VIENA – La industria fabril plantea un dilema a la sociedad: su pujanza colabora con el crecimiento de la economía y eleva así el nivel de vida de la población (una meta que, para los países en desarrollo, es especialmente importante). Pero, en su intento de satisfacer la demanda incesante de los consumidores, las fábricas agotan los recursos naturales del mundo y contaminan el medioambiente. Hay quienes piensan que hoy estamos obligados a elegir entre más prosperidad o más sostenibilidad y pureza medioambiental. Pero lo cierto es que las nuevas tecnologías y un nuevo modo de pensar pueden ayudarnos a encontrar un equilibrio duradero entre estos intereses en conflicto.
En los países desarrollados, los consumidores son cada vez más conscientes de que, aunque su bienestar material sea mayor que nunca, dañar el medioambiente es perjudicial para la calidad de vida. Pero, para los países pobres, estas preocupaciones son lujos que solo los ricos pueden darse: los países en desarrollo ven en el crecimiento industrial el mejor modo de erradicar la pobreza, un objetivo que, sin duda, prevalece sobre las inquietudes ecologistas.
Sean los países pobres o ricos, ningún Gobierno puede desentenderse del imperativo de estimular el crecimiento económico. El sector fabril crea empleos, suministra productos asequibles a consumidores con restricciones de efectivo, genera impuestos esenciales para el sostenimiento de los programas sociales y aporta divisas por medio de las exportaciones. En síntesis, un sector fabril bien gestionado esparce riqueza a toda la sociedad.
Pero el intento de satisfacer las demandas materiales de consumidores aparentemente insaciables en todos los niveles de la pirámide económica genera una carga insostenible para la naturaleza. Estamos consumiendo recursos a un ritmo que supera la capacidad del planeta para sustituirlos. Este apetito es particularmente voraz en el caso del sector fabril, que devora más de la mitad de todas las materias primas, alrededor del 30% de la energía del planeta y 20% del agua. Y, en el proceso, produce mucha más basura de la que nuestros frágiles ecosistemas pueden absorber.
La opinión pública ha comenzado a oponerse a esto que, cada vez más, se percibe como un saqueo a escala global. Aunque los Gobiernos tal vez no puedan lograr que los ciudadanos racionalicen el consumo, sí pueden alentar a los fabricantes a modificar sus procesos operativos para usar menos recursos y eliminar el derroche innecesario.
La innovación tecnológica y el uso de insumos reciclables pueden crear grandes cambios en los modos de producción y consumo del mundo. Como las transformaciones espectaculares que en su momento trajo consigo la producción en masa, hoy vemos un potencial similar en el desarrollo y la aplicación de tecnologías que hacen un uso eficiente de los recursos, como la impresión 3D, la biotecnología y la nanotecnología, por citar algunas. Y diversos estudiosos del área de la gestión empresarial, desde el difunto C. K. Prahalad a Jaideep Prabhu, demostraron que se puede reconfigurar la industria para hacer posible una producción de bienes de alta calidad en forma barata y ecológica.
De hecho, estas tecnologías y las nuevas modalidades de gestión equivalen a algo así como una nueva revolución industrial, solo que muy diferente de la Revolución industrial que convirtió a Gran Bretaña en la potencia dominante del mundo en el siglo XIX y la ayudó a crear un imperio global. La transformación que está en marcha será más democrática y se extenderá, a través de las cadenas de suministro globales y los medios de comunicación modernos, a todos los países integrados a la economía internacional. Su rasgo distintivo será la colaboración entre el Gobierno, el sector privado y la sociedad civil.
El desafío y la oportunidad histórica que tenemos por delante consisten en reconocer este potencial y hallar mecanismos que permitan a los diversos actores involucrados colaborar para ponerlo en práctica. El reciente Congreso sobre Industria Ecológica celebrado en la ciudad china de Guangzhou (que sigue en la línea de otros eventos similares que tuvieron lugar en Manila, en el 2009, y Tokio, en el 2011) ofrece un modelo para este tipo de iniciativas de cooperación a gran escala. En esta ocasión, los delegados compartieron recomendaciones prácticas, analizaron modos de acelerar el cambio en diversos sectores y buscaron soluciones innovadoras a viejos problemas de gestión.
Nadie debe quedarse afuera de esta revolución. Ni siquiera los países dotados de abundantes recursos naturales deben temer el cambio a un mundo más ecológico. La adopción de nuevos modelos económicos no volverá inútiles sus reservas (cuantiosas pero finitas), sino que las hará más duraderas. Al mismo tiempo, los países que sufren escasez de recursos también se beneficiarán al reducir sus necesidades.
El mundo empresarial no se quedó atrás en la adopción de nuevas prácticas. Muchas empresas han comenzado a medir y publicar, como cosa de rutina, el impacto ambiental de sus actividades. Algunas, incluso, están basando su organización en conceptos industriales nuevos, como el de “economía circular”, que hace hincapié en reducir el derroche a través de un mayor reciclaje.
Aunque esta revolución haya nacido de la necesidad, con ingenio y cooperación terminará siendo un cambio provechoso a largo plazo para los países, las fábricas y los consumidores de todo el mundo.
Li Yong es director general de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial. © Project Syndicate.