evitar el predominio del palanganeo. Se vive en los tiempos del “como si”. Buena parte de los liderazgos políticos, academicistas, sindicales, religiosos y culturales hacen como si pensaran, como si sintieran, como si fueran sensibles a la injusticia, como si les preocupara el destino colectivo, como si cambiaran el modelo de desarrollo y como si hubiesen inaugurado una nueva forma de hacer política, cuando en realidad se ocupan a tiempo completo de proteger sus feudos tecnoburocráticos y plutocráticos de intereses, disfrazándose con poses de seriedad, retórica vacía y seudopoética.
Y es en estos tiempos del “como si” cuando el palanganeo crece, y entonces domina el refranero de la evasión y el engaño: “Calladito es más bonito”, “el que venga atrás que arree”, “hallarle la comba al palo”, “machete estate en tu vaina”.
El equilibrio, la concordia y la armonía, nobles perfecciones de espíritus seducidos por un ideal, se confunden con el empobrecedor arte del equilibrismo acomodaticio.
Mediocridad medianía. Enuncio una hipótesis: el palanganeo nace en la medianía, y esta surge cuando los rasgos de la mediocridad individual se transforman en sistemas organizacionales. “El hombre que nos rodea a millares –escribe José Ingenieros en El hombre mediocre –, el que prospera y se reproduce en el silencio y en la tiniebla, es el mediocre… Adaptado para vivir en rebaño, reflejando las rutinas, los prejuicios y dogmatismos útiles para la domesticidad. Su característica es imitar a cuantos lo rodean: pensar con cabeza ajena y ser incapaz de formarse ideales propios”.
Siguiendo a Ingenieros, tal como escribí en otra ocasión, de personalidad difusa, sumisa, tímida y confusa, el mediocre es una penumbra, no una vida; prisionero de cualquier miedo, calculador, supersticioso, amante de los títulos, hablantín, bromista hasta el cansancio, chismoso y oportunista, “no tiene voz, sino eco”. Perezoso para las altas exigencias del método, el raciocinio, la ciencia y la sabiduría, se especializa en retóricas vacías, lemas, gritos, gestos y consignas; así va por la vida nutriendo todos los fanatismos, dogmatismos, genocidios, complicidades, horrores y terrores de que se tenga noticia.
Cuando estos rasgos se trasladan a un colectivo o a varios colectivos surge la medianía, un ambiente social marcado por la mediocridad, y cuando la medianía penetra en las instituciones, aparece y domina, en toda su oscuridad, el palanganas. Es esta la hora del palanganeo, cuando la mediocridad se convierte en sistema.
Fernando Araya es escritor y consultor en administración de negocios, posicionamiento organizacional y gestión de procesos editoriales. Fue coordinador de los Idearios Costarricenses 2000-2001 (UNED) y 2009-2010 (UNA). Sus libros tratan temas filosóficos y socioculturales. Su más reciente publicación se titula “Nietzsche: del nihilismo a la teoría de la creatividad artística”.