La prensa polaca ha informado recientemente de las decisiones tomadas por algunas empresas estatales para pedir la venta de parte de sus acciones. Esta noticia no sería interesante si se tratara de empresas quebradas, en búsqueda de una tabla de salvación, pero se trata de empresas ejemplares como "Polar", una empresa productora de línea blanca, de gran éxito en su administración interna y en la competencia con la industria extranjera. Son empresas cuyo personal había optado por seguir siendo empresas estatales en 1992. La decisión actual obedece, no a decretos superiores, sino a la necesidad de incorporar capital y tecnología que les permita competir después del 2000, cuando se incorpore Polonia al Mercado Común Europeo.
Las reformas del 92 que permitieron a los trabajadores optar sobre el futuro de las empresas, abrieron todo tipo de posibilidades para diversificar las formas de propiedad y de gestión, pero también, al mismo tiempo, quitaron las normativas y trabas burocráticas que les impedían operar con éxito en las condiciones.
Sacadas así, por una parte, de la influencia directa de los políticos y, por otra, del útero estatal que con su maraña de leyes y reglamentos imponían -al igual que en Costa Rica- procedimientos que inhiben la gestión moderna, las empresas estatales polacas, han ido descubriendo el mundo real de la competencia. Han adquirido de esta manera, conocimiento sobre la demanda de la clientela y se han adiestrado en el manejo de la gestión en las nuevas condiciones.
La decisión polaca de no forzar la privatización "desde arriba", ha resultado sabia y saludable. A pesar de ser el país que menos ha privatizado empresas, ha logrado las más altas tasas de desarrollo de Europa en los últimos tres años, generando simultáneamente un vigoroso sector privado. No interesa saber si esta decisión fue producto de una gran sabiduría, o el resultado de un pragmático equilibrio de fuerzas. Lo importante es que los resultados son acertados y perfilan un enfoque original, de impacto y menos costo social, económica y políticamente que las recetas de los expertos internacionales. La fórmula polaca parece ser clara; lo más importante es poner a las empresas en contacto con el mercado y en condiciones legales de operar en él, los ajustes necesarios se producirán a partir de esta relación.
Conforme evoluciona el proceso polaco, la misma realidad y la nueva cultura gerencial abren las puertas del sincretismo empresarial, transformando a ese país en un rico laboratorio de formas empresariales y en importante fuente de experiencia sobre transformaciones estructurales y reforma del Estado.
Un consultor japonés destacado en Eslovaquia, prevenía a uno de los diputados de ese país frente a la privatización compulsiva como receta para construir una economía de mercado, en los siguientes términos: "Tengan cuidado con el capitalismo salvaje, porque en lugar de avanzar pueden retroceder a formas empresariales ya superadas. Aprovechen las posibilidades que les presenta la transición y procuren construir de una vez la sociedad posindustrial."
Los polacos, al impulsar la relación de las empresas estatales con el mercado recurrieron de hecho al "aprender haciendo" y no solo lograron dinamizar su economía, sino que pusieron en marcha un fabuloso proceso de evolución y transformación de la capacidad gerencial y de la cultura laboral de ese país.
Contrasta esta experiencia, basada en el principio de la autonomía del sujeto, principio inherente a toda capacitación, con los decretos gubernamentales rusos para crear una economía de mercado "desde arriba". Mientras que los polacos, estimularon la inteligencia y la participación de su pueblo y recogieron resultados, los rusos transfirieron los monopolios a la mafia en un abierto saqueo del patrimonio público. Contrasta también la experiencia polaca con la mejicana, hasta hace poco modelo de modernización, que ha resultado ser también una piñata donde los únicos ganadores fueron los altos dirigentes del partido gobernante. Partido que había quebrado al Estado por su incapacidad gerencial y la corrupción generalizada, y que ahora se beneficia de su propio dolo.
Es necesario profundizar en el estudio de la experiencia polaca y la de países como México para tenerlas presentes en las decisiones que se tomen en la reforma del Estado costarricense, procurando aprender de los éxitos y evitar los errores y horrores cometidos. No se trata de idealizar a Polonia, es un país que ha pagado y seguirá pagando costos sociales importantes, pero cuyos logros y originalidad merecen particular atención.
Abrirse al cambio y a la reforma del Estado requiere de una visión de futuro compartida y saber distinguir quienes se verán afectados y quienes se beneficiarán de las transformaciones. La privatización, así como la intervención del Estado pueden ser utilizadas para encubrir peculados, si esta visión de futuro no existe.
Difícilmente avanzaremos como sociedad si quienes han quebrado el Estado, sirviéndose préstamos sin garantías en los bancos y mal administrando la hacienda pública se convierten, por unos pocos dólares, en dueños o intermediarios privilegiados en la venta de las empresas públicas importantes.
La vía polaca, incorporando la participación de los trabajadores y gerentes en la gestación de una visión compartida y capacitando las empresas en su relación con el mercado, es una opción mucho más segura y acorde con nuestra tradiciones e idiosincrasia.