Con preocupación y con la intención de volver nuestros ojos y esfuerzos hacia el verdadero problema –y, consecuentemente, hacia la solución–, considero que hoy nos hemos enfocado en varias distracciones y no en la raíz de lo que puede ser el reto más grande que hemos enfrentado como sociedad.
Lo anterior se podría aclarar con una especie de metáfora: si le pregunto a alguien que imagine un símbolo que defina el ambientalismo, posiblemente esa persona piense en el símbolo del reciclaje, o quizá en una turbina eólica. Estos íconos tienen una relación directa con un impacto ambiental menor, pero ninguno representa una solución global para atenuar o evitar la actual crisis ambiental.
Un corazón. Propongo una alternativa a estos símbolos: imagine usted un corazón, aunque eso pueda parecerle trillado, romántico o iluso. Lo explico brevemente con una historia. Rebeca, mi novia, cuando vamos a los centros comerciales, nunca deja pasar la oportunidad de visitar las tiendas de mascotas. Algunos metros antes de llegar, comienza a emocionarse y me dice que ojalá haya perritos. Algunas veces no topamos con suerte, pero, cuando sí hay perritos, su cara se ilumina y me apresura a acercarme a la ventana del establecimiento para contemplar esos adorables animales. Por lo general, ella dedica mucho más tiempo a este tipo de tiendas que a otras, pero en todos estos años no hemos vuelto con un perro en nuestros brazos, aunque sigue siendo un anhelo.
El tiempo que Rebeca más disfruta en un centro comercial no es la compra de algún bien, sino el momento en que su corazón se enternece con los animales de las tiendas de mascotas.
Hoy buscamos “las soluciones” para seguir consumiendo. No importa cuánto consuma usted, nos han convencido de que está bien si recicla o si usa fuentes renovables. Aunque muchos hemos oído hablar de las tres “erres” (reducir, reusar y reciclar), no hay duda de que tenemos aversión a la primera: la reducción de nuestro consumo, el rechazo a seguir comprando productos o servicios que muchas veces no agregan ningún valor a nuestra vida.
La sociedad nos ha hecho creer que podemos consumir infinitamente en un planeta finito. La razón detrás de esa fe que tenemos en la infinidad de los recursos está en nuestros corazones, no en nuestra mente. Esto lo entienden muy bien los publicistas y empresas que nos invitan a consumir más para sentirnos mejor. Sin embargo, hoy sabemos que eso no es cierto, que tal relación no existe y que, muchas veces, puede ser inversamente proporcional.
Recipiente vacío. Valga aquí una analogía: piense en un recipiente vacío que usted puede llenar con las cosas importantes para su vida, para su felicidad, o con cosas que no agregan valor para su calidad de vida o realización personal. Si usted llena ese recipiente con cosas que lo lleven a ser verdaderamente feliz, poco espacio quedará para lo demás. Las cosas que nos llevan a la felicidad son las que tienen el menor impacto ambiental y que no se compran, como la familia, el deporte, el arte y el amor (por otros y por nosotros mismos).
Hoy tenemos una crisis porque nos hemos enfocado en llenar ese recipiente con todo lo demás, con lo que está de moda, con la última tecnología, con todo aquello que llene temporalmente nuestros vacíos. El problema ambiental es un problema de autoestima y de valores, no es un problema de encontrar la tecnología adecuada. La solución está en nosotros, en reencontrarnos con el verdadero valor de la vida.