Existen visiones catastrofistas que siempre vislumbran innumerables desgracias socioeconómicas. Tales perspectivas predominan en la Costa Rica actual, pero con un agregado: el palanganeo. No solo se pronostican catástrofes sociales (despidos masivos de empleados públicos, hambrunas y parálisis de actividades productivas, por ejemplo); sino que a esto se suma la incapacidad para tomar decisiones estratégicas, la evasión de la propia responsabilidad y la ausencia de rumbo.
La sociedad nacional carece de horizontes de realización histórica que la inspiren y están ausentes los liderazgos exigidos por tales horizontes. Vivimos en la hora del palanganeo catastrofista.
Evolución. Está claro, sin embargo, que la evolución histórica de los indicadores sociales en salud, educación, sistema jurídico-político e institucional, y sistema socioeconómico revela contenidos muy alejados de los falsos temores catastrofistas.
Un simple repaso del itinerario recorrido por tales indicadores desde 1900 así lo prueba. El devenir histórico de Costa Rica ha sido, en lo fundamental, positivo, y en períodos de dificultades extremas el país ha logrado salir airoso.
Una de las más recientes informaciones (“Costa Rica destaca en mapa mundial por su buena salud”, La Nación 20/5/2016) confirma el completo fracaso del catastrofismo.
Resulta que el país es el segundo de América Latina y el Caribe con mayor esperanza de vida al nacer (79,5 años), y la sociedad nacional sobresale a escala global por los extraordinarios avances en reducción de la mortalidad infantil: 9,7 por cada 1.000 nacimientos según la Organización Mundial de la Salud (2016) y 7,8 por cada 1.000 nacimientos de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Censos (2016).
El 91% de los niños reciben las vacunas más importantes, la mortalidad de mujeres durante el embarazo tiende rápidamente a la baja y la cobertura de la salud pública alcanza a casi el 100 por ciento de la población.
Estas realidades no serían tan positivas si no existieran condiciones sociales y económicas que lo permitieran. Lo dicho, unido a que la sociedad nacional es considerada como de renta intermedia, con una extendida clase social media, propietaria y no propietaria de medios de producción, habla muy bien de lo que se ha hecho en los últimos cuarenta años, y de los aciertos cosechados desde 1900, para situarnos tan solo en los siglos XX y XXI.
Por supuesto que prevalecen circunstancias negativas que es imperativo superar, tales como la pobreza, la pobreza extrema, el aumento de la desigualdad, la burocratización e ineficiencia en el sector público, la feudalización del Estado y del Gobierno por minoritarios y excluyentes intereses creados, el anacronismo del Estado confesional, el incumplimiento de la fecundación in vitro, la no universalización de los derechos humanos, las dificultades para elevar los niveles de productividad y competitividad y un régimen tributario que es uno de los más primitivos de América Latina.
Estas insuficiencias plantean la necesidad de tensar las fuerzas intelectuales y emocionales a fin de que el país arribe a nuevas realizaciones históricas positivas.
Acuerdo nacional. Que un acuerdo nacional sea necesario es innegable, pero que este sea realizado en el marco de la situación política actual es algo menos seguro.
En todo caso, si tal acuerdo llega a concretarse debe establecer políticas transformadoras que lleven a una reforma social y económica que implique mucho más que los salarios o el empleo público –si bien estos asuntos han de ser prioridades en toda agenda–.
Si tal consenso resulta inviable, entonces se requiere un sujeto social y político con la fuerza histórica suficiente para diseñar y ejecutar las reformas necesarias, y así darle continuidad, enriquecer, modificar y desarrollar los méritos que el país ha cosechado a través de todos los modelos de desarrollo que ha ejecutado a lo largo de su historia.
Transformación. Lo más nocivo de la circunstancia histórica actual es la inercia originada en el palanganeo. ¿En qué consiste este? No en otra cosa más que en esforzarse hasta el cansancio para que no pase nada. Palanganearse es ir despacio para que nadie se resienta y todos estén satisfechos con el statu quo, pero resulta que al caminar con lentitud en realidad no se camina, no se va a ninguna parte y se legitima la mediocridad promedio.
La disyuntiva es diáfana: seguir en el palanganeo catastrofista, con los adornos verbales, miedos y dubitaciones que entraña, o diseñar y ejecutar políticas que profundicen lo meritorio y acertado de nuestra historia.
Este es el dilema fundamental en la antesala del bicentenario de la independencia. Se deben enunciar ideales, establecer prioridades, jerarquizar la toma de decisiones y actuar con realismo.
Así ocurrió cuando en el siglo XIX y en la primera mitad del XX se dio vida a las creaciones previsoras de la educación, el Estado de derecho y las políticas de salud; así aconteció en los años del Estado de bienestar, la eliminación del Estado empresario, la introducción del modelo de apertura comercial, la pacificación de Centroamérica y los esfuerzos modernizadores posteriores.
Así ha de acontecer ahora, so pena de sucumbir en una historia donde solo el tiempo pasa cargado de puerilidades retóricas, adornos mediáticos y mitologías ideológicas.
El autor es escritor.