Un sistema político anquilosado y un esquema institucional que ya no responden a las expectativas y necesidades de la población, así como un marcado deterioro de la confianza en los políticos y en la política en general, producto de las faltas éticas de algunos de sus dirigentes y de la percepción ciudadana de una ausencia de rumbo y de una mala gestión gubernamental, se constituye en el ambiente propicio, el caldo de cultivo para el surgimiento de “nuevos redentores” vestidos con el ropaje de la antipolítica y el populismo.
Ese negativo contexto, en el que se manifiesta un marcado desprestigio de los partidos y de los cauces legales de participación política, ya sea por corrupción o por falta de representatividad, es aprovechado hábilmente por algunos individuos que, con su verborrea, exageran las deficiencias del sistema y señalan a todos los políticos de corruptos y pregonan un mensaje apocalíptico.
Tabla de salvación. Con argucias satanizan la política y demonizan a los políticos “tradicionales” como responsables del “desastre” en el que vivimos, para presentarse ellos como los salvadores de la patria, afirmando que “barrerán” a los corruptos y “reconstruirán” el país, pero sin precisar cómo lo harán, sin exponer las ideas, los planes, ni el equipo en el que se apoyarán.
Locuacidad y artimañas, verbosidad y marrullería son palabras que describen las características de los nuevos redentores de la política nacional, quienes pretenden encantar a una ciudadanía ávida de eficacia y transparencia en la gestión de los asuntos públicos.
Con facundia y martingala, con labia y truco, utilizando un discurso antisistema y demagógico, estos nuevos redentores piensan sorprender a un electorado apático, desencantado, frustrado.
Emergentes. En procesos electorales anteriores, la insatisfacción y el deseo de cambio de la ciudadanía se ha expresado favoreciendo fuerzas políticas emergentes, otorgándoles una importante participación en la Asamblea Legislativa y en las municipalidades y terminando con el bipartidismo imperante por más de sesenta años.
En las elecciones del 2014, al elegir al candidato presidencial del Partido Acción Ciudadana (PAC), el electorado decidió que fuera una de ellas la que llevara las riendas del Poder Ejecutivo, experiencia que nos ha dejado la enseñanza de que improvisar gobernantes es una factura cara, ya que más temprano que tarde caen en la cuenta, como lo reconoció el presidente Solís a los pocos meses de asumir su mandato, de que “no es lo mismo verla venir que bailar con ella” y que la “curva de aprendizaje” de sus noveles colaboradores requirió de un tiempo en el que se cometieron muchos errores y en el que la improvisación y la descoordinación fue lo frecuente, con impactos negativos en la gestión de los asuntos públicos.
Si esa ha sido la experiencia con un partido que participaba por cuarta vez en unas elecciones, con una fogueada estructura a escala nacional, con una plataforma ideológica y programática bien estructurada, que había logrado elegir algunas decenas de diputados y una buena cantidad de regidores municipales, no quisiera imaginar lo que podría suceder con el acceso al poder de un “outsider”, de un populista, de un irresponsable o de un charlatán.
Pero, lamentablemente, esa es una posibilidad real, porque muchos compatriotas –sin valorar justamente el desarrollo y la situación social, económica y política del país– se hacen eco de las voces negativas que solo saben criticar, que pregonan un día sí y otro también que todo está mal, que el país es un desastre.
La prensa. También, porque ese discurso catastrofista y derrotista de algunos sectores políticos y de los nuevos redentores ha sido secundado y promovido por importantes medios de comunicación, que llenan los espacios noticiosos de ataques contra la clase gobernante, de sucesos, de entretenimiento banal y de notas amarillistas, dándole la razón a Mario Vargas Llosa, quien expresó en el acto de presentación de su novela Cinco esquinas que “el amarillismo y el entretenimiento han pasado a ser los valores dominantes. Y el periodismo es víctima de eso. Es uno de los grandes problemas de nuestro tiempo”.
Además, esa actitud de la prensa no deja de ser paradójica, pues la primera víctima de los populistas, quienes por lo general tienen vocación dictatorial, son precisamente los medios de comunicación, pues la libertad de expresión es siempre su peor enemiga.
Para prevenir que eso suceda, es conveniente tener en cuenta, aunque se diga que “nadie escarmienta en cabeza ajena”, que en otros países en los que sus ciudadanos se han dejado llevar por los cantos de sirena de hábiles demagogos, de irresponsables populistas, las consecuencias han sido catastróficas y sus ciudadanos han sufrido los efectos perniciosos de un severo retroceso en lo económico, en lo social y en lo político.
El autor es exembajador ante el Vaticano.