Voz y texto, no identificables y autollamados amigos, me privilegiaron hace meses con una amable advertencia que, según ellos, se hacía a intelectuales y políticos costarricenses para que (sic) "se cuiden cuando hablan por teléfono". Como no soy paranoico, y tampoco me considero intelectual o político, tomé la cosa a broma y pensé que, de venir en serio, el asunto nada tenía que ver conmigo. Pero cuando, tiempo después, a un conocido periodista le cortaron la cabeza laboral por haber comentado más o menos lo mismo en un programa de radio, el asunto me pareció, por lo menos, interesante.
Según los mensajes, un antiguo stalinista --y, por lo tanto, perro que en la democracia sigue comiendo huevos--, asesor principal de un dignatario republicano, habría instalado una oficina de "inteligencia" cuyo propósito declarado era mantener a su superior jerárquico bien informado de los "movimientos" políticos más amenazadores para él y para su causa. Sin embargo, el propósito oculto sería reunir un expediente de cada intelectual, cada dirigente y cada periodista, para usarlos más adelante como instrumentos de "persuasión" política. Provisionalmente, me comunicó el informante, aquella oficina de espionaje estaría ubicada en una provincia cercana a San José.
Más divertido que preocupado, comenté el asunto delante de personas amigas, una de las cuales, al parecer enterada, me aseguró que la operación, de existir, estaba condenada al fracaso, ya que el director era un individuo conocido en su lugar de origen como "el tonto del pueblo".
De ahí en adelante, algunas de las llamadas telefónicas que recibo de esos amigos --todos de Alajuela-- comienzan con una retahíla de duras alusiones a personajes muy cercanos al corazón del asesor de marras, y finalizan con una expresión humorística sobre las honradas progenitoras de tan improbables escuchas. Con esto quiero decir que, de ser cierta, la historia de espionaje telefónico que ha reventado ahora, u otra muy parecida, podría haber sido vox populérrima desde hace muchos meses. Por esa razón, cuando un alto funcionario se asoma a la prensa y, con cara de sorprendido, anuncia que habrá una investigación oficial, vienen a mi mente los entierros en cajitas blancas y la gente que se pasa la vida detrás de un árbol.
Lo lamentable de todo esto es que, siendo extremadamente grave, muchos hayamos tomado el asunto a la ligera. Porque, pienso yo, ¿qué diferencia hay entre el stalinista que, en Rusia, espiaba para la KGB, y el stalinista que, en este país tropical, organiza el espionaje telefónico con el encomiable fin de tomar el poder y, para bien de nuestro pueblo, mantenerse en él? Aunque, al fin y al cabo, tal vez se trataba de una broma alajuelense y aquí no ha pasado nada.