Este país, “el más feliz del mundo” –un espejismo que solo patrioteros y cándidas almas se lo toman en serio–, es, también, el más tragicómico del planeta. Dos clasificaciones dignas de los récords Guinness.
Lo de tragicómico es tan espeluznante y vergonzoso como cierto. Trágico, para los que se toman la vida en serio, preocupados por la sociedad en que viven, por el futuro, por sí mismos, sus familias, sus hijos y por los que vendrán después. En fin, por Costa Rica entera. Cómico, para los idiotas que de todo –absolutamente de todo– hacen siempre mofa y chanza, a quienes les importa un rábano cuanto ocurre y pueda ocurrir.
El cuento de la ‘soberanía’. La reciente expulsión de un avión estadounidense utilizado para combatir el narcotráfico es patética, propia de un cuasi Estado, de un país de juguete, amargamente irrisorio. Luego de dieciséis años de haberse aprobado un convenio de patrullaje conjunto entre Costa Rica y Estados Unidos para enfrentar por mar y aire el trasiego de droga –una decisión demonizada entonces, y hoy también, por los de siempre–, de nuevo está sobre el tapete el cuentito de la “soberanía”.
Aclarémonos: la soberanía de un país, en cuanto concepto y realidad, está revestida de una majestad y supremacía indiscutible. Algo parecido, en importancia, sucede con otros conceptos y realidades a las que estos remiten: “libertad”, “independencia”, “derechos humanos”, “autonomía”, “moralidad”, “igualdad”, “injusticia”, “discriminación”… y suma y sigue.
Pero, como siempre, el bicho humano, sea por malicia o por estupidez, se encarga de retorcer, adulterar y prostituir todo cuanto se piensa y se hace. He ahí la madre del cordero, y ahí, también, la degeneración de algunos conceptos en cuentos chinos. Y, así, al final del camino, de tanto impúdico manoseo, la prístina y acertada conceptualización de entidades, valores, acciones y cosas aparece corrompida, pierde su fuerza y sentido original, y acaba siendo un comodín de conveniencia.
Proceso enfermizo. A eso responde, exactamente, lo que pasó el jueves 15 de octubre, cuando la Dirección de Aviación Civil ordenó a la aeronave de Estados Unidos despegar de Liberia y volar a otro cielo. Era la inevitable culminación de un proceso enfermizo, por querer ser más papistas que el Papa, por paranoia ideológica, por un desubicado patriotismo, por escasas entendederas, por una tóxica mezcla de todo ello o… por lo que sea.
El director de Aviación Civil, Enio Cubillo, se vio obligado a revocar el permiso otorgado, desde ese día hasta el 2 de noviembre, al cuatrimotor turbohélice Lockheed P-3 Orion. “A nosotros nos gustaría que ese (la aprobación a cargo de Aviación Civil) fuera el trámite expedito de un Estado eficiente, pero, si la Sala Constitucional y la Asamblea definen que ese no es el procedimiento, nosotros tendremos que ser respetuosos y todo tendría que ir a la Asamblea”, afirmó Cubillo.
Resulta que, en mayo del 2013, Barack Obama visitó Costa Rica y, como parte de la seguridad al mandatario y sus acompañantes, varios helicópteros Black Hawk sobrevolaron el país sin la autorización previa de la Asamblea Legislativa. Ante tanta deshonra y tan gravísimos peligros, alguien metió un “salacuartazo”.
Éxito rotundo y golazo. Y el éxito fue rotundo: los magistrados señalaron que Aviación Civil “lesionó el derecho a la paz del pueblo costarricense al autorizar el ingreso a territorio nacional, y espacio aéreo nacional, de las aeronaves militares que venían a darle seguridad a la comitiva que acompañó al presidente Barack Obama” (el destaque en letra cursiva no es del texto original).
Hace un mes, cinco helicópteros no artillados del Ejército de Estados Unidos sobrevolaron la zona norte y el Caribe, y luego aterrizaron, con el previo permiso de Aviación Civil. Un segundo “salacuartazo” caía como anillo al dedo. Otro golazo: la Sala Constitucional acogió el recurso de amparo y se devana los sesos estudiándolo. La verdad es que a cualquier David le debe de resultar grandioso mandar a hacer puñetas a un Goliat. Algo para enorgullecerse y contárselo a los nietos.
Una corta digresión: conforme a esa misma “lógica”, aunque en otro ámbito, es increíble que nadie haya presentado, también, ante el Alto Tribunal un recurso contra la violación del principio de “igualdad ante la ley” perpetrada todos los días, al atender emergencias, por la Policía, Bomberos y ambulancias. Se saltan descaradamente los semáforos en rojo, a vista y paciencia de las autoridades, sin penalización ni multa alguna.
Jugándose el pellejo. Mientras tanto –mientras diputados, magistrados y altos jerarcas debaten sobre la “soberanía”–, los policías, con modestos salarios, ajenos a discursos rimbombantes, divagaciones académicas y el derecho internacional, se juegan el pellejo contra el crimen organizado, que tiene ya a Costa Rica cogida por el cuello.
No solo hay tragedia en un país cuando las balas silban y la sangre llega al río, o la madre naturaleza, transformada en madrastra, desata su fuerza implacable y destruye todo a su paso. La hay también cuando, como en Macondo, los mismos errores se repiten, se repiten, se repiten, mil y un días con sus noches, en un eterno retorno. Ocurrencias y decisiones insensatas, kafkianas, características de un mundo al revés, con graves repercusiones internas y fuera de las fronteras.
Lista infinita. Sería desacertado, y hasta injusto, hablar de tragicomedia en un país por un solo hecho, pese a sus posibles implicaciones internacionales y a la pésima imagen que proyecta. El problema es que, desde hace mucho, no cae el telón, sigue la puesta en escena y se multiplican los actos de la obra.
Internamente, se destacan, por ejemplo, una carísima refinadora de petróleo que no refina, la incineración –en el 2012– de 880 toneladas de medicamentos que dejó expirar la Caja, un reglamento parlamentario paralizante, una tramitomanía típica del subdesarrollo, atrasos del Banhvi para girar su cuantioso dinero para soluciones de vivienda, el maldito y multimillonario puente de la “platina” –emblema nacional de la incompetencia–… La lista es infinita, con un costo enorme y malas consecuencias para toda la sociedad. Es tragicómica, con más de lo primero que de lo segundo.
Todo es posible. A este paso, la percepción de que, aquí, solo funciona bien la ley de la gravitación universal podría dejar de ser una hipérbole y convertirse en realidad. Esa sería la madre de todas las tragedias, y no tendría ninguna gracia. Todo es posible.
Santiago Manzanal Bercedo es filósofo.