Los líderes políticos costarricenses no han cambiado desde la década de los 90. Basta con revisar las listas de diputados o inspeccionar cualquier encuesta de opinión para descubrir que, en cuanto a figuras políticas, nuestro sistema ha estado dormido por más de veinte años.
Entre 1994 y el 2000 ya estaban vigentes nombres como el de Antonio Álvarez Desanti, quien recién salía de una diputación, había sido presidente legislativo y se disponía a ser precandidato. Ya eran moneda común el nombre del también exprecandidato y diputado Rolando González, compañero de Desanti, y los de las diputadas Maureen Clarke y Sandra Piszk: la primera fue ministra de Justicia, mientras la segunda dejaba su diputación para ser la segunda defensora de los habitantes.
Todas estas personas fueron importantes durante la administración de otro precandidato reciente, el expresidente José María Figueres, mientras que un amigo de este, el actual diputado Carlos Arguedas, era juez de la Sala IV.
No solo en el PLN puede verse este fenómeno. Rodolfo Piza fue el presidente ejecutivo de la CCSS durante el nacimiento de la Ley de Protección al Trabajador. Ottón Solís abandonaba el PLN y pronto sería el padre fundacional del PAC, al cual unos años más tarde se incorporaría otro liberacionista clave de hoy: el presidente Luis Guillermo Solís.
En ese mismo periodo, surgió Otto Guevara en el naciente Movimiento Libertario. Jorge Arguedas (ahora del Frente Amplio) era uno de los tres nombres claves en el liderazgo sindical del ICE y Justo Orozco ya iniciaba su acecho cristiano a la Asamblea Legislativa.
¿Seguimos? Juan Diego Castro ya era un exministro aficionado a hacer bulla en televisión y a cuestionar expresidentes.
Ninguna novedad. Junto al descontento actual, parece haber una mayor exigencia por parte de la ciudadanía para hacer las cosas de modo distinto. Sin embargo, los costarricenses no identificamos ningún nuevo liderazgo.
Incluso a escala municipal, La Nación ha reportado que un total de 33 alcaldes se han reelegido y cuatro de ellos ya entran en su segunda década liderando gobiernos municipales. En esto ni siquiera es importante el fenómeno del partido, pues varias personas cambiaron de casa política con el fin de ser reelegidas.
Es curioso que en una Costa Rica ayuna de ideas frescas y renovadoras, y con tantos desafíos impuestos por la parálisis institucional, el electorado siga dando preferencia a las mismas figuras que nos mantienen amarrados a la década de 1990.
Somos un país donde constantemente fluyen las críticas hacia la ineficiencia del aparato público, el aumento de la desigualdad y desafíos como el desempleo y la inseguridad, los cuales atentan contra el equilibrio de la democracia y el sistema político. Sin embargo, a pesar de la necesidad y exigencia de cambio, los partidos políticos insisten en reclutar a los mismos nombres y el electorado sigue mordiendo la vieja y roída carnada, mientras los problemas de hace años siguen esperando soluciones integrales, no remiendos repetidos.
Repetición en movimientos. La reducción del espacio político no es algo exclusivo de los partidos políticos. Basta con ver las cúpulas de movimientos sociales, cooperativos y sindicales, también dirigidas desde hace años por las mismas personas.
Ciertamente, algunos partidos políticos potencian nuevos líderes (jóvenes, mujeres y personas que tradicionalmente no participaban); no obstante les seguimos prestando atención a figuras con mentalidades ancladas en el pasado en un mundo donde cada vez se necesita ser más transgresor e innovador a la hora de proponer soluciones.
Tenemos como desafío regenerar un sistema político ampliamente percibido como corrupto, cerrado y esclerótico. El primer paso es evitar que nuestro Estado se siga fosilizando por medio del reciclaje de figuras que ya nada aportan y mucho atrasan.
El autor es politólogo.