BANGKOK – Aterradoras historias sobre la niebla migrante en Indonesia, el esmog posterior al Diwali en el norte de India, y el regreso de las tormentas de esmog, también llamadas “airpocalypse” en China relatan las más recientes calamidades relacionadas con la contaminación en Asia. La contaminación atmosférica por partículas contaminantes, que de hecho no se confina solamente al Asia, causa la pérdida de más de 3,1 millones de vidas en todo el mundo cada año. Esta cifra quintuplica la de las muertes por malaria y representa una tasa de mortalidad un poco menor al doble de la actual tasa de mortalidad por el SIDA.
Los contaminantes suspendidos en el aire, especialmente las partículas finas (menores a 2,5 micras, o aproximadamente del ancho de la hebra de una telaraña), entran profundamente en los pulmones y desde allí ingresan al torrente sanguíneo, causando enfermedades cardiopulmonares, cánceres y, probablemente, nacimientos prematuros. La interrogante es: ¿Cuán importantes son estos riesgos para la salud?
Desafortunadamente, el debate sobre el tema es, a menudo, opaco. La mala calidad del aire es descrita con frecuencia como un determinado nivel en el “Índice AQI” (Índice de la Calidad del Aire), o como un determinado grado por encima de un estándar específico que fue dispuesto por la Organización Mundial de la Salud. Sin embargo, el público en general podría comprender mejor la situación si se formulara en términos que se comparen fácilmente con peligros que le son más familiares.
Por ejemplo, los riesgos inmediatos de respirar aire contaminado se podrían describir en términos de “micromuertes”. Una micromuerte es una unidad que representa una probabilidad en un millón de morir. Una persona promedio, en un día promedio, se enfrenta a un riesgo de morir por causas no naturales que aproximadamente equivale a una micromuerte. Esta unidad proporciona un punto de partida útil para la comparación: el riesgo de bucear, por ejemplo, es de alrededor de 5 micromuertes por cada inmersión; el paracaidismo tiene un riesgo de 10 micromuertes por cada salto, y dar a luz en el Reino Unido conlleva un riesgo aproximado de 12 micromuertes. Por comparación, respirar en Pekín en los días en los que esta ciudad se encuentra más contaminada equivale a aproximadamente 15 micromuertes.
Sin embargo, los riesgos más preocupantes que provienen de la contaminación del aire emergen de la exposición crónica. Estos riesgos se pueden expresar en términos de “microvidas”, una unidad desarrollada por el estadístico de Cambridge David Spiegelhalter, con el fin de describir los riesgos acumulados que corre una persona durante el transcurso de toda una vida. Una microvida representa 30 minutos en el período de vida esperado de una persona adulta joven promedio. La persona promedio usa 48 microvidas por día; pero, el estilo de vida afecta la velocidad con la que una persona gasta sus microvidas.
Vivir en un Pekín lleno de esmog utilizará, aproximadamente, de 2 a 3 microvidas adicionales por día, lo que implica una reducción de la esperanza de vida de casi tres años. Vivir en Hong Kong o en Santiago de Chile, le costará una microvida adicional por día, mientras que la vida cotidiana en Nueva Delhi, una de las ciudades más contaminadas del mundo, cuesta un estimado de 4 a 5 microvidas.
En comparación, fumar cuatro cigarrillos al día le costará al fumador alrededor de dos microvidas, más o menos una cifra que equivale a vivir en Pekín. No obstante, el reloj del envejecimiento también se puede endentecer, 20 minutos de ejercicio todos los días van a aumentar la esperanza de vida en una cifra de dos microvidas por día (a menos que dicho ejercicio se realice en un lugar donde exista esmog), y beber dos o tres tazas de café al día ahorra una microvida adicional por día. Además, investigaciones recientes sugieren que algunas, si no todas, las microvidas que se pierden al vivir en Pekín podrían recuperarse al mudarse a, por ejemplo, Vancouver, una ciudad que tiene un aire muy limpio.
Aparte de salir de la ciudad, se pueden mitigar, al menos, algunos de los riesgos al limitar la exposición a dichos riesgo en días que son particularmente peligrosos. Si los ciudadanos tienen acceso a datos actualizados sobre la calidad del aire, ellos podrían optar por tomar medidas de protección com; por ejemplo, minimizar el esfuerzo físico, quedarse en ambientes interiores (idealmente en ambientes donde se tenga aire filtrado), y colocarse una máscara (una máscara filtrante con clasificación N-95, como mínimo, no un barbijo quirúrgico).
Desafortunadamente, la información sobre la calidad del aire, especialmente la información relativa a las partículas finas más perniciosas, no se encuentra fácilmente disponible en muchas de las ciudades que están altamente contaminadas. No obstante, este tipo de vigilancia no está fuera del alcance de los países en desarrollo, debido a que el equipo necesario para dicha vigilancia no es prohibitivamente caro. Idealmente, los datos sobre la calidad del aire se deben recolectar, traducir a un lenguaje fácilmente comprensible, y difundir ampliamente en tiempo real a través de las redes sociales. Todo esto con el fin de que los habitantes de la ciudad puedan tomar las medidas adecuadas (que son especialmente importantes para las personas más vulnerables) y en este sentido, China ha realizado grandes progresos, proporcionando un buen ejemplo a seguir para otros países en desarrollo.
Por supuesto, los gobiernos no deben detenerse simplemente en el nivel de vigilancia, sino que deben tomar medidas activas para reducir la contaminación atmosférica. Para hacer frente a la presión que representa el rápido desarrollo industrial y urbanización de Asia, se requerirá de un esfuerzo sostenido que implique decisiones políticas complejas y compensaciones económicas dolorosas.
Poner la información sobre la calidad del aire al alcance de todos, democratizar dicha información, posibilita que las personas participen más activamente en el debate sobre cuáles sacrificios son aceptables en la lucha contra la contaminación del aire; también, proporciona los insumos básicos para la investigación urgentemente necesaria acerca de los efectos que tienen sobre la salud los ambientes que recién han sido contaminados. Estos efectos de largo alcance sobre la salud, además del beneficio inmediato de capacitar a los ciudadanos para que se protejan, deberían estimular a todos los Gobiernos, incluso a aquellos que atraviesan problemas financieros, a iniciar hoy mismo una campaña transparente para la supervisión de la calidad del aire.
David Roberts, físico de profesión, fue asesor de Ciencias del embajador de Estados Unidos en Japón.
Nick Riesland es médico, con más de 20 años de experiencia internacional de trabajo en el ámbito de problemas de salud ambiental, incluyendo problemas relacionados con la contaminación del aire. © Project Syndicate.